Reyes Martínez
El arranque del Festival Internacional Cervantino fue una fiesta de son, baile y memoria. La noche del viernes, la Alhóndiga de Granaditas se transformó en un gran tapanco donde el Fandango Monumental: fiesta de son y raíz encendió la emoción del público.
Foto: Carlos Alvar
“Siento tantas emociones que hasta la piel se me enchina”, versó Mauro Gutiérrez, de Mono Blanco, ante una multitud que coreó y aplaudió cada copla bajo un cielo que amenazaba lluvia.
Foto: Carlos Alvar
Desde horas antes, decenas de personas formaron largas filas para entrar. Llegaron de Guanajuato y estados vecinos atraídos por el son jarocho, esa música que une corazón y tierra. “Nací en el puerto y no he perdido el amor por mi cultura”, dijo una espectadora con rebozo blanco, mientras sonaban Adiós morena, El torito abajeño, Las chaparreras y El Colas, temas que encendieron los ánimos y el zapateado.
Foto: Carlos Alvar
En el escenario coincidieron Caña Dulce y Caña Brava, Son de Madera, Mono Blanco y el Ensamble de Arpas Andrés Huesca, junto a los Semilleros Creativos de Veracruz, con niñas y niños que interpretaron sones en totonaco y tenek. “El fandango genera energía colectiva y felicidad”, afirmó Gilberto Gutiérrez, al destacar el poder comunitario de esta tradición musical.
Foto: Carlos Alvar
Así, entre arpas, requintos y versos improvisados, Veracruz trajo su calor al corazón del Bajío. “Hoy que Veracruz se vino para repartir calor, nos representa un honor estar en el Cervantino”, recitó Mauro Gutiérrez. El festival comenzó con un canto colectivo que celebró la raíz, la diversidad y la alegría colectiva.
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