Publican la primera sinfonía de México, que data de 1866

Dedicada al emperador Maximiliano de Habsburgo, fue descubierta por Karl Bellinghausen
Foto: La Jornada

Hermann Bellinghausen

La primera sinfonía de México, que data de 1866, nunca fue ejecutada. Los musicólogos Israel Cruz Olalde y Yael Bitrán han terminado la edición crítica de la Sinfonía para gran orquesta, opus 13, del compositor austriaco Leopold J. Lángwara, dedicada al emperador Maximiliano de Habsburgo. Ésta fue descubierta a finales del siglo XX por el musicólogo Karl Bellinghausen (1954-2017), quien dedicó los últimos 20 años de su vida al intento de resucitarla.

Cruz Olalde y Bitrán, colaboradores suyos, culminaron sus trabajos y ahora publican la partitura en Ediciones Mexicanas, casa dedicada a la música. Acompañan el volumen con ensayos sobre la importancia de la obra y los hilos hasta ahora descubiertos de esta misteriosa aventura musical de la cual hablan para La Jornada.

Una sinfonía fantasma

Un imperio que sólo fue un sueño bien merecía una sinfonía fantasma. Para gran orquesta desde luego. Cuando Maximiliano de Habsburgo se embarcó en su apuesta mexicana, hubo quien lo vio con admiración, idolatría lisonjera, y se sintiera invitado a la creación de un reino feliz y moderno con un soberano sabio, carismático y guapo, heredero de la estirpe austriaca que alguna vez reinó sobre un imperio donde el sol nunca se ponía. De hecho, en un anterior viaje a Brasil, que documenta Bitrán, Fernando Maximiliano se congratuló de ser el primer Habsburgo en pisar el suelo americano. Quizá por ello vería su experimento mexicano como una restauración a la que creía tener derecho.

“Una sinfonía que habla de los ideales de la época, y de los mexicanos, en un país en construcción que buscaba su identidad”, apunta Cruz Olalde, coordinador de la Academia de Investigación del Conservatorio Nacional de Música (CNM), quien mejor conoce la partitura.

Pudo ser la oportunidad de Lángwara, compositor de Bohemia radicado en Viena hacia 1865, que buscaba consolidarse, ganar un nombre, un sueldo fijo y un lugar en la corte mexicana. El emperador Francisco José aún era joven, y más su hermanito Maximiliano, quien albergaba proyectos de grandeza y modernidad ilustrada en un Nuevo Mundo del cual, pronto se sabrá, no tiene la menor idea. Causante y víctima de una larga cadena de intrigas palaciegas, cruzada por un puñado de señorones mexicanos que buscaban quedar bien con el papa y la realeza, el príncipe Maximiliano y su esposa Carlota se embarcan en una ilusión, al principio contagiosa para soñadores en la vena romántica, para entonces ya muy golpeada, pues no es lo mismo Napoleón que un tercer Bonaparte.

Lángwara, entonces treintañero, soltero y ambicioso, echa todas sus castañas al fuego, emprende la obra mayor de su vida, la Sinfonie für Grosses Orchestra, la dedica con todas las mieles a “su majestad imperial, sublime señor y príncipe”, Maximiliano I de México, y en 1866 se la manda en barco; sin embargo, “a principios de 1867, cuando la sinfonía llega a Veracruz, los imperialistas se encontraban ya acorralados en las principales ciudades del país".

“En mayo, el emperador y sus seguidores fueron hechos prisioneros en Querétaro, y fusilados en el cerro de las Campanas el 19 de junio”, expone Yael Bitrán, investigadora del Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información Musical Carlos Chávez (Cenidim).

Es posible que Maximiliano la haya recibido, mas no llegó a ser ejecutada. 130 años después, en 1997, el musicólogo Karl Bellinghausen la descubrió y desempolvó en un archivo arrumbado en la biblioteca Candelario Huízar del CNM.

