de

del

Rafael Robles de Benito
Foto: Especial
La Jornada Maya

Jueves 7 de junio, 2018

El cinco de junio se conmemoró una vez más, como desde hace décadas, el Día Mundial del Medio Ambiente. En esta ocasión, la ONU propuso como lema [i]Rechaza el plástico descartable[/i]. El hecho de que la ONU haya considerado necesario decir esto de nuevo, manda una señal muy poco optimista acerca de las relaciones entre la sociedad y su entorno: todos sabemos que los plásticos descartables han sido desde hace mucho tiempo una de las causas más conspicuas del deterioro ambiental; y no obstante, todos los seguimos utilizando, para múltiples propósitos, a veces a sabiendas, en otras ocasiones sin pensarlo demasiado, y aún en otras porque nos lo imponen quienes nos ofrecen bienes diversos de consumo.

El caso de los plásticos descartables, o desechables, es desde luego paradigmático, pero es también un ejemplo frustrante de que construimos un entramado social como si existiéramos fuera del ambiente, como si el mundo, como decía Ciro Alegría, fuera “ancho y ajeno”. Frecuentemente les he dicho a mis estudiantes que esta visión del afamado novelista y periodista peruano es afortunada, en tanto que nos hace entender que el paisaje es un constructo social, que acota territorialmente el ámbito de nuestra relación con el entorno. Hoy, paradójicamente, exploro una lectura diferente: Ni es tan ancho el mundo, en tanto que no admite que le llenemos de todos los residuos de nuestro carácter productívoro (no somos solamente omnívoros, sino que también consumimos los productos de nuestros procesos de transformación de la naturaleza); ni nos es tan ajeno, en tanto en que todo lo que hacemos en el mundo cambia la circunstancia que habitamos, y en una dialéctica ineludible, cambia las condiciones de nuestra vida.

A lo que voy es a tratar de decir que los problemas relacionados con el ambiente no van a resolverse únicamente a partir de lidiar con los efectos de lo que hacemos: dejar de usar plásticos desechables no ayuda gran cosa, si se siguen produciendo; migrar a formas pretendidamente sustentables de generación de energía, tampoco ayuda gran cosa, si seguimos desperdiciando energía (por ejemplo, calentamos el agua a tal grado, que después tenemos que añadir agua fría para soportarla); de poco sirve verificar las emisiones de los automóviles, si les forzamos a arrancar de casi cero cada breve tramo, interrumpido por topes y barreras similares; recoger el sargazo de las playas –cosa que puede contribuir a que los turistas que visitan el Caribe mexicano se sientan más cómodos, y dispuestos a volver– en poco contribuye a solucionar el hecho de que la modificación del clima cambie también la distribución del sargazo en la mar; y tirar año tras año arena en las playas erosionadas poco hace por evitar la continuación de la erosión.

Deberíamos poner la mirada más bien en cuanto a cómo funcionamos como sociedad, cómo producimos satisfactores, y sobre todo, cómo los distribuimos, qué hacemos con los residuos que generan nuestras actividades, cómo encontramos vías de satisfacción de las genuinas necesidades humanas de una forma tal que garanticemos que se podrán satisfacer también las de las generaciones futuras, en una palabra, cómo nos relacionamos con el ambiente de tal forma que dejemos de ser el organismo más amenazador que ha conocido la historia de la vida en nuestro planeta.

El cinco de junio debe servirnos para pensar en esto. No encontraremos soluciones definitivas, ni totales, pero al menos podremos hacernos las preguntas pertinentes, y reflexionar acerca de qué podemos hacer para contribuir a la vida social con respuestas relevantes, positivas, y puestas con la mira en el futuro. Porque de lo que se trata es de construir un hoy que tenga, en efecto, futuro. Hoy parece que esto no está tan claro. Hoy parece que el futuro no es una aspiración, o una posibilidad, sino un espejismo que puede perderse en cuanto demos pasos hacia él.

Ojalá que este día mundial del medio ambiente nos sirva a todos para pensar en qué estamos haciendo, para garantizar un entorno que asegure la sobrevivencia de nuestros descendientes; pero muy particularmente, que los señores (ya no hay señora) que pretenden ponerse encima la banda presidencial, acaben por entender que la cosa ambiental es el pilar sobre el que descansan todas las decisiones que atañen al desarrollo. En tanto el medio ambiente continúe siendo una cuestión accesoria, una externalidad al mundo económico, seguiremos inexorablemente avanzando al deterioro, y la sustentabilidad continuará siendo únicamente un bonito sueño. Ojalá la próxima administración tenga los arrestos, y el espíritu innovador y atrevido, de poner a la política ambiental en el papel de la rectora del resto de las políticas públicas. Lo dudo.

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