Adolfo Gilly
Periódico La Jornada

10 de mayo, 2015

Luis Villoro Toranzo nació en 1922 en Barcelona. Su madre, María Luisa Toranzo, era mexicana, de San Luis Potosí. Su padre, Miguel Villoro, era español, catalán y médico. En su adolescencia Luis estudió en el Colegio Saint-Paul, un internado jesuita situado en Godine, Bélgica, cerca de la ciudad de Namur. Su hermano mayor, Miguel, fue sacerdote jesuita y abogado.

Al término de la guerra de España en 1939, Miguel Villoro, su esposa y su hijo vinieron a México. Luis recibió su doctorado en filosofía en 1963 en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, donde fue profesor e investigador emérito. Su tesis profesional fue Los grandes momentos del indigenismo en México, después uno de sus libros más difundidos. Ojos de soñador tenía, don de la palabra, paciencia de maestro grande y suavidad de trato. Murió en México el 5 de marzo de 2014.

Su apoyo a los insurgentes zapatistas, como lo han dicho ellos mejor que yo, se hizo presente desde aquel enero de 1994 inicial, no cejó en los siguientes 20 años de su vida y aquí, en esta tierra, había querido que quedaran sus cenizas.

En la mañana de este domingo 3 de mayo, al día siguiente del homenaje que el EZLN, los zapatistas y el pueblo entero de Oventik –varios miles en la gran explanada donde se alternaban el sol, la bruma y las nieblas pasajeras– rindieron a su memoria, se cumplió su voluntad. Su esposa Fernanda Navarro y su hijo Juan Villoro depositaron sus cenizas al pie de un árbol esbelto. Bajo sus raíces la tierra las cubrió. Dijeron Fernanda y Juan unas breves palabras. Nada más. Familiares de Luis estaban presentes y también algunos de nosotros, visitantes.

Por el EZLN estaban el comandante David, el subcomandante Moisés y algunos otros que las capuchas y mi inexperiencia me impidieron identificar. El comandante insurgente David dijo los adioses a su compañero, el filósofo Luis Villoro Toranzo. Este es un liquidámbar, dijo, un árbol joven y fuerte que vivirá 100 años y muchos más. Quisimos que estuviera aquí, en medio de donde vivimos cada día, muy cerca del auditorio donde nos reunimos y de los lugares de nuestra vida cotidiana. El liquidámbar lo protegerá ahora y por mucho tiempo, y cuando de nosotros ninguno ya esté aquí, el liquidámbar seguirá estando junto a don Luis.

Después los que allí estábamos nos fuimos a ese mismo auditorio, pocos pasos más allá, donde se inauguraba el seminario organizado por el EZLN. Repleto estaba el gran local y quedaban asistentes afuera todavía.


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