“En los años 90”, recuerda Cruz Olalde, “la biblioteca era un almacén. No dabas dos pasos por la cantidad de cajas. Únicamente don Jesús Guadarrama, contratado por Blas Galindo, y su sobrino Raúl Guadarrama Chávez sabían dónde estaban las cosas, y lo tenían todo en su cabeza. Allí fue que Karl halló a tientas la partitura, como alguien que llega sin mapa a un lugar y encuentra un tesoro”.

No fue casual. Por una vez el desafortunado Lángwara tuvo la suerte de ser descubierto por un estudioso de ese improbable periodo de la música mexicana, el Segundo Imperio. Karl ya había reivindicado a Melesio Morales y a Tomás León, importantes compositores condenados por la corrección política de los liberales triunfantes.

De hecho, recuerdan Bitrán y Cruz Olalde, Karl tenía un proyecto llamado Musicalia Maximiliana, para desenterrar obras, episodios y personajes de un periodo inesperadamente rico de la música nacional. Él mismo pondría en escena por primera vez la ópera Anita (1867) de Morales, el drama de una mexicana que se enamora de un oficial del ejército invasor francés.

Aunque el autor no fuera mexicano, ni hubiera sido compuesta en nuestro país, la obra de Lángwara viene siendo nuestra primera sinfonía. Una pieza que nadie escuchó. Es la fecha que sigue muda, pero al fin será editada y quizás algún día pueda sonar con alguna orquesta.

Escribe Yael Bitrán: “La obra de Lángwara nace con el signo del infortunio, pues, mientras él escribía su sinfonía dedicada a Maximiliano I, justo comenzaba la debacle del imperio, dada la decisión del gobierno de Napoleón III de retirar sus tropas de México, aunada a la creciente embestida de los ejércitos republicanos juaristas y las guerrillas. Los enviados franceses que intentaron convencer a Max de retirarse con los ejércitos de Napoleón III no lograron su cometido, al punto que este se volvió una ‘complicación’ a la retirada francesa.

“El emperador decidió quedarse en México y hundirse con el barco del imperio. Su orgullosa postura de príncipe de Habsburgo estuvo, seguramente, reforzada por las cartas que Carlota su esposa le enviaba desde Europa, en las que le decía cosas como que ‘el Imperio es el único medio de salvar a México’.”

El espíritu de su tiempo

Cruz Olalde analiza la sinfonía desenterrada y la ubica en el contexto musical e histórico, hallándole elementos de Haydn, pero con el ánimo de Beethoven o Schuman, y que, en cierto modo, prefigura la fluidez sinfónica de Anton Bruckner. Reconstruye el contexto musical del periodo, el serio compromiso del emperador con la música de concierto. Bajo su reinado se crean la Sociedad Filarmónica de México y el Conservatorio Nacional.

Al describir el “sonido” de la sinfonía, encuentra originalidad en la soltura con que aborda diversas expresiones, incluyendo el contenido épico, la “consagración” de la “música importante” que México merecía.

“Cabría la posibilidad de que Lángwara supiera que el México del Segundo Imperio poseía una riqueza en bandas musicales, abundancia que hasta hoy vivimos en todas las latitudes de nuestro país”, expone Cruz Olalde, cuyo mentor Bellinghausen era un cazador de fantasmas que, además de la ópera Anita, exhumó y publicó todas las versiones que compitieron por ser el Himno Nacional, además de la que conocemos. La sinfonía de Lángwara corona sus pesquisas de ultratumba y trae al siglo XXI la que pudo ser una gloria musical hace siglo y medio pero no lo fue. Cruz Olalde y Bitrán retomaron los múltiples apuntes y cuadernos de Bellinghausen, proporcionados por su hija Sofía, y de allí reconstruyen la obra mayor y la triste biografía de Lángwara.

Bitrán profundizó la búsqueda del compositor austriaco, ubicó otras 25 obras suyas de las cuales existe registro. Ahora delinea la biografía de este artista que, al parecer, nunca se recuperó del naufragio de Maximiliano, y el de su sinfonía. Sobrevivió tres décadas más como un oscuro y en ocasiones apreciado maestro y director de coros en Austria, Suiza y Alemania, aunque al parecer de difícil carácter y progresivamente doblegado por la frustración de quien no logró, cita una fuente, “cumplir con su promesa de ser un músico altamente formado”.

