Campaña y candidato

Rubén Torres Martínez
Foto: Especial
La Jornada Maya

Miércoles 2 de mayo, 2018

Esta semana conoceremos finalmente las encuestas que reflejarán los movimientos en las preferencias electorales después del primer debate, ya con mediciones más certeras y con el tiempo suficiente de reflexión por parte del electorado. Observaremos entonces que los dos candidatos punteros terminaron sumando, mientras que el “ciudadano” Meade seguirá viendo cómo se alejan sus contrincantes. Hasta se puede conceder que el equipo de Meade ganó el post-debate; sus asesores lograron posicionar el tema de los departamentos de AMLO como tema de agenda y se mostraron eficaces al señalar que las propuestas de Meade son las más realistas y pertinentes para lo que requiere el país, sin embargo eso no bastó. ¿Qué sucede?

Varias explicaciones parciales pueden darnos una idea de lo que está pasando; primero está irremediablemente la marca PRI que pesa demasiado en la concepción del ciudadano de a pie como sinónimo de corrupción y no de honradez. Meade se ha formado, creado y crecido en esa cultura política priísta, que si bien no lo ha alcanzado directamente, sí lo vincula con esa generación de “nuevos priístas” que resultó ser la peor de toda la historia del tricolor. Anaya evidenció lo anterior, al pedirle durante el debate que aclarará su “siete de siete”, respecto a los escándalos de corrupción en el actual gobierno.

En segundo lugar, podemos señalar a su equipo de trabajo, una mezcla de jóvenes, y no tan jóvenes, tecnócratas que trabajan de manera forzada, y por ende incómodos, con priístas de la vieja escuela; un connotado priísta local de esa vieja escuela señalo: “mucho general y poca tropa”, y es que el tener más de 50 asesores en su equipo de campaña, provoca que Meade termine confundido sobre lo que debe o no debe hacer, decir, promover.

El debate puso en evidencia ese fenómeno donde el candidato ciudadano no atinaba a saber qué decir en qué momento. Ello es perceptible para el grueso de la población que ve en Meade a un candidato extraviado e inseguro, miedoso, dicen algunos de manera sarcástica. A lo anterior se debe sumar la orientación de la campaña y sus principales mensajes. Apostarle a jugar una vez más con el miedo de la población parece no estar funcionando y más bien al contrario termina restando al PRI y fortaleciendo a sus contrincantes; sea Anaya o AMLO, ambos han sufrido de campañas sucias por parte del equipo priísta, pero los golpes se han revertido.

Finalmente hay que añadir un cuarto y último elemento: la falta de empatía del candidato. Nadie podría negar la eficacia y profesionalismo de Meade como servidor público, como técnico burócrata que hace bien su trabajo, pero eso distancia mucho del político que sabe movilizar, que genera emociones, que conecta con las masas y por ende se las gana. José Antonio se encuentra en las antípodas del carisma político que alguna vez enunció el sociólogo Max Weber, como necesario para el hombre de acción.

Dados todos estos elementos, se tiene una panorámica de lo que podría explicar el consolidado tercer lugar de Meade. Es por ello que también comienza a hablarse de un “pacto de facto”, donde el candidato ciudadano termine declinando por Anaya con la intención de detener a AMLO. Meade ha dicho una y otra vez que él se mantiene hasta el final de la contienda, pero será interesante saber qué piensa su jefe en Los Pinos en cuanto vea las encuestas que conoceremos esta semana; esto abre nuevos escenarios y en varios sentidos.

Peña Nieto puede, indirectamente, acercarse a Anaya mediante el colmilludo jefe de campaña Jorge Castañeda, quien de manera muy tersa teje acuerdos desde hace dos semanas al incorporarse al equipo del frentista. Castañeda, conocedor de los hilos de la [i]real politik[/i], ha enviado mensajes y anzuelos que no deben pasar desapercibidos para los operadores priístas, y mucho menos para el presidente mismo.

Otra opción es acercarse, siempre indirectamente, al mismísimo AMLO; algunos priístas de la vieja escuela están operando en este sentido desde hace algunos meses, ante la inconformidad de que el candidato fuera Meade y no un militante priísta. Peña Nieto no ha querido pensar en esta posibilidad pero tampoco la ha rechazado.

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