Arturo Cano
La Jornada

Temixco
8 de enero, 2016

Juana Ocampo sufre en carne propia el peor de los horrores. Su hija fue asesinada frente a sus propios ojos. Sufre como una madre, por supuesto. Pero se planta frente a los micrófonos como la luchadora social que ha sido largo tiempo, desde que comenzó, muy jovencita, a seguir los pasos del religioso que yunques y anexas llamaban, despectivamente, El Obispón Rojo, don Sergio Méndez Arceo.

De ahí, de esa formación, de esa historia, de eso que no cuenta para los cínicos de todos los días, le nace la fuerza para decir que no quiere venganza, sino justicia, que si llama a una movilización, como llamará a otras, será no sólo por mi hija, sino por todos los hombres y mujeres que han caído.

La desgracia de México es que el dolor de Gabino Mota y Juana Ocampo no es la excepción, sino la regla. Desde el horror de Iguala, el gobierno federal echó a andar una estrategia centralizadora que borró a las policías municipales y amarró a los gobernadores. ¿El resultado? Entre ayer y hoy, mientras se organizaba y se realizaba la marcha para protestar por el asesinato de Gisela Ocampo, en Guerrero –el estado vecino, el territorio de donde vienen los males y los malosos, según algunos morelenses– mataron a una veintena de personas que pasaron a formar parte de nuestra lista de la vergüenza: ¿40 este mes y 60 el próximo?, ¿ya vio que tenemos menos muertos que esa ciudad del norte?

Ahora que viene el Papa, por ejemplo, los redactores de las agencias internacionales escriben, sin ningún empacho, que cuando visite Francisco a la ex ciudad más violenta del mundo se encontrará otro panorama. Pues sí, puede ser, veintitantos por ciento de muertos menos, o 30, o 40. Números que no dicen nada a las personas que sufren el asesinato o la desaparición de un hijo.

Juana Ocampo se sobrepone. ¿O de qué otra manera puede entenderse que ella diga que protesta por su hija y por todos los hombres y mujeres que han caído?

Se va a iniciar la caminata. Reporteros de medios locales y nacionales atosigan a la señora Ocampo. Quieren la nota. Que les diga, sobre todo, que su familia trae bronca con el gobernador Graco Ramírez. Que no puede, que no sabe, que nada ha de hacer, que venga la PGR, todo eso implican las preguntas. Doña Juanita es habilidosa: No sé, eso lo ha visto mi marido, no sé, pregúntenle al abogado. Un reportero impertinente agarra al vuelo una frase suya y dice algo así como: Ah, ¿le cae? ¿La PGR es lo mismo que el mando único de Graco? Y la señora Juanita responde, más calmada que cualquiera de los colegas reporteros, pues sí, ¿o no fue eso lo que vimos con los muchachos desaparecidos de Ayotzinapa?

El sacerdote Jorge bendice la marcha. Habla de Gisela Mota como un ejemplo para los jóvenes y de la necesidad de poner fin a la indiferencia. En las horas anteriores un carro con bocinas ha recorrido las calles de Temixco. La invitación es apartidista, a nombre de la familia y en busca del buen vivir que la corriente perredista IDN ha manejado tiempo atrás.

Gisela encabezará esta marcha desde el cielo, dice el cura, y la marcha arranca.

Yo apoyo a Juanita Ocampo, dice el mensaje en una cartulina, que más tarde se expresará en gritos en la presidencia municipal. Temixco, municipio conurbado de Cuernavaca, lugar donde están los polígonos más violentos –Graco Ramírez dixit–, es un territorio de disputa y no sólo porque es el corredor de la goma de opio que viene de Guerrero rumbo a Chicago.

La marcha, según el cálculo de los reporteros locales, es más grande de lo esperado. Falta la de este viernes, que convocan los seguidores del senador Fidel Demédicis, en una pulsada antigua que trae con el gobernador de su mismo partido y corriente, Nueva Izquierda del PRD.

La familia Mota Ocampo ha convocado, vía carros de sonido, a una marcha de blanco, con globos y flores. El único discurso es de Juanita Ocampo, quien cita palabras de su hija: Creo firmemente que la violencia no debe combatirse con la violencia. El rencor genera más rencor, ello hace daño a los demás y envenena el alma.

Los reporteros que preguntan quieren que Juanita Ocampo le pegue a Graco Ramírez o, en su defecto, a Cuauhtémoc Blanco. La madre de Gisela se va por un lado que no les gusta: “Si los periodistas, la gente, los políticos y todos seguimos diciendo que hay inseguridad, seguramente estaremos decretando que la habrá… La lucha sigue”.

El discurso de Juana Ocampo se oye a medias. El helicóptero del mando único del gobierno morelense apaga la voz de la madre de Gisela. Suena fuerte, aunque poco haya hecho para evitar el crimen.


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