La investigadora encuentra que “desarrolló un nerviosismo creciente y no tuvo buena relación con los alumnos de la secundaria (Realschule) de la ciudad de Dornbirn”, donde se estableció con su esposa, la cantante Carolina Atzger, quien, a diferencia suya, llegó a ser muy admirada en la localidad.

“En la convención general de la Sociedad de Amigos de la Música realizada en diciembre de 1898 surgieron por primera vez fuertes críticas que señalaban que Lángwara no parecía cumplir ‘con sus tareas y obligaciones ni en el área de la música eclesiástica ni en el del arte profano”’. Las críticas públicas y su creciente padecimiento de nervios finalmente lo llevaron a un acto de desesperación. En la tarde del 18 de febrero de 1899, “el director de música hizo una caminata a Zanzenberg, se sentó en un banquito y se disparó en la cabeza”, según informó el periódico Voralberger Landes-Zeitung el 20 de febrero de 1899.

Esta es pues, concluye Yael Bitrán, la infortunada historia de “un emperador austriaco que muere fusilado en un cerro de México y un compositor de la misma nacionalidad que se quita la vida en un monte de su país, ligados por una sinfonía que el segundo compuso al primero y que el emperador nunca llegó a ver.

“Dos personajes que terminaron con el mortífero plomo unidos por una obra que, contra todo pronóstico, durmió el sueño de los justos durante 155 años y que hoy sale a la luz. Dos personajes que quizás estuvieron en el lugar equivocado en el momento equivocado. La Sinfonie für Grosses Orchester es una elaborada obra orquestal que desarrolla su propia narrativa. Con esta partitura tenemos la posibilidad de escuchar por primera vez lo que la sinfonía tiene que decir, en sus propios términos, de esta historia.”

Ambos investigadores prevén que cuando sea interpretada será bien apreciada por el público mexicano. Es una obra “bella y amable”, opina Cruz Olalde.

Sueño dentro de un sueño

Israel Cruz insiste en la belleza de la obra, digna de ser escuchada en plenitud. “No es una cuestión ideológica, sino estética. Vale la pena que saquemos la sinfonía del contexto político para hacerla un símbolo de la música de la época”, que resultó más rica y avanzada bajo el fugaz velo del emperador que bajo todo el gobierno de Benito Juárez. Tal riqueza resurgirá durante el porfiriato.

Los investigadores señalan dos obras más dedicadas a Maximiliano, una Marcha fúnebre de Franz Liszt, y otra pieza de Giacomo Rossini. Ambas, posteriores a su fusilamiento, que pintara memorablemente Édouard Manet. Cabe mencionar que Liszt y Rossini habían sido condecorados en ausencia con la Orden de Guadalupe por el emperador de México. Victor Hugo pedirá a Benito Juárez el perdón para el emperador, sin ignorar sus culpas. “La usurpación comienza en Puebla y termina en Querétaro”, escribe Hugo. Por un lado, “el ejército más aguerrido de Europa, apoyado por una flota tan poderosa en el mar como en tierra, teniendo el recurso de todo el dinero de Francia”. Del otro, Juárez. “Por un lado, dos imperios; por otro, un hombre”. Y termina: “Hoy pido a México la vida de Maximiliano. ¿La obtendré? Sí. Y tal vez en estos momentos ya ha sido cumplida mi petición, por lo que Maximiliano le deberá la vida a Juárez. ¿Y el castigo?, preguntarán. El castigo, helo aquí: Maximiliano vivirá por la gracia de la República”.

Muy pronto se vio que no. Parafraseando al historiador Jean Meyer, Bitrán apunta que el de Maximiliano fue un imperio construido de ficciones, una ilusión. La sinfonía “virgen” de Lángwara es “una ilusión que se agrega a ese sueño”.

Edición: Emilio Gómez


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