Un vapor de sudor surgía mientras cientos de hombres casi desnudos luchaban por una bolsa de talismanes de madera, protagonizando el dramático final de un ritual milenario celebrado el sábado por última vez en Japón.
Sus apasionados cánticos de “jasso, joyasa” (que significa “que se vaya el mal”) resonaron en un bosque de cedros de la región japonesa de Iwate, en el norte, donde el apartado templo de Kokuseki decidió poner fin a este popular rito anual.
Organizar el evento, que atrae a cientos de participantes y miles de turistas cada año, se convirtió en una pesada carga para los envejecidos fieles locales, a quienes les resulta difícil mantener el rigor del ritual.
El festival “Sominsai”, considerado uno de los más extraños de Japón, es la última tradición afectada por la crisis demográfica del país, que ha golpeado duramente a las comunidades rurales.
“Es muy difícil organizar un festival de esta magnitud”, afirmó Daigo Fujinami, monje residente del templo inaugurado en 729.
“Pueden ver lo que pasó hoy. Hay tanta gente aquí y todo es emocionante, pero entre bastidores, hay muchos rituales y mucho trabajo que hacer”, declaró.
“No puedo ignorar la difícil realidad”.
Población envejecida
La sociedad japonesa envejeció más rápido que la de muchos otros países, una tendencia que obligó a cerrar escuelas y negocios, especialmente en comunidades pequeñas o rurales.
El festival Sominsai del templo Kokuseki solía celebrarse desde el séptimo día del Año Nuevo Lunar hasta la mañana siguiente, pero el covid obligó a reducirlo.
Su última celebración fue una versión abreviada, que terminó hacia las 23H00, pero atrajo a la mayor multitud de los últimos tiempos, según los residentes locales.
Al atardecer, hombres en taparrabos blancos acudieron al templo, se bañaron en un arroyo y marcharon el recinto del templo, apretando los puños contra el frío de la brisa invernal mientras cantaban “jasso joyasa”.
Algunos llevaban pequeñas cámaras para filmar su experiencia y decenas de equipos de televisión los siguieron a través de los escalones de piedra y los caminos de tierra del templo.
Cuando el festival alcanzó su punto álgido, cientos de hombres se agolparon en el interior del templo de madera gritando, coreando y forcejeando agresivamente para hacerse con una bolsa de talismanes.
Adaptar las normas
Toshiaki Kikuchi, un residente local que consiguió los talismanes y que ayudó a organizar el festival durante años, dijo que espera que el ritual vuelva en el futuro.
“Incluso con un formato diferente, espero mantener esta tradición”, declaró tras el evento.
Muchos participantes y visitantes expresaron su tristeza y comprensión por el fin del festival.
“Este es el último de este gran festival que duró mil años. Tenía muchas ganas de participar”, declaró Yasuo Nishimura, un cuidador de Osaka de 49 años.
Otros templos de Japón siguen celebrando festivales similares, en los que hombres se visten con taparrabos y se bañan en agua helada o luchan por talismanes.
Algunos adaptan sus normas a la evolución demográfica y social para poder seguir existiendo, como permitir que las mujeres participen en ceremonias que antes eran exclusivamente para hombres.
El próximo año, el templo Kokuseki continuará con sus prácticas espirituales con ceremonias de oración.
Edición: Ana Ordaz
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