Blanche Petrich
Foto: Reuters
La Jornada

13 de noviembre, 2015

De los líderes políticos de corte progresista que gobernaron o aún rigen la mayor parte de Latinoamérica durante las tres décadas pasadas, atravesadas por cambios y resultados pero también promesas rotas, ninguno es tan querido fuera de sus fronteras como el uruguayo José Mujica, el Pepe. Esto quedó en evidencia este miércoles, cuando ofreció una conferencia magistral en el marco de la conferencia del Consejo Latinoamericano de las Ciencias Sociales (Clacso) que sesiona en esta ciudad.

El viejo político, ya retirado, siempre acompañado de su esposa Lucía Topolansky, actualmente senadora por el Frente Amplio, decidió entablar una conversa con los muchachas y muchachas que abarrotaron un auditorio con aforo para cinco mil personas y varios miles más que lo escucharon desde la plazoleta frente al centro de convenciones de esta ciudad, desde las escalinatas y los corredores. Un acto académico que devino en acto de masas. Unas palabras, “no para dar manija” (o echar rollo, traducción del rioplatense oriental al mexicano) sino para “apostar al intelecto y a los sentimientos más hondos”.

“Ni los Rolling Stones”, tuiteó La Locombiana, una chica que hizo diez horas en autobús desde Bogotá para venir a la capital paisa a escucharlo. “Era mi sueño verlo”, asegura un joven que se lanzó desde Cali.

--¿Por qué?

--Porque quiero un presidente así para mi país.

Mujica pidió que lo dejaran hablar sentado, en parte porque confesó: “Estoy molido”. Y en parte porque sabía que su mensaje a la juventud sería largo y tendido. Hora y media, más o menos, en un plan más de abuelo que de político o ex presidente. Así, habló de su particular doctrina económica, política y social que es, sobretodo, filosofía de la ética y lo colectivo. Habló de cómo ve el mundo desde sus 80 años de luchar y nunca traicionar su pensamiento. Del neoliberalismo y el “dios mercado”; la integración latinoamericana –“indispensable simplemente por el susto de responder ante China”--; del “bicho humano” y su naturaleza contradictoria, de la lucha, los movimientos y los partidos políticos, de los hijos que no tuvo y de su propia historia. Y desde luego, de la hora decisiva que vive Colombia, país anfitrión, en el umbral del fin de su guerra.

El magno evento empezó con una alusión directa a los estudiantes de Ayotzinapa, cuando el presidente de Clacso, Pablo Gentili dijo, aludiendo a los miles de jóvenes que no pudieron entrar al auditorio a ver a Mujica: “Y no puedo dejar de pensar que quizá a alguno de los 43 desaparecidos quizá le hubiera gustado estar aquí también”.

Estos son algunos de los conceptos que virtió el ex presidente de Uruguay:

[b]Paz para Colombia[/b]

Empezó por reconocer que el presidente Juan Manuel Santos lo sorprendió, porque finalmente antes de llegar a la presidencia fue una figura política “con responsabilidad directa” en graves hechos bélicos (los falsos positivos o el bombardeo a Ecuador, por nombrar algunos). “Ha resultado ser un hombre inteligente y observador porque llegó a la conclusión de que no hay otra solución más que terminar con esa guerra”.

Dijo también: “La paz no es de izquierda ni de derecha. La paz es convivencia humana”. Y metió el dedo en la llaga del nudo gordiano que aún está por resolverse en las mesas de negociación de La Habana, llevar a la justicia, o no, a los perpetradores de crímenes de lesa humanidad. “Cuando hay mucho dolor y víctimas sale a la superficie la enorme contradicción entre la verdad y la justicia.

¿Pero se cree que alguien va a contar su verdad si eso lleva peligro de ir prisión?”, señaló aludiendo a exigencias de la derecha colombiana de llevar a juicio a los líderes de las FARC.

Procedente de un país que conoció la guerra sucia –víctima él mismo, torturado y preso político 15 años—y donde, como Uruguay, no cruzó la justicia transicional, habló de un precio a pagar a cambio de parar la guerra.

“En la convivencia habrá gente que tenga que caminar por un acera y otros por la otra”. Remató: “La aspiración de justicia no puede degollar la paz. Se sale de esta con decisión política, o no se sale”.

El suyo, aclaró, no es un discurso pacifista, de aceptar cualquier cosa. “Paz no significa cruzarse de brazos”. Y propuso a la juventud colombiana, la primera de muchas generaciones que puede llegar a ver a un país sin lucha armada: “Muchachos, hay que usar el balero (la cabeza). El nuevo campo de batalla está en la organización de las masas”.

[b]La democracia[/b]

“Ay, la democracia, que lo mismo sirve para un barrido que para un fregado, que renquea por todos lados pero no por eso hay que despreciarla”, dijo al entrar al tema político. Definió: “La democracia no es una forma de gobierno, es una filosofía. No es una institución sino una forma de pararse en las relaciones humanas, de convivir entre seres humanos que discrepan y saben respetar la discrepancia”.

