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Rodrigo González
Foto: Especial
La Jornada Maya

Jueves 24 de mayo, 2018

John Pearson es un autor inglés que escribe para un nicho muy específico: lo hace, básicamente sobre crímenes y criminales. Una de sus novelas, [i]Painfully Rich: the Outrageous Fortunes and Misfortunes of the Heirs of J. Paul Getty[/i], fue adaptada al cine por el guionista David Scarpa y dirigida por Ridley Scott en un año muy ocupado para don Ridley, que no solamente estrenó esta película, si no que además fue productor ejecutivo de [i]Blade Runner 2049[/i] y director y productor de [i]Alien: Covenant[/i].

La película en cuestión nos narra los infortunios vividos por una de las familias más poderosas del mundo tras el secuestro en Roma en 1973 del nieto de la dinastía, John Paul Getty III y la miserable personalidad de su abuelo quien se negaba a pagar el rescate.

El guión de David Scarpa logra hilvanar secuencias con una punzante línea dramática, secuencias que son muy bien aprovechadas por Ridley Scott y sus actores, en especial aquellas donde Michelle Williams y Christopher Plummer intercambian sus convicciones sobre la familia, el poder y el dinero, y las implicaciones morales que éstas convicciones dejar salir a lo largo de la cinta.

La película no falla donde pudo haberlo hecho, en general todos los actores salen airosos en sus acometidas, la música de Daniel Pemberton (que ya se había lucido con el score de Operation U.N.C.L.E en 2015) crea las atmósferas correctas e incluso, el homenaje de Ridley Scott a [i]La Dolce Vita[/i] de Fellini en la secuencia inicial nos anunciaba un banquete cinematográfico que sin embargo, termina como un esfuerzo que más bien sabe a platillo recalentado, regresado por el cliente a la cocina y arreglado de súbito.

Fue justo el año pasado cuando el movimiento #MeToo, el más poderoso de Hollywood de los últimos años cobró fuerza y se manifestó de una manera exponencial e inmediata en todos los ámbitos y medios de la industria. Además del escandaloso caso de Harvey Weinstein, otros actores y productores también se vieron señalados. Kevin Spacey fue sustituido en el papel de Jean Paul Getty por Christopher Plummer habiendo terminado de filmar todas sus escenas debido a las acusaciones de comportamiento sexual indebido con un actor cerca de 20 años atrás. Al al poco tiempo la serie insignia de Netflix, House of Cards, confirmó una sexta temporada, pero ya sin el personaje de Spacey.

A pregunta expresa, Ridley Scott afirmó que la razón por la que había despedido a Spacey de la película había sido porque las acusaciones contra el actor iban a perjudicar enormemente a la cinta y a todos los que habían trabajado en ella. Pero en ningún momento habló del peligro que representó (si es que así fue) el comportamiento de Spacey para otros actores o miembros del crew ni tampoco dedicó un pensamiento solidario para las supuestas víctimas. Sin embargo también llegó a afirmar que él sí tenia conocimiento previo desde dentro de la industria, de los avances y comportamiento que Spacey solía tener hacía otros actores, pero ese conocimiento no le impidió contratarle para el papel.

Y entonces ¿en qué momento hacer lo políticamente correcto es lo correcto? ¿Cuándo ya hay acusaciones masivas en contra de alguien o cuándo solo tú sabes información que, por sacarla a la luz pública pondrías en riesgo tu trabajo y proyecto? ¿O quizá simplemente debemos separar al artista y al arte de la vida privada y dejar que la justicia se haga cargo? Todos debemos ser responsables de nuestros actos, todos, incluyendo a Kevin Spacey, Harvey Weinstein, Woody Allen y cada persona que amparada en una posición de poder haya cometido abusos en contra de alguien vulnerable, sea hombre o mujer. Esa responsabilidad sin embargo, creo que debe ser dirimida en los tribunales, y no en la desquiciante plataforma que ofrecen las redes sociales para el linchamiento.

Dice el personaje de Jean Paul Getty: Cuando un hombre se vuelve rico, tiene que lidiar con los problemas que le trae la libertad. Y no le falta razón, los ricos y poderosos de la industria del cine tienen que lidiar ahora con los problemas que les da la libertad de escoger, pero no escoger entre sumarse tramposamente a un movimiento del que ellos son el peor síntoma o correr a un actor para salvar la taquilla de su siguiente proyecto, si no entre salvar el arte o salvar la industria. Quizá llegó el tiempo del relevo y del cambio de paradigma. Quizá John Pearson escribiría una gran novela al respecto.

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