Europa Press
Foto: Afp
La Jornada Maya

Madrid, España
Jueves 28 de mayo, 2020

Grupos terroristas yihadistas, grupos de autodefensa, cazadores tradicionales, voluntarios, fuerzas de seguridad estatales, fuerzas de la ONU... En el Sahel, la presencia de armas va en aumento y con ella la inestabilidad en que viven sumidos en los últimos años Burkina Faso, Malí y el oeste de Níger, donde los muertos se cuentan por cientos y los desplazados y afectados por millones.

En la región de África occidental se estima que hay unos 12 millones de armas ilícitas en manos de la población civil, tanto de fabricación artesanal y empleadas principalmente para la caza, como de fabricación industrial, con el célebre fusil de asalto AK-47 como favorita -en el Sahel, el 95 por ciento de los fusiles de asalto proceden del célebre fabricante ruso-.

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"Los grupos catalogados como 'terroristas' no utilizan armas artesanales, pero no hay que obviar este tipo de armas", subraya Georges Berghezan, experto del Grupo de Investigación y de Información sobre la Paz y la Seguridad (GRIP). "Además de los cazadores, son usadas principalmente por las milicias comunitarias, por la delincuencia urbana, por los asaltantes de carreteras y los ladrones de ganado", precisa en declaraciones a RFI.

La caída del régimen de Muamar Gadafi en 2011 supuso un punto de inflexión en la llegada de armas a esta zona del continente, produciéndose en los dos años siguientes, en palabras de Berghezan, una "verdadera inundación" con armamento antiáereo, lanzacohetes y armas ligeras de pequeño calibre.

Parte de estas armas no se quedó en el Sahel, sino que partió hacia otros países como República Centroafricana (RCA), sumida en un conflicto desde finales de 2013, pero otra se quedó, principalmente en Malí, donde en 2012 se produjo la rebelión tuareg, secuestrada por los grupos islamistas, y el posterior golpe de Estado, que sumieron al país en una situación de inestabilidad de la que sigue sin salir.

Según el experto, después de que el conflicto se haya reanudado en el último año en Libia, a raíz de la ofensiva del general Jalifa Haftar contra el Gobierno reconocido internacionalmente, se está apreciando un "regreso de las armas desde Malí" hacia este país.

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Pero hasta el Sahel también llegaron armas procedentes de los conflictos ya terminados en Costa de Marfil, Sierra Leona o Liberia, además de las provenientes de las redes de tráfico organizado, que van de este a oeste, y que se usan también para transportar otras sustancias como el hachís procedente de Marruecos y con destino a Egipto y Oriente Próximo, o la cocaína llegada desde Sudamérica y que, tras entrar por África occidental y atravesar el Sáhara viaja a Europa, precisa.

[b]Un Kalashnikov por mil dólares[/b]

La inmensa mayoría de las armas industriales en esta parte del continente proceden de Europa del este y de China, dado que los fusiles de fabricación occidental son más caros. En el Sahel, un fusil Kalashnikov cuesta entre 100 y 200 euros, barato si se compara con los entre 500 y mil euros que puede costar en Europa Occidental pero caro comparado con los entre 25 y 50 dólares en el este de República Democrática del Congo (RDC).

"El precio depende de la oferta y la demanda", subraya Berghezan. En el caso de RDC, cuya parte oriental alberga a decenas de grupos armados desde hace décadas, "hay sobresaturación de armas y por tanto ya no hace falta importarlas porque hay todo lo que se necesita", agrega.

Sin embargo, la principal fuente de suministro de armamento para los grupos yihadistas que operan en el Sahel son, a día de hoy, los arsenales de las fuerzas de seguridad de estos países. En países como Malí o Níger, señala el experto del GRIP, "las fuerzas de seguridad pierden o venden sus armas a grupos armados, criminales y yihadistas".

"Hay muchos desvíos, voluntarios o involuntarios, de los arsenales gubernamentales de Nigeria, de Níger o de Chad hacia Boko Haram", por ejemplo, destaca el investigador. "A veces es un responsable local que lo hace para enriquecerse, pero también hay otras sospechas", añade, mencionando la posible connivencia de algunos gobiernos con estos grupos, a los que dejarían hacer e incluso habrían llegado a suministrar armas a cambio de que no atentaran en su territorio.

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Berghezan menciona el caso concreto de Burkina Faso bajo el mandato de Blaise Compaoré. Hasta la caída del presidente en 2015, el país no había sufrido nunca ningún atentado yihadista mientras que ahora es el que ha visto su situación deteriorarse de formas más rápida.

También se refiere al Chad de Idriss Déby, donde no hubo ataques hasta 2015 -el país ha sido particularmente golpeado en este arranque de 2020, provocando una vasta ofensiva militar en el lago Chad- o a Mauritania, donde tras años de ataques yihadistas no se ha vuelto a registrar ninguno en época reciente.

[b]Los yihadistas se aprovisionan con sus ataques[/b]

Además, cada vez que el Grupo de Apoyo para el Islam y los Musulmanes (JNIM), la filial de Al Qaeda en la región, o que Estado Islámico en el Gran Sáhara (ISGS), llevan a cabo ataques contra puestos militares es frecuente que las reivindicaciones de los mismos vengan acompañadas de imágenes del botín de guerra que se han llevado consigo como coches, blindados, lanzacohetes y otro armamento pesado. Según el experto del GRIP, muchas de las veces son esos potenciales botines de guerra los que "motivan los ataques contra cuarteles y bases militares".

Por ello, como subraya Hassane Koné, investigador asociado para el Sahel del Instituto de Estudios de Seguridad (ISS), garantizar la seguridad del armamento y la munición es la clave fundamental para las fuerzas de seguridad de estos países, en particular en la región Liptako-Gourma, situada en la confluencia de las fronteras de Malí, Níger y Burkina Faso y principal epicentro de la actividad yihadista.

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"Hay que poner en marcha una gestión rigurosa y eficaz de los arsenales en los cuarteles para controlar la salida de armas y municiones y reforzar su trazabilidad", defiende en un artículo. "Con el fin de prevenir el robo de armas, también son necesarias medidas disuasorias para aumentar la responsabilidad de los soldados respecto a las armas que detentan", agrega.

Pero los grupos yihadistas, y de forma más amplia los grupos armados que operan en estos países, no solo se nutren de las armerías nacionales sino también se ha constatado un "desvío notable de armas y munición de las misiones de mantenimiento de paz de la ONU y regionales y de las fuerzas de observación y antiterroristas", según el informe 'La conexión África occidental-Sahel' elaborado por la ONG Small Arms Survey y que analiza el tráfico ilícito de armamento en esta región.

Si hay algo que hace posible esta gran presencia de armas que cambian de manos en esta zona de África es la falta de un Estado fuerte y que controle el territorio, así como las porosas fronteras que separan a estos países y por las que transitan desde hace años, incluso siglos, rutas de comercio -tanto lícito como ilícito- y de personas.

"La circulación y el tráfico de armas alimentan un ciclo vicioso de tensión en aumento y violencia mientras el conflicto armado, al que se suma la incapacidad de los gobiernos de proteger a sus ciudadanos, empuja a las comunidades a procurarse armas para su autodefensa", subraya Small Arms Survey.

Los esfuerzos para combatir el tráfico ilegal de armas --y lo que este conlleva-- no deben ser solo en materia de seguridad sino que también es necesario "abordar la vulnerabilidad social y económica y apoyar programas de mediación comunitaria, buena gobernanza y esfuerzos para combatir el extremismo violento", sostiene su informe.

Fotos: Ap

Edición: Emilio Gómez


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