[b]La civilización[/b]

“El ser humano es una mezcla de egoísmo y solidaridad. El egoísmo que llevamos todos adentro nos permite luchar por nuestra familia, por nuestro grupo humano. Tiene sentido. La naturaleza no hace pavadas (tonterías), hace cosas sensatas. Pero también nos dio la conciencia y esta nos da herramientas para poder contener el egoísmo. Eso es la civilización”.

[b]El neoliberalismo[/b]

“Vaya paradoja del mundo moderno. Hemos desatado una civilización sin gobierno. Antes había un emperador. Ahora hay un altar al dios mercado. Se habla de muchas razones contra la minería, contra esto, lo otro. Pero se razona sobre las consecuencias, no sobre las causas. Y la causa es la cultura consumista que nos rodea por todos lados. Todo en el mundo moderno es funcional a la acumulación. El dios mercado es el gobierno”.

[b]Sus sueños[/b]

"En mi corazón de luchador social todavía siento a queridos compañeros míos que desaparecieron o murieron en Colombia, en Venezuela, en el desierto saharaui, en muchos lados. Éramos unos botijas (niños), casi una organización de niños que quiso asaltar el cielo. Pagamos un costo colosal por nuestra ingenuidad por lo rudimentario de nuestros conocimientos y nuestras herramientas que teníamos aquellos tiempos”.

“Cuando uno llega a los 80 años y vio que un mundo que parecía inamovible se derrumba como un árbol apolillado, llega a esta conclusión: no basta con los cambios materiales. Vos, muchachito de 18, 20 años que estás allá luchando, soñando con un mundo mejor, te comprometes. Y pasan los años y te conviertes en un viejo como yo. Pero te miras al espejo y llegas a la conclusión de que no traicionaste tu sueño, que tuviste el coraje de vivir como piensas, eso te hace querer doblemente la vida”.

Recordó: “Los de mi generación nos tragamos entera la pasilla pensando que el cambio llegaría cambiando la relación de producción y distribución y que así tendríamos al hombre nuevo. Qué ingenuos. Y vaya que soñamos. Y aprendimos con mucho dolor que sin otra cultura no cambia nada. El cambio de cultura: ese es el debe”.

Y advierte: “No se puede construir el edificio socialista con albañiles capitalistas que se roban la varilla y el cemento. En el sueño de un mundo mejor hace falta una ética distinta. Y esto necesita la construcción política de un partido y de un movimiento con fundamentos éticos.”

No todo fue risas en su conferencia. Hubo un asomo de tristeza, inesperado, cuando decidió hablar de lo íntimo. “Yo, con esta veterana (y le dio un leve codazo a la senadora Topolanski, sentada a su vera) nos dedicamos a vivir el mundo. Tuvimos algunos problemillas, no caminó la cosa y no pudimos tener hijos”.

Una pausa. Su esposa perdió por unos segundos la sonrisa. Al ex presidente le costó trabajo continuar: “Por eso tenemos la obligación de pensar en todos los niños del mundo”.

[b]La lucha[/b]

“La lucha es colectiva o no es. No hay un don Pepe, no hay un solo hombre fenomenal es insustituible. Solamente cuando se crea el organismo colectivo que organice la lucha intergeneracional se puede avanzar hacia un cambio. Es la lucha de la organización humana”.

Y más: “Los partidos no se construyen con masas de Che Guevaras. Porque no hay de esos locos; no hay. Lo que hay es nuestra pobre humanidad y con ella hay que construir ese colectivo. Esos colectivos son los que a la larga le dan fuerza a los Ché”.

[b]Integración latinoamericana[/b]

“Como latinoamericanos tenemos un problema con la integración. Hemos vivido 200 años comerciando con el mundo desarrollado y de espaldas a nuestros vecinos. Apenas el 20 por ciento de nuestra producción la intercambiamos con nosotros. Llegamos tarde a la sociedad del conocimiento que yo más bien la llamo del consumismo”.

Y otra vez una advertencia: “Necesitamos la integración, no como el sueño bolivariano sino por susto. Porque vamos a tener a China encima. Entiéndase bien. Los europeos están negociando un acuerdo de comercio en el Altántico. Y Estados Unidos, uno con el Pacífico. ¿Por qué esa manía de acuerdos de libre comercio, si no hay libre comercio? ¡Para defenderse de China, por eso! ¿Y qué van a hacer ustedes, gurises, (chavos) en esa realidad de mastodontes; en ese mundo donde no hay piedad para los débiles? Por eso la integración es un imperativo”.

Mientras tanto, nuestros gobiernos de la región “hablan de negociar entre nosotros, pero están pensando quién será el primero en bajarse los pantalones ¡no jodan¡”.


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