Blanche Petrich
Foto: Reuters
La Jornada

20 de julio, 2015

Este lunes, desde Washington, llegarán los ecos de la gran fiesta que celebrarán los cubanos en la avenida Adams Morgan, donde la oficina de intereses de Cuba dejará de serlo para volver a ser una embajada en forma, con la bandera de la estrella en fondo rojo a todo lo alto.

Pero en el Malecón habanero no sucederá gran cosa. Las autoridades estadunidenses aún no izarán su bandera ni habrá ceremonia. Todo acto solemne para consignar la fecha histórica quedará pendiente, a la fecha que finalmente fije el Departamento de Estado para realizar la visita oficial del jefe del Departamento de Estado, John Kerry, a la capital cubana. Y esto "ocurrirá en algún momento, hacia finales del verano", según fuentes diplomáticas estadunidenses. Será en agosto, ya que septiembre está reservado para otro hito histórico: la visita del papa Francisco.

Lo único que cambiará formalmente es que en el minuto uno de este 20 de junio entra en vigor el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre los dos países y los empleados de la sede ascenderán en el escalafón: de ser representantes de oficina pasarán a ser diplomáticos. Empezando por el actual jefe de la oficina, Jeffrey de Laurentis, quien será encargado de negocios de la embajada de Estados Unidos en La Habana.

[b]Sepan ustedes, señores vecinos...[/b]

Lo que ya es este lunes la embajada estadunidense, durante cinco décadas fue un foco de hostilidades en la isla. En el edificio de seis pisos de cristales verdes, siempre empañados por la brisa marina, permanecen las huellas de un pasado conflictivo.

Casi nadie recuerda cuándo se retiró el enorme espectacular que mostraba a un sanguinario Tío Sam frente a un intrépido mambí (soldado de la insurrección contra España y símbolo de la resistencia frente a Estados Unidos), que señalando hacia el horizonte –justamente en dirección a Florida– pregonaba el eslogan revolucionario: "Sepan ustedes, señores imperialistas, que no les tenemos nada de miedo".

La sabiduría popular propone, en un chiste de moneda corriente estos días, otro eslogan más acorde con los nuevos aires: "Sepan ustedes, señores vecinos, que no les tenemos ningún rencor".

Pero en la explanada, que se extiende entre el mar y los ventanales verdes, quedan otras huellas del diferendo entre la Cuba revolucionaria y su vecino hegemónico.

El más antiguo es el monumento que levantó el gobierno estadunidense a las víctimas del barco [i]Maine[/i], volado en una acción terrorista en el puerto habanero en 1898, durante la guerra entre Cuba y España, en la que intervino Estados Unidos. En 1925 se erigió sobre un par de columnas dóricas una gran águila imperial de bronce, con las alas extendidas. La primera estatua fue derribada por un huracán. Se repuso el águila, pero con alas más pequeñas. Y ese segundo símbolo del imperialismo fue derribado por otro huracán: la revolución cubana.

En la película [i]Memorias del subdesarrollo[/i], de Tomás Gutiérrez Alea, el personaje –solitario en su departamento de El Vedado, después de la huida de su familia y el resto de la burguesía a Miami– mira con su largavistas una escena que se desarrolla en el Malecón: una muchedumbre entusiasta, seguidora de los barbudos que acaban de decretar el socialismo a la cubana, derriban aquella águila. Se dice que la primera estatua del águila imperial está resguardada en la oficina de intereses, la cual, cuando se publiquen estas líneas, ya será embajada.

Se sabe, eso sí, que la segunda águila derribada está expuesta en el Museo de la Ciudad, en el Palacio de los Capitanes Generales.

Pero ese viejo símbolo, apenas una reliquia de la [i]guerra fría[/i], a la que ambos países intentan poner punto final en pleno 2015, no es el único resabio de la hostilidad que permanece. Porque en la página de Internet de la sección de intereses norteamericana (Sina, por sus siglas en español; Usint, en inglés) todavía se especifica que una de sus funciones es "promover una transición pacífica al sistema democrático". Y se registra, entre la oficina de servicios consulares y otras secciones, una que Washington sólo mantiene en un único país, la del Programa para Refugiados.

[b]La batalla de los símbolos, en el Malecón[/b]

El cubo verde frente al mar, en El Vedado, no fue la primera sede de Estados Unidos en la isla. La primera embajada estuvo en plena Habana Vieja, a un costado de la plaza de armas. Queda como vestigio el asta para una bandera que nunca volvió a ondear.

Esta tarde la luz naranja del ocaso frente al Malecón iluminó por última vez esa oficina, la llamada Tribuna Antimperialista y los 138 mástiles del "Monte de las banderas", que las autoridades cubanas montaron frente al edificio que Washington inauguró en 1953 y sólo alojó a la misión durante siete años; cada uno con una carga histórica que hoy se cierra.

La tribuna se inauguró a principios de 2000, en plena campaña para recuperar al (entonces) niño Elián González, un balserito al que su padre quería recuperar y a quien Estados Unidos insistía en retener. Ahí también cobró fuerza la campaña por la liberación de los cinco agentes del servicio secreto cubano que estaban presos en varias prisiones estadunidenses. Ese espacio fue escenario de concentraciones multitudinarias que encabezaba el entonces presidente Fidel Castro en lo que llamó "la batalla de las ideas".

Las astas de las banderas también fueron una reacción política a una acción hostil. Cuando el gobierno de George Bush intensificó los gestos desestabilizadores, mandó poner en lo alto del edificio del Sina un anuncio luminoso de varios metros, que se veía a muchos metros de distancia desde el Malecón, dando titulares de noticias, muchas de fuerte contenido anticubano. Entonces Castro mandó montar 138 mástiles con enormes banderas, representando a cada una de las víctimas de acciones terroristas estadunidenses, para bloquear la visibilidad del noticiero lumínico.

Y como parte de ese paisaje que recuerda una lucha por los espacios simbólicos, ahí sigue también una escultura de José Martí que lleva en brazos a un Elián niño. En su base reza un fragmento de Simón Bolívar: Estados Unidos parece destinado por la providencia a plagar la América de miserias. Palabras de siglos pasados. Queda abierta la pregunta: en la etapa que se inaugura hoy, ¿podrán quedar en definitiva en el pasado?


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