Notimex/Ma. del Refugio Gutiérrez
Foto: Afp
La Jornada Maya

Ciudad de México
Miércoles 23 de agosto, 2017

Los dedos del sastre mueven las tijeras con una agilidad precisa entre la tela del pantalón que arregla, mientras los alfileres colocados estratégicamente denotan el corte que debe hacer en la pieza, a petición del cliente.

Moisés Loredo, sastre con más de 10 años de experiencia en el oficio, explica en entrevista con Notimex que desde hace 15 años dejó de confeccionar trajes; actualmente 99 por ciento de su trabajo son composturas.

"Hace unos años, mi negocio contaba con una variedad de casimires para que los clientes eligieran a su gusto. Ahora, si algún cliente pide que le haga un traje, tiene que traer la tela, yo sólo cobro la hechura", explica.

En el negocio, ubicado al sur de la Ciudad de México, en avenida Prolongación División del Norte, actualmente no hay demanda de confección de trajes, por lo que "debemos trabajar en alguna especialidad, para hacernos de más clientes".

Por eso se dedica a hacer composturas y el zurcido invisible, el cual considera "todo un arte", ya que no a cualquiera le queda perfecto. Es un trabajo que se cobra caro, dice mientras alza la mirada para estimar en 70 pesos por centímetro lineal de esa hechura que no se nota y por la cual el cliente sale satisfecho de su local.

Y así debe ser, por algo le dicen invisible, “este tipo de compostura es muy delicada y requiere de mucho trabajo: hilo por hilo se tiene que ir empatando con la tela de la prenda que se arregla”.

Pese a que hacer un traje a la medida tiene muchas ventajas para el cliente, como elegir modelo, tela, textura, color, pero sobre todo que quede perfectamente adecuado al cuerpo del comprador, actualmente prefieren adquirirlo ya hecho.

Para el experimentado sastre, el auge de las grandes tiendas especialistas en venta de trajes, chalecos y camisas fue un duro golpe para la economía familiar, ya que sus ventas bajaron drásticamente, sin embargo, nunca cruzó por su mente la idea de cambiar el giro de su negocio.

Sin quitar la vista del pantalón que tiene en sus manos, don Moisés recuerda cuando a su sastrería llegaban jóvenes y señores por igual a solicitar la hechura de un traje, y muchas veces no se daba abasto con el trabajo.

El declive en el negocio de los trajes lo llevó a nuevas estrategias, y unos años más tarde, a fin de captar clientes, don Moisés ofertaba sus conocimientos adquiridos en una década de experiencia, a tres trajes al precio de dos.

Esto funcionó en un principio, pero de nuevo los precios y las ofertas en las grandes tiendas dieron al traste con la idea; la compostura entonces se convertía cada vez más en la mejor opción de ingresos para sostener el negocio y a su familia.

Al frente de la sastrería, en un enorme y ancho mostrador de madera que hace las veces de mesa de confección y de atención a clientes, exhibe pantalones en su mayoría; los sacos, camisas y vestidos cuelgan al fondo, acomodados en tubos horizontales.

La mayoría de estas prendas espera a sus dueños con notas sujetas por un alfiler que dan cuenta si ya fue liquidado el costo de la compostura o si está pendiente. Eso sí, don Moisés no pide adelanto sobre el trabajo solicitado.

A su lado, una mujer apura el trabajo solicitado de un pantalón, mientras que en una mesa contigua, plancha una falda que parece estar terminada y lista para entregar.

“El negocio es de familia, yo aprendí de mi suegro, es fácil cuando se tiene la disposición y el gusto de aprender, ser sastre tiene su chiste, son años de aprendizaje en técnicas, en formas, es una vocación”, refiere con emoción.


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