Hagia Sophia, continuación moderna del conflicto entre el creciente y la cruz

La crítica desatada por la reconversión demostró el sesgo contra los musulmanes
Foto: Afp

Por: Hugo Castillo

 

Las intenciones expansionistas del islam una vez más amenazan al mundo occidental, esta vez con la decisión de convertir el museo Hagia Sophia en mezquita, o al menos eso afirmaron los encabezados de los medios de comunicaciones globales que cubrieron el fallo judicial y la posterior decisión ejecutiva respecto a la ex basílica. Si bien el estatus del edificio es una cuestión interna turca, la atención prestada al mismo corrobora que, a nivel internacional, los asuntos islámicos que no se ciñen a la lógica “occidental” siempre son tomados como una amenaza proveniente de ese exótico Oriente y sus salvajes tradiciones, como afirmara Edward Said en Orientalismo.

 

Una iglesia musulmana

 

El caso de la ex basílica de Santa Sofía resalta principalmente porque la inconformidad de aquellos críticos con su reconversión -la Iglesia Ortodoxa, Washington, Atenas y la Unesco- deriva de un simple argumento: la decisión del gobierno atenta contra los valores universales y los derechos de la minorías religiosas presentes en Turquía.

 

Pero resulta extraño que, por ejemplo, quienes se oponen al cambio no mencionan que Hagia Sophia no había sido utilizada como centro de adoración cristiana en por lo menos 500 años. Es cierto, el templo fue entregado al islam como resultado de una conquista militar y como tal sus orígenes están manchados de sangre, pero lo mismo se puede decir de miles de edificios, sacros o no, que existen en todo el orbe.

 

Los críticos de la decisión tampoco señalan que, en 1934, la entonces mezquita fue convertida en museo como parte de una campaña nacional para imponer una ideología externa a los habitantes de Anatolia. El laicismo, promovido por la cúpula militar turca que derrocó al sultanato otomano a principios del siglo XIX, era tan extranjero para muchos otomanos como lo es ahora el islamismo para los habitantes de América. La decisión de convertir a la entonces mezquita en museo formó parte de dicha iniciativa oficial que buscaba acabar con los máximos símbolos del esplendor musulmán. A los turcos de entonces nadie les preguntó si preferían tener un museo o un templo, sólo les fue impuesta una decisión que acabó con su centro religioso.

 

Finalmente, los críticos se centran en denostar la decisión oficial de reconversión emitida por el actual gobierno turco, pero no revelan que la misma deriva de una querella impuesta por los ciudadanos. El proceso judicial que culminó con la declaratoria empezó como una petición de una organización local. La agrupación ciudadana solicitó la revisión de la ley que transformó a la entonces mezquita de Hagia Sophia en museo, como parte de una campaña para recuperar lo que ellos consideraban su legado histórico-religioso. A diferencia de la decisión militar de 1943, el cambio de estatus esta vez se dio como resultado de una iniciativa cívica y sólo después de haber sido sometido a los más altos tribunales turcos para considerar su legalidad.

 

El Oriente indomable 

 

La crítica desatada por la conversión de Santa Sofía resalta entonces una paradoja cultural, pues los mismos argumentos esgrimidos para defender unos supuestos valores universales y derechos históricos de ciertas comunidades sirven para minimizar las facultades de otros.

 

En su búsqueda de “salvaguardar la identidad cristiana” de la ex basílica, la comunidad internacional se muestra dispuesta a ignorar el legado musulmán del edificio y los deseos de los habitantes turcos, haciendo evidente el imperio global de una doble moral.

 

Podemos evidenciar este doble estándar con el hecho de que uno de los pedidos que hizo la Unesco al gobierno turco es el de mantener al sitio como un museo, para erigirlo como un símbolo de la convivencia religiosa. Pero, ¿por qué el organismo no hace el mismo llamado a España para convertir la ex mezquita de Córdoba, actual catedral, en un lugar multireligioso?, o ¿por qué los países no convierten en museos todas aquellas iglesias que fueron construidas sobre antiguos templos indígenas?  

 

Al mundo occidental siempre se le hace más sencillo que sea el otro, el exótico oriental o indígena, el que se sacrifique en nombre de sus supuestos valores universales. Pero apenas éstos deciden alzar la voz y reclamar los mismos derechos, los líderes del mundo deciden tacharlos de intransigentes y amenazantes, continuando con el imperio global del doble estándar.

 

Más allá de iniciar una superficial discusión religiosa, la reconversión de la Hagia Sophia presenta una oportunidad de resarcir la discriminación occidental en Oriente. La cobertura mediática de la decisión turca demuestra la necesidad de iniciar una nueva cultura de convivencia global basada en la tolerancia a las diversas manifestaciones humanas, ya sean ideológicas, religiosas o políticas. La ahora mezquita nos recuerda que, para acabar con la intransigencia del otro, es necesario primero dialogar con él como iguales.

 

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Edición: Ana Ordaz


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