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Carlos Luis Escoffié Duarte
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Jueves 7 de junio, 2018

Aunque las ganas no faltaron durante mi adolescencia, no soy periodista. Así que hablo desde mi oficio de lector cuando digo que una sección de artículos de opinión cumple su objetivo cuando se convierte en escenario de debate. Por eso, agradezco a Felipe Escalante Tió la lectura de mi artículo [i]Sembremos más que una ceiba[/i], así como haberse tomado tiempo para escribir su contrarréplica [i]Entre la memoria y una ceiba[/i]. Le correspondo, nuevamente, para hacer algunas precisiones respecto de lo que dije y lo que no dije en mi oportunidad.

En mi texto pasado, di respuesta a los comentarios que usted hizo en su artículo "Y sembremos una ceiba…" respecto a la propuesta de cambiar las estatuas de los Montejo en la avenida principal de la ciudad por un árbol autóctono. Cuando dije que el gran ausente era el Pueblo Maya, me refería a una ausencia en los argumentos que usó en su primer artículo para desestimar esa alternativa. No fue un comentario hacia su trabajo en [i]La Jornada Maya[/i], ni mucho menos hacia ese periódico en lo general. Desde que tuve la oportunidad de conversar con Fabrizio León cuando arrancaba este medio, he constatado la preocupación y el compromiso con la perspectiva maya en el periodismo que ejercen. Y si, como usted bien señala, había estado "inactivo", se debió a causas de diversa índole, no relacionadas al medio. Hasta aquí dejaré de aburrir a quienes leen, que si han decidido dedicar su tiempo a estas líneas es por el tema de las estatuas.

Otra cosa que nunca dije es que borremos fragmentos de la historia. Me parece que su artículo parte de una disyuntiva que no existe realmente: entre elegir si seguimos rindiendo odas a quienes fundaron una ciudad a partir del dolor ajeno, o si borrar y negar la presencia española en el presente yucateco.

Digo que se trata de una falsa disyuntiva debido a que mi postura no fue un vituperio en contra de los españoles o de Europa. Si no fui claro, pido disculpas. Pero en mi artículo justamente separé la idea de "invasor" de la de "español". Tampoco propuse borrar el pasado. Por el contrario: la propuesta va encaminada a recordar que la historia de nuestra sociedad no empezó el seis de enero de 1542, sino mucho antes. No es "avergonzarse" de "nuestras raíces", sino reformular cómo contamos y entendemos los momentos más importantes. Así que la propuesta no "se acerca al fascismo", ni es Susanita. Me parece, más bien, que demeritar esa relectura podría ser meritorio de alguno de esas dos calificaciones.

El ejercicio de la memoria implica plantearnos preguntas del pasado, pero son preguntas que planteamos siempre desde el presente. Las respuestas que buscamos parten de necesidades del hoy. Eso ocurre tanto a nivel individual como colectivo. No es un proceso estático, sino dinámico que implica acentuar elementos diversos de nuestra historia atendiendo a los eventos actuales que buscamos comprender.

Bajo esa lógica, por supuesto que me preocupan manifestaciones como las estatuas de los Montejo. Refuerzan la idea de "aquí no había nada antes". Afirman que Mérida es la "Ciudad Blanca" que ha sido erigida de las virtudes de un grupo determinado, librándonos del "pasado" "primitivo" de la cultura maya, a quienes se les recuerda –en el mejor de los casos– con una nostalgia acompañada de satisfacción por haberlos “superado”. Plantean que el futuro debe ser la imposición de un modelo de vida determinado sobre cualquier otro, debido a que esa es "nuestra identidad".

Teniendo esa narrativa tan arraigada en nuestra sociedad, por supuesto que es comprensible que empresarios y funcionarios vean como capricho que gente de una comunidad no quiera vender sus tierras para construir espacios comerciales o zonas residenciales para clase media-alta. Por supuesto que se entiende de dónde viene la idea de que "haiga sido como haiga sido", lo importante es que el proyecto de ciudad de quienes habitan el norte de Mérida logre desarrollarse sin obstáculos. Por supuesto que es comprensible y por supuesto que se entiende de dónde vienen estas lógicas. Pero son alarmantes y están generando más discriminación y marginación. Y es por eso que debemos replantearnos cómo nos entendemos como ciudad, estado, país y región: como un devenir histórico unilateral, rígido, lineal y firmemente progresivo, o como uno plurinacional, pluricultural, complejo, entrecruzado e incluso conflictivo, pero que puede ser sinérgico.

No hay nada de malo en aceptar que somos una sociedad que ha partido del conflicto entre sus miembros. Más bien, debemos hacerlo para reencontrarnos y reconocer que el futuro que anhelamos sólo será cuando todos sean tratados como personas. Para eso debemos erradicar como opción la imposición de unos sobre los otros. Y para eso debemos recordar cómo ha sido la historia cuando así lo hemos permitido. La idea de "Mérida no era nada hasta los Montejo", que es la narrativa implícita de esas estatuas, minimiza lo ocurrido y propone indolencia ante lo que ocurre.

[b]Mérida, Yucatán[/b]

[b][email protected][/b]


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