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del

Giovana Jaspersen
Foto: Miguel Dura?n
La Jornada Maya

Viernes 8 de junio de 2018

Cuando este espacio semanal se gestó en 2015, se pensó como un resquicio para el abordaje del patrimonio cultural en [i]La Jornada Maya[/i]. Después de pausas y replanteamientos -varios-, se desbordó de su autoimpuesta camisa de fuerza temática y fue hacia donde quiso, como bien hace el mar. Talvez por eso en el ejercicio de que tenga voz propia -que ya no es totalmente mía- y un nombre, al ser columna; bañó como agua, y no puedo más que ser mar.

Sin la pretensión de lo absoluto, estas letras se han ofrecido abiertas; pasivas o tempestuosas. Pero especialmente como la pausa frente a los mares de información que nos hidratan; o bien, nos inundan, ahogan o asfixian. Letras tan diversas en sus colores y temas, como ha sido este medio para acogerlas en sus planas cada viernes. Como impresiones fijas que una vez estando en tinta quedan, a pesar de que uno cambie.

Y es que algunas historias se han escrito con sal. No con la que escoce heridas y arde, sino con la que se queda en la piel y recuerda dónde se estuvo, al probarse y saberse. La sal de las aguas, que dibuja en la arena mapas de lugares inexistentes pero visibles, como los granos de oro mezclados con los de sílice que nos regala el pacífico, de donde vengo; o las blancas y finas arenas de los mares peninsulares con sus huellas, en donde soy. Tesoros dispersos, inasibles y absolutos, memorias de sal y arena; como las del pasado común que es inminente subrayar.

Mares, que son la tierra de los migrantes, que frente a la costa nos sentimos cerca de donde partimos o vamos. Extensión de la patria y de nosotros en una acuosa identidad que fluye entre una tierra y otra. Territorio, sin serlo, como la cultura; que es también refugio y abrigo. Faro de vuelta a nosotros y nuestras cosas, también desde la defensa. Son mares de preguntas, con o sin respuesta.

Porque Mares, es además sustantivo neutro que bien puede ser femenino o masculino. La mar, es tan inmensa y fuerte; como el mar, calmo y sereno. Licencia genérica que debe ser muestra y lección de libertad para comprendernos en esta selección. Mares, es una suma de géneros sin género, como ha buscado ser siempre este espacio. Pero es también un guiño peninsular, a nuestro local asombro que grita ¡Mare!, pues las letras son distintas siempre en relación a dónde se paren y el paisaje que las alimenta; y las mías, hace tiempo son peninsulares y no ha habido mejor nutriente de singularidad y belleza.

Hay Mares de hechos que suceden a diario, pero acá son distintos, cuando se habita siempre a menos de 100 km del paraíso y lejos del ruido. Los Mares nos llenan pupilas que no alcanzan a ver el fin, cuando el mar se funde con el cielo y no hay horizonte frente a la inmensidad. Nos recuerdan que somos diminutos, como un ungüento al ego que infesta nuestros días. Nos dicen secretos y mandan mensajes inscritos en aguas que vienen y -afortunadamente- se van; pero siempre tienen su costa.

Mares diversos como nosotros. Profundos y superficiales, como el periodismo en el que uno se tropieza y descubre sin querer, variados en formas y ritmos, dependientes de la luz en ausencia o presencia y nunca iguales. Abiertos, cerrados; en calma o bravíos. Con tormentas, mareas y paz. La misma que encuentra un moreno en la Habana mirando siempre el agua más allá de su Isla, o un polaco frente a los hielos flotando en el mar del norte cubierto de nieve. Mares al fin, para todos.

Los mares nos definen sin notarlo o reparar en su influencia. Pero el mundo se mide en relación a su altura, e incluso nuestro cuerpo reacciona frente a ello, por eso los hombres hablaron de mares lunares al ver manchas en la superficie de nuestro mayor satélite. Sin hacerlos conscientes nos semejan, su agua salada es lo que más se parece a nuestros propios humedales, cercanos a la sal de las lágrimas y del sudor, son los mares los que hablan de nosotros y nuestras cosas. Incluso en un vago intento de 5000 caracteres.

Se navegan, recorren, y con un simple aroma sabemos de su cercanía al transitar en cualquier sitio; no hay nada que se parezca a su sonido y lo que en nosotros causa. Melodías de arrullo o estruendos que incitan salir de la vigila y andar. Por lo menos, escribir.

Frente a las voces que inquisitivas preguntan ¿Y de qué escribes? La respuesta, después de algunas piruetas, terminan siendo: escribo Opinión, y opino de todo. Pero lo cierto es que no siempre es así, algunas veces escribo historias prestadas, vestidos ajenos que por su belleza no puedo ignorar ni robar de su voz; otras, escribo palabras para hacer digestible lo obsceno de esta realidad bárbara; algunas más, recorro con palabras lo que me encantaría que todos pasaran por sus ojos. Escribo Mares, en este mundo que llamamos tierra, y en realidad está repleto de agua; por eso este espacio semanal, hoy, después de una pausa, toma este nombre.

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