Matos Moctezuma celebra el haber escogido la profesión que lo hace feliz

Para el arqueólogo lo más satisfactorio es confirmar un planteamiento de investigación
Foto: Arqueología e historia del Centro de México: homenaje a Eduardo Matos Moctezuma, INAH, 2006.

Mónica Mateos-Vega

 

En vísperas de su 80 aniversario, Eduardo Matos Moctezuma recuerda el día en el que, al concluir la preparatoria, hizo una elección que le cambió la vida: apostó por la felicidad que le suponía la idea de estudiar arqueología, aún con la mirada de desilusión de sus padres a cuestas.

“Cuando les informé mi decisión, después de un silencio espantoso, mi madre me dijo: ‘está muy bien que estudies lo que quieres, pero, ¿no sería bueno que también llevaras unos cursos en la escuela bancaria y comercial?’ Me daba a entender que me iba a morir de hambre. Muy apesadumbrado se lo conté a un amigo y él me dio una respuesta fantástica: ‘quizá sí, pero morirás feliz por haber hecho lo que quisiste’”, narra el investigador en entrevista con La Jornada.

Esta es una anécdota que Matos ha compartido con decenas de jóvenes y discípulos, “y también los animó: ‘estudia lo que quieras, lo que te haga feliz’, no sé si han muerto de hambre, espero que no, yo no morí”, añade entre carcajadas.

El Colegio Nacional festejó a Matos Moctezuma hoy 10 de diciembre, un día antes de su cumpleaños, con un encuentro en línea (transmitido a las 18 horas en las redes sociales de la institución), en el que el homenajeado conversará con Mercedes de la Garza, Leonardo López Luján y David Carrasco acerca de los momentos claves que lo forjaron como uno de los grandes arqueólogos mexicanos del siglo XX. También participarán Manuel Gándara, Sara Ladrón de Guevara y Alfredo López Austin.

 

Fantasías desacralizadas

Luego de sus dibujos infantiles de toreros, sus vivencias de niño en países de Centro y Sudámerica y la incertidumbre por su futuro profesional, para fortuna de todos los que hoy admiran el enorme legado del investigador, aquel mismo amigo fue quien puso en sus manos el libro Dioses, tumbas y sabios, del escritor alemán C.W. Ceram, que deslumbró al joven preparatoriano y, sin ninguna duda, lo empujó a inscribirse, en 1949, en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH).

Su padre fue Rafael Matos Díaz, diplomático dominicano, y su mamá, Edith Moctezuma Barreda, de estirpe poblana y un apellido “que propició la urdimbre de fantasías nobiliarias, que el propio Eduardo se ha encargado de desacralizar”, como apunta Sergio Raúl Arroyo en un texto biográfico incluido en un libro publicado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) en 2006 para homenajear al arqueólogo.

El maestro Matos habla con emoción del proyecto al que le ha dedicado más de la mitad de su vida: el Templo Mayor, cuyas investigaciones, desde aquel 21 de febrero de 1978, cuando por casualidad se descubrió el monolito de la diosa Coyolxauhqui, no se han detenido.

“Siguen avanzando las excavaciones y los estudios en el Templo Mayor; especialistas de todo el mundo se han interesado en él. Es algo que me da mucho orgullo, pues son 43 años de trabajo ininterrumpido, durante los cuales se han publicado alrededor de mil 250 fichas bibliográficas, entre libros, catálogos, guías, reseñas, hasta tesis doctorales.

 

Foto: Arqueología
e historia del Centro de México: homenaje a
Eduardo Matos Moctezuma

 

Cambios por la pandemia

“Antes de que comenzara la pandemia, el Museo del Templo Mayor era el tercero con más visitantes, después del Museo Nacional de Antropología (MNA) y del Castillo de Chapultepec, todo un logro pese a que no cuenta con estacionamiento.

“Aunque ya lo dejé en manos de colegas destacados, como Leonardo Lopez Luján en el Proyecto Templo Mayor; Raúl Barrera al frente del Programa de Arqueología Urbana y la dirección del museo en manos de Patricia Ledezma, estoy ahí para ver cómo siguen avanzando las excavaciones e investigaciones”.

Matos disfruta sus joviales 80 años en una dualidad, explica. Por un lado, su quehacer en la academia y, por el otro, “un aspecto muy interior, muy profundo: su sensibilidad por el arte y la naturaleza.

“Esa otra faceta me ha llevado a escribir pensamientos, no hablo de poemas porque le tengo respeto a los poetas. Llamo pensamientos a mis escritos, y en algún momento hice escultura en piedra, incluso participé en una bienal de Bellas Artes, sin usar mi nombre, me lo cambié, y para mi sorpresa fue aceptada mi pieza, me sentí feliz.

“Ya no hago escultura porque se requiere un espacio amplio para trabajar y dedicarle muchas horas; entonces, sólo escribo, cosa que me atrae mucho. Al final de mi homenaje, voy a leer un pequeño escrito en el que precisamente me referiré a todo lo que han sido mis 80 años”.

En un balance de esas ocho décadas, habla de rompimientos que lo marcaron. El primero, con la religión, a los 15 años, “cuando varias lecturas me hicieron dudar severamente de esos principios que, en cierta forma, te tienen doblegado y no te dejan ser porque es ‘si Dios quiere’, o ‘ya Dios dirá’. No, no, el que decide eres tú, y para adelante.

“Después tuve un rompimiento en mi vida personal, al separarme de una persona con la que había vivido, y luego vino un rompimiento con el poder en mi medio, pues llegué a ocupar distintos cargos en el INAH, desde director de Monumentos Prehispánicos, director del MNA, y el último fue el de presidente del Consejo Nacional de Arqueología, cuando decidí que quería regresar a la investigación, porque los cargos absorben.

“Hablé entonces con el director del instituto y, para mi fortuna, se presentó el Proyecto Templo Mayor, que se sumó a otros dos motivos de mis investigaciones: la muerte en el México antiguo y la historia de la arqueología en el país.

“Ha habido cosas pesadas, también grandes frutos. Si bien hay piezas que se descubren que impactan, el ojo del arqueólogo es muy diferente a lo que el público piensa. Lo que más nos emociona es que el planteamiento que hicimos para llevar a cabo nuestros trabajos de investigación se confirme, eso es lo que nos satisface, no una pieza bonita”.

En 2017, la Universidad Harvard creó la Cátedra Eduardo Matos Moctezuma, honor concedido por esa institución por primera vez en sus 380 años de historia a un mexicano. Esa distinción se suma a una docena de reconocimientos que el investigador ha recibido durante su trayectoria profesional.

Estos días de confinamiento, en los que se la ha pasado leyendo El Decamerón de Boccacio, entre otros libros, el maestro reflexiona en que si pudiera decirle algo a aquel joven Eduardo Matos a punto de entrar a la ENAH le diría: “se hizo lo posible. Misión cumplida”.

 

Edición: Laura Espejo


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