Katia Rejón
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Guadalajara, Jalisco
Jueves 29 de noviembre, 2018

“Un día leí un libro y toda mi vida cambio”, es una frase de Orhan Pamuk, invitado especial de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Los libros reúnen a cerca de 800 mil personas cada año en la feria- Algunos lectores ocasionales, curiosos, y otros lectores empedernidos. Sin embargo, también son el lugar donde los promotores de lectura acuden para compartir experiencias y estrategias para llegar a más personas.

Alicia Vallado Fajardo y Miriam Estela Pérez Ballesteros son dos lectoras y mediadoras de lectura yucatecas, pertenecientes al programa Salas de Lectura que coordina la Secretaría de la Cultura y las Artes de Yucatán (Sedeculta). Sus espacios iniciaron en lugares improbables para los libros: el atrio de una iglesia y una base aérea militar.

Contadora público de profesión y actualmente jubilada, Alicia Vallado dice que el proyecto “la adoptó”, pues ella ya era una “obsesiva” promotora de la lectura cuando supo de la existencia del programa. Miriam Pérez es diseñadora editorial e ilustradora científica para la Universidad Nacional Autónoma de México y desde antes de entrar a las Salas de Lectura ya hacía talleres y actividades.

“Tenía la iniciativa pero no el espacio. Una señora me comentó que tenía una sala en la base aérea de militares, donde asistían las esposas de los militares. Curiosamente, soy hija de militares y conozco el medio. Decíamos de broma que mi acervo era el más seguro de todo el país, porque estaba en la Sala de Operaciones Tácticas, en un librero custodiado por un teniente”, comentó Pérez.

Sin embargo, ahora la sala tiene sede en el Centro Cultural La Ibérica con muchas de las que iniciaron. “Me siguen a donde vayamos”, agrega. Cuando Miriam se hizo cargo de la sala de lectura, las participantes leían libros del género autoayuda; después comenzaron a leer Lolita. “Sugerí que leyéramos todos los géneros y que si querían continuar con lo que leían hasta entonces, estaba bien. No hay libros prohibidos pero sí quería que experimentaran todos para que pudieran decir sí me gusta o no me gusta”, explicó. Cuando les solicitaron dejar el espacio, las lectoras pusieron en práctica la lectura El arte de la guerra; se organizaron, generaron tácticas para llevarse los libros, como dice Miriam: jugaron a la guerra con los militares.

Alicia Vallado dirige su Sala de Lectura en el atrio de la iglesia de Chuburná al que asisten adultos mayores, jóvenes y niños. Inició en la lectura cuando tenía 7 años y le dio sarampión, la encerraron para que no contagiara a sus hermanos y lo único que podía hacer era leer. Desde entonces contagia a todo el mundo con el hábito que incubó en cuarentena.

“Le digo a un vecino: ¿por qué no lees este librito? Lo agarra y vuelve a los tres días para preguntarme si no tengo otro. La vecina me pregunta que qué le hice a su marido que ya no le hace caso cuando lee. Ya se volvió un lector”, contó Alicia.

“He invitado a algunos autores a la sala y eso cambia su percepción acerca de los libros. Se dan cuenta de que no son escritos por seres de otro planeta sino por personas con ideas propias, con las que se puede generar un diálogo muy sencillo”, comentó Miriam Pérez.

El 10 por ciento del acervo recibido por las Salas de Lectura debe ser de creación propia, por lo que ellas han realizado tres compilados de creación, encuadernados. Las mujeres que asisten a esta sala, “han entendido que una historia afecta de forma diferente a las personas, de acuerdo con su contexto personal”.

La diferencia entre hacer la promoción lectora fuera de Salas de Lectura, porque es un programa de voluntariado, es que te ofrece capacitación y herramientas de tipo docente. Sin embargo, Pérez añadió que hacen falta algunas mejoras como formalizar la inclusión. Pues aunque el programa tiene esta perspectiva, no hay diseños universales para que personas con discapacidad física, auditiva o motriz acceda al acervo. De los 50 o 70 libros que se les otorga, sólo uno está en braille. La mediadora propone que en el diplomado que se imparte, haya capacitación de lenguas indígenas y del lenguaje de señas mexicano.

Ellas tienen claro que la cantidad de libros leídos al año no es tan importante como la transformación de los lectores en su comprensión del mundo, y el compartir el gusto con otras personas. Alicia agregó que como parte de las actividades de grupo, instaló un pizarrón para que los participantes escribieran sus frases favoritas. Ella escribió: el día que leí un libro fue el primer día de mi vida.

Así, en sus sesiones, las lectoras y promotoras de lectura intentan compartir una máxima casi religiosa: hay vida después de la vida, y eso es leer.


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