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José Ricardo Marchan Aguilar
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Viernes 8 de junio, 2018

Llevo ya algunos ayeres fuera de mi amada tierra y aún recuerdo todos sus caminos, sus avenidas, sus árboles y mis amistades. En las pocas visitas que he hecho cada vez que voy siempre me doy el tiempo de visitar todos esos lugares que me hacen recordar de dónde vengo... y siempre es inevitable pasar por Paseo Montejo.

Ya hace algunos ayeres, la avenida fue colmada con la estatua de Francisco de Montejo. Puedo decir que me da mucho gusto que finalmente haya vuelto el tema a ser objeto de debate, al menos en las redes sociales.

De igual manera, he advertido que tanto el señor Felipe Escalante Tió, a quien no tengo placer de conocer, y Carlos Luis Escoffié Duarte, a quien conozco y aprecio profundamente, han hecho el favor de saber sus opiniones. Ante esto, he querido responder a ambos e igual compartir mi humilde punto de vista, esperando abone a un verdadero.

Me he dedicado ya por casi cuatro años a trabajar con indígenas, primero con purépechas y ahora con mayas tzeltales. La labor ha sido poder aprender métodos para reconstruir el Tejido Social de nuestro país y otro lado, aplicar dichos métodos para contribuir a ellos. En la actualidad, algunas cosas me han quedado claras y las compartiré con los lectores.

Primero, identidad. Esta “alude a los referentes de sentido que orientan o justifican un modo de vida personal o la pertenencia a un colectivo” (Mendoza Zarate, G. y González Candia, J. A. Reconstrucción del Tejido Social, Buena Prensa, 2016: 30). Los referentes de sentido pueden ser inmateriales, como las historias de una comunidad, o materiales, como sus monumentos. Entre más claras para toda la colectividad sean estas historias, más será la afinidad entre sus miembros. Es decir, sabrán de dónde vienen y que por ello se reconocen entre sí.

¿Qué tipo de identidad puede reflejar una estatua como la de los conquistadores?

Ciertamente, como dice el señor Felipe Escalante Tió, no podemos juzgar al pasado con los ojos de hoy. Pero no hace falta hacerlo. El mismo ayer tenía consideraciones universales de su tiempo, como el mismo Evangelio, que llevaron a la misma Iglesia a corregir sus errores o a sacerdotes reconocidos a defender a los mismos Mayas ¿O podemos olvidar al Tata Vasco, Fray Bartolomé de las Casas o el jesuita Padre José de Acosta? Ciertamente, no podemos categorizar con criterios actuales, pero tampoco podemos exonerarlos cuando su misma época tuvo grandes enfrentamientos en torno a ello.

Ahora, sobre si poner una ceiba o no. El dilema, en mi humilde opinión, va más allá de esa acción. Para ello señalaré la siguiente palabra: vínculos.

Con base en la identidad una sociedad genera acuerdos, es decir: “...las formas y estructuras relacionales que nos proporcionan confianza y cuidado para vivir juntos.” (Ibid.)

Por supuesto estoy a favor de que se quite esa estatua y se ponga una Ceiba. Es mil veces más refrescante y más sano. Sin embargo, hay que analizar qué nos dice el que esté la estatua del conquistador de nuestras tierras en la avenida más renombrada de nuestra capital ¿Qué significado tiene? ¿Qué nos dice sobre cómo son los vínculos de nuestra ciudad?

Esto tiene que ver todavía más con lo que dice Carlos Escoffié, y no miente. En nuestra sociedad la vinculación de los “descendientes” de los conquistadores respecto de los mayas es clara: separación y subordinación. Separación unos de otros y subordinación de los primeros a los segundos. El clasismo es evidente, desborda. Quien conoce a un maya, quien de verdad se lleve con una persona de origen maya, sabe las penurias que pasa al vivir a una ciudad que lo desprecia por hablar dicha lengua, y por su color de piel. Los mayas incluso buscan negar que lo son porque “los de Mérida” los tratan con un inconfundible desprecio.

¿Por qué no hay lugar en la glorieta para los mayas? ¿Por qué hay lugar para los conquistadores?

Para cambiar las vinculaciones, es necesario reconocer la verdad histórica, reconocer que hay una espada en la ceiba. Reconstruir el Tejido Social de nuestra amada Mérida, una ciudad que cada vez pierde más su paz, requiere reconocer la verdad histórica, con sus defectos y sus logros, sin mitificaciones y sin sobre proteccionismos.

No se trata, ciertamente, de mitificar ni a los mayas ni a los españoles. Se trata de reconocer la humanidad de cada uno y aceptar la histórica verdad de que, una civilización por demás avanzada que la otra, se impuso por medio de la fuerza, el terror y la opresión sobre otros seres humanos. Que se les arrebataron sus tierras, mataron a sus mujeres o las violaron y que además los relegaron. Sin poner catalogaciones modernas, esto fue lo que pasó, tal cual. Murieron miles. Fue una auténtica matanza.

¿Qué se necesita para tener nuevos vínculos con los mayas? Se requiere un acto de contrición muy grande para reconocer el mal tan grande que se les hizo, sin importar si ellos eran buenos o malos, y reconocer igualmente los grandes males que se les están haciendo hoy en día. Es necesario poner la espada en la ceiba. O al menos una ceiba acompañada de un maya y un conquistador.

Así, se debe llegar a un acuerdo: “...la participación individual o colectiva en las decisiones que afectan la vida personal y social de una comunidad.” (Ibid.)

Y sí, concuerdo con el parecer de Carlos, sería excelente el cambio de los nombres de todas y cada una de las calles. Pero creo, humildemente, que esto no debe hacerse al estilo de quien gana una demanda de derechos humanos. Debe hacerse más bien desde la participación social, desde un ejercicio ciudadano participativo que recupere la historia de nuestra bella ciudad y estado y nos lleve a tomar, a todos (con consulta o por otro medio), el acuerdo más integrador y reconstructivo para nuestra sociedad.

Por que no podrá haber verdadera paz y armonía en Mérida, ni en ningún lugar hasta que no tendamos puentes de diálogo y reconocimiento mutuo, y no imposiciones de uno u otro lado, sin importar las intenciones detrás de los argumentos.

Investigador, Formador y Asesor político
Licenciado en Derecho por la Universidad Marista de Mérida
y Maestro en Gestión de Empresas de Economía Social por la
Universidad Iberoamericana de Puebla.

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