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del

Rodrigo Gónzalez
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La Jornada Maya

Jueves 26 de abril, 2018

Hay ciertos momentos en la historia de cada persona en que surgen películas que se vuelven necesarias por una u otra razón. Pequeñas gemas que no sólo entretienen sino que logran sincronizarse con el latido de un individuo, de un país o de una sociedad entera. Recuerdo por ejemplo el estreno de The Matrix en 1999, justo cuando el mundo vivía aterrorizado por el infame rumor del Y2K y que a muchos nos hizo cuestionar la realidad en la que vivimos, no de una forma fantasiosa (no creo que vivamos dentro de una simulación hecha por una computadora) pero sí en un grado que nos llevó a querer ver qué había detrás del telón que conocíamos como realidad. Igual viene a mi cabeza salir de la sala del cine Río 70 casi a media noche de un miércoles después de ver Amores Perros y, mientras caminaba buscando un taxi, repetirme a cada paso y aún en estado de shock, “eso somos… eso somos…”.

Ayer tuve la oportunidad de ver La 4a Compañía, película mexicana dirigida por Mitzi Vanessa Arreola y Amir Galván Cervera, y no tengo la menor duda de que se trata de una de esas joyas. De una factura impecable la película nos cuenta, basada en hechos reales, la historia de Los Perros, un equipo de futbol americano creado al interior de la prisión de Santa Martha, con el objetivo de ser emblema de la readaptación social en el país. A la par, la cinta nos cuenta cómo de la mano del director de la cárcel, Los Perros son también La 4a compañía, un grupo de choque al interior de la prisión que controla los privilegios y sirve como brazo delincuencial del sistema policiaco del Distrito Federal, en ese entonces en manos de Arturo Durazo Moreno.

A través de los ojos de cinco personajes, los directores nos permiten adentrarnos en un México que sabemos que hasta el día de hoy existe. Nos muestra sin tapujos cómo desde hace muchos años el sistema penitenciario del país -uno de los peores del mundo- ha sido centro de reclutamiento, corrupción y delincuencia antes que ser verdaderos centros de readaptación.

Todo cabe: la brutalidad policial, la tortura, el tráfico de drogas, la prostitución, el cobro de impuestos y de privilegios al interior de la cárcel, el robo de vehículos, la complicidad con las autoridades. El Estado, controlando la criminalidad no para erradicarla, sino para usarla a su favor, creando un Estado de simulación donde la policía toma los datos de las víctimas del robo de un auto mientras escoltan ese mismo vehículo al interior de la prisión para cambiarle el número de serie y luego venderlo.
Lo fascinante de la cinta es que sus personajes no dan explicaciones, ni los presos ni el director de la cárcel ni el jefe de la policía. Todos viven y actúan asumiendo que ese es el estado de las cosas, su orden natural. La ética y la moral son meros rincones en el mundo de allá afuera donde no caben tantos y pocos sobreviven. El árbol no crece torcido nomás porque sí, dice uno de los protagonistas, cuando nos cuenta que fue su madre la primera que lo sorprendió robando y lo llevó a la correccional para que escarmentara.
Con un soundtrack de primer nivel y actuaciones impecables como la de Manuel Ojeda, la película echa sal en la herida y nos obliga a ver hacia todos lados -en momentos con una terrible sensación de abandono- para preguntarnos en voz baja “¿eso somos… eso somos…?”.
Y ante la incertidumbre y la desazón, nos invita a ver el país entero como una gran simulación de nuestra clase política, donde estudiantes siguen desapareciendo a manos del crimen organizado porque “estaban en el lugar equivocado”, pero sabemos que aunque atrapen a los homicidas van a llegar a una de estas cárceles, más como premio que como castigo y la justicia seguirá estando demasiado lejos de nuestras aspiraciones.
Ver La 4a Compañía es indispensable, porque se vuelve necesaria. Es una película valiente que invita a la vergu?enza de vernos al espejo, pero que también abre el tema al debate sobre lo que somos, pero sobre todo de lo que queremos ser, porque nos obliga a repetirnos como uno de sus personajes, Palafox, mi sombra también soy yo.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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