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Carlos Luis Escoffié Duarte
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Martes 5 de junio, 2018

El viernes primero de junio, Felipe Escalante Tió publicó en [i]La Jornada Maya[/i] el artículo en que criticaba una iniciativa hecha por estudiantes del Centro Peninsular en Humanidades y en Ciencias Sociales de la UNAM. El gran aporte de los estudiantes fue revivir la discusión alrededor de las estatuas de los Montejo sobre el paseo que lleva sus apellidos. La propuesta de Escalante Tió, me parece, fue revivir un discurso negacionista, confundiendo los motivos y soluciones propuestas por quienes creemos que esas dos estatuas debieran ser removidas. Agradeciendo la iniciativa al diálogo de Escalante Tió, deseo responderle en estas líneas.

Debemos distinguir entre el “juzgar” a un personaje histórico en el sentido moral-religioso del juzgar la razonabilidad y la justicia detrás de un monumento. Es evidente, como entrelíneas entiendo que señala Escalante Tió, que no podemos “juzgar” a la persona de Francisco de Montejo con estándares éticos actuales. No tiene caso definir si fue “buena” o “mala” persona, o si “está en el cielo o en el infierno”, desde la perspectiva judeocristiana. Por supuesto que la invasión española parte de un contexto y que los actores son producto y síntoma del mismo.

Sin embargo, sí que nosotros tenemos algo que decir hoy día de las perspectivas y acciones del pasado. Coincido con Escalante Tió cuando señala que “los valores de las sociedades son cambiantes”. Es precisamente por eso que debemos reevaluar el pasado, tomando decisiones acerca de qué modelo de sociedad queremos construir hoy para un futuro, al menos, medianamente mejor.

Me parece que el gran ausente en las valoraciones de Escalante Tió –y de muchas otras voces al abordar el tema– es el Pueblo Maya. Los despojos sistemáticos en contra de comunidades como Homún, Chablekal, Santa Gertrudis Copó y Kanxoc, entre otras, así como la discriminación social e institucional en contra de los indígenas es producto de estructuras, discursos y prácticas nunca resueltas del período colonial. Se han agregado nuevos factores, por supuesto. Pero la lógica es la misma: “ustedes nos sirven siempre y cuando sean nuestros albañiles o quienes limpian nuestras casas. Pero no nos estorben cuando queremos vivir más cómodos, porque no vayan a confundirse. Esta no es su ciudad”.

Todos los personajes históricos tienen su luz y sombra, pero hay personajes que superan a las personas que fueron y se convierten en símbolos. Un ejercicio sencillo evidencia eso: ¿Cómo explicar que a nadie se le ocurre levantar odas pétreas a Hernán Cortés? ¿Por qué incluso los libros de la Secretaría de Educación Pública (SEP) lo vinculan a la avaricia, el despojo y la dominación? No es un juicio canónico al personaje de Hernán Cortés: es una narrativa que envía el mensaje del dolor y sufrimiento que genera la dominación del ser humano a manos de otros.

La violencia en nuestro país no sólo parte de la pobreza y la necesidad, sino a partir de relaciones de poder. Nos ha llevado a donde estamos la normalización de la idea que debemos elegir a qué grupo pertenecer: los que dominan y aplastan a otros o los dominados y aplastados.

Los Montejo –no las personas físicas que fueron Francisco padre e hijo, sino los símbolos– representan una narrativa clara: el “progreso” justifica que unos se impongan sobre otros, que las decisiones autoritarias pueden ser justificadas si acomodan a un sector y que existe un modelo fijo de “ciudadano” al cual debemos permanecer para ser tomados en serio.

Retomo mi pregunta para Escalante Tió: ¿Qué diferencia hay entre Hernán Cortés y Francisco de Montejo? ¿Que uno –por razones imaginables– fue ignorado en la edición de los libros de la SEP?

Como hombre, blanco, heterosexual, no-indígena, sin discapacidad, convencionalmente sano, con techo en un asentamiento no-irregular y nacional del país que vivo, sé lo fácil que es confundir una estatua con la normalidad. La historia impuesta en las calles nos hace creer que es correcto algo fundado en el dolor ajeno. Y es sumamente difícil deconstruirse.

Y sí, señor Escalante Tió: el caso concreto nos puede llevar a confrontar y a cuestionar otros monumentos y espacios de nuestra ciudad. Personalmente creo que sería un acto de justicia que la colonia Díaz Ordaz sea renombrada por “Estudiantes de Tlatelolco”. No hay que tenerle miedo a esos procesos. No sólo es normal repensarse como sociedad: es sano. Más cuando las estatuas de los invasores –no digo españoles, porque no toda España apoyó la Conquista, ni representa a los españoles que llegaron en el Franquismo y en tiempos recientes– no fueron colocadas tras consulta a los mayas que viven en el municipio de Mérida: fueron producto de la ingenuidad y falta de reflexión de un ex alcalde –otro hombre, heterosexual, no-indígena, sin discapacidad, convencionalmente sano, con techo en un asentamiento no-irregular y nacional del país en el que vive– que no se ha enterado que vive en una sociedad que va más allá del Remate de Paseo de Montejo.

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