Por Abelardo Gómez Sánchez

Cartón: Chakz Armada

La Jornada Maya



Mérida

26 de abril, 2015



En febrero, la Alemania unificada conmemoró los 70 años del bombardeo sobre su territorio llevado a cabo para poner fin a la Segunda Guerra Mundial: Matadero cinco o La cruzada de los niños , novela escrita por el estadunidense Kurt Vonnegut, es quizás su más lúcida evocación. Abelardo Gómez Sánchez nos reseña el libro.



El amor no se dice, el dolor tampoco. El aullido de una población masacrada, por ser tan transparente, no puede ser cifrado en un silogismo, por eso —lo tematiza bien Theodor W. Adorno en su Teoría estética — la ciencia siempre estará negada para incorporar en sus teorías el muy concreto sufrimiento de un hecho social: cientifizar es (y aléguenle al Logos) desemocionalizar. ¿Estamos?

¿Y qué ocurre con el arte de la novela? Decir el dolor puede culminar en “cinco mil cuartillas” que impotentes, por voluminosamente mudas, es necesario quemar: esto le sucedió a Kurt Vonnegut (1922-2007), autor norteamericano de Matadero cinco o La cruzada de los niños (1969), frente al bombardeo de la ciudad alemana de Dresde, acontecimiento vivido por él como soldado y prisionero de guerra. Un hecho que en su interior le pedía a gritos ser narrado (la gritería era de 135,000 muertos -cifra convencionalmente aceptada- calcinados en poco más de 27 horas); sin embargo, durante 20 años solamente logra un frustrante, corpulento y muy laborioso mutismo.



En efecto, la Literatura no es una vitrina que muestre, con inmediatez cristalina, tal o cual hecho: es la lucha denodada por conquistar la forma literaria que lo exprese. ¿Estamos? Pero ¿qué fue la destrucción de Dresde, del 13 al 14 de febrero de 1945? Piénsese en una señorona ciudad hermoseada, con cientos de años de arte y cultura, hasta lograr una joya digna de ser celebrada como La Florencia del Norte . A Billy Pilgrim, protagonista de la novela, a su llegada como prisionero le pareció “un cuadro celestial, como el que había en la escuela dominical”. Acto seguido la destruye, en unas cuantas horas, a una temperatura de mil grados centígrados con más de 3,400 toneladas de bombas explosivas e incendiarias. Así se cocinó Dresde, del que pocos “americanos sabían que había sido mucho peor que Hiroshima”, dice Vonnegut. Agréguese lo que con los años quedó muy claro: era una ciudad de población civil y carecía de cualquier rasgo que la convirtiera en un objetivo militar.



Quizá por ello Billy Pilgrim, obvio alter ego de Vonnegut —que como su autor salvó el pellejo, junto con otros connacionales, escondido en el sótano del Matadero cinco, un “bloque de cemento construido para alojar a los animales que iban a ser sacrificados y después vivienda de un centenar de prisioneros de guerra americanos”—, posee una mente que, como una partícula gaseosa, se mueve locamente en una triangularidad vivencial cuyos vértices son igualmente heterogéneos. Los tres vértices de su atolondrada existencia: su cotidianidad en Ilium, Nueva York como óptico muy exitoso en sus negocios y padre de familia que creía que su labor (traumas obligan) era “prescribir unos lentes correctores para las almas terrestres”; su vida de soldado y después prisionero de guerra en Alemania, en la Segunda Guerra Mundial; y su experiencia como secuestrado, una noche de 1967, por un platillo volador que lo condujo al planeta de Tralfamadore.



Tralfamadore está a una distancia de 826,214,240,000,000,000 kilómetros; ahí, Billy Pilgrim fue exhibido, permanentemente desnudo, en un zoológico en el cual copulaba públicamente con Montana Wildhack, compañera de cautiverio y estrella de cine terrícola y para la delicia de cientos de miles de tralfamadorianos; ahí también se le reveló “la intrascendencia de la muerte y la verdadera naturaleza del tiempo”. “Aquí en la tierra creemos que un momento sigue a otro, que cuando pasa, pasó para siempre, pero eso [se sabe en Tralfamadore] es sólo una ilusión”. Un tralfamadoriano puede ver pasado, presente y futuro a la vez, como los terrícolas podemos ver de un solo golpe las Montañas Rocosas. Entiendo que Vonnegut nos está invitando a este mirador para observar la Historia Universal.



Frente a la abundante producción narrativa norteamericana, de tonalidades épicas y fanfarrias heroicas, acerca de aquella fatídica guerra, Matadero cinco nos propone un antihéroe vestido, por ejemplo, de Cenicienta, porque fue lo único que encontró para vestirse en el campo de concentración alemán: los deshechos de esa obra teatral. El ritmo nemotécnico, que acopla sus tres niveles narrativos, es tan jocoso como envolvente y le otorga una jovial fluidez a su amargosa historia. Y, si el pretexto es Dresde, el tema es el sinsentido de toda guerra, en el que la criminalidad bélica es un círculo vicioso que somete a todos los contendientes. Por eso Vonnegut no toma partido en aquel conflicto hecho por eruditos (acumuladores de saberes), en el antropocidio. El que el autor sea americano quizá agudizó la tentación de convertirlo en abogado del diablo, de la bestialidad nazi. Sin embargo, el lector perspicaz logrará asir una idea clara, esa que los biólogos llaman —no sin cierta boba autoternura— la especie humana, que es la más absurda y desvergonzadamente fratricida de todas.



*Abelardo Gómez Sánchez es narrador, ensayista y periodista cultural. Actualmente colabora en Los Angeles Press y también ha publicado en La Jornada nacional.


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