En medio de un lecho de rosas o en los brazos de mamá o papá, era preparada la última fotografía de los niños que perdieron la vida a corta edad con el objetivo de guardar un recuerdo en el álbum familiar.
En el siglo XIX era común realizar un ritual tras la muerte de un niño o una niña que consistía en preparar un escenario para que los “angelitos” tuvieran su último retrato.
La Mediateca INAH conserva un gran acervo de las fotografías de cadáveres infantiles tomadas en estados como Chihuahua, Guanajuato o la Ciudad de México capturadas durante la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX.
La fotografía se tomaba durante el velorio o antes del cortejo fúnebre. La idea era mostrar al niño o niña como un ángel.
De acuerdo con La muerte niña, un ritual funerario olvidado escrito por Julia Santa Cruz Vargas y Erica Itzel Landa Juárez, este ritual tenía una función sicológica al atenuar los múltiples sentimientos tras la pérdida.
“Mientras se realizan todos los preparativos para la llegada del fotógrafo, las actividades se erigen como la terapia más idónea para canalizar sentimientos de ira, dolor, rabia e impotencia, entre otros”, escriben las autoras.
Además, el cumplimiento del ritual significaba para la familia la posibilidad que las infancias trasciendan de una vida terrenal a una divina.
Estas fotografías también se tomaban para promover el descanso del alma de los pequeños fallecidos y para mitigar el dolor el dolor de los familiares.
El escenario y ropa para la fotografía dependía de la posición económica de la familia, pero destaca en la mayoría de los casos el uso de flores.
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