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Margarita Robleda Moguel
Foto: Sofía Castilla
La Jornada Maya

Jueves 5 de abril, 2018

Cuba y la península de Yucatán tienen una larga historia en común. En algún tiempo, en “ambos lados de la calle” solíamos decir “guagua” y “chévere”, antes de que entrara la televisión nacional y nos homogeneizara a los mexicanos con: autobús y “padre”. El bambuco y la trova nos hermana, junto con la humedad, la “heladez”, así como el gusto por la buena mesa y la charla picante y sabrosa.

Cuatro años transcurrieron desde mi última visita a la isla. El Congreso de Lectura: Para leer el Siglo XXI se realiza en la Habana, Cuba, cada dos años, y mi participación anterior fue en el 2014. Cuatro años se dicen rápido, pero en ésto han ocurrido muchos cambios, sobre todo relacionados con el acceso a internet, pues hoy las calles están llenas de personas con celulares, en especial jóvenes.

Las preguntas me brincan una tras otra, por ejemplo ¿de dónde llegan estos aparatos si no existen tiendas?, ¿de los parientes en el exilio?, ¿del mercado negro?, ¿de intercambios de favores?, y después, ¿cómo lo alimentan? Como turista padecí el ayuno.

Cuesta trabajo reconocer la adicción. En el hotel el costo de una tarjeta con duración de una hora es de 4.50 CUC (moneda cubana), aunque en otros hoteles se podía conseguir otras a 1 CUC, pero no funcionaban en mi hotel. Ante la pregunta de cómo lo alimentaban, me platicaron que hay una oferta de que, si en el extranjero te depositan 20 dólares, la compañía te abona 30 más para ser utilizados en un mes.

Se ve más dinero circulante, hay más consumo en restaurantes y bares, a los que no podían entrar, producto de las actividades comerciales que ya pueden realizar, como transformar su casa en un sitio de hospedaje, abrir un restaurante, denominados “paladares”, utilizar su carro como taxi, entre otros. Pero también, esto quiere decir mayor consumo sin haber aumentado la producción, y es así como comienza a surgir otro tipo de carestía: ahora no es sólo la complicación de llevar comida a casa, sino que, al tener una pequeña casa de huéspedes, un “paladar”, se multiplican las bocas para alimentar, por lo tanto aumenta el tráfico de alimentos, y así se incrementa el mercado negro, suben los precios y los otros, los que carecen de estos ingresos extras, lo padecen.

En el aeropuerto de Cancún se ve la enorme fila de mercancía en fila rumbo a la Habana. Aires acondicionados, abanicos, televisores, llantas de automóvil, entre otros. La mayoría de las maletas y bolsas vienen bien forradas de plástico. Según me enteré, los cubanos tienen cierta cantidad de dólares que pueden gastar al año y que introducen al país sin pagar impuestos. Cubana de Aviación les da una tarifa preferencial para transportarlos, de lo contrario, sería un dólar por cada kilo extra.

Al llegar tuvimos que esperar en el aeropuerto de la Habana una hora y media para que el equipaje saliera. Me llamaba la atención la paciencia y tranquilidad que manifestaban los locales. Los extranjeros, sin haber entrado al “tiempo de la isla”, nos movíamos en busca de respuestas que, por supuesto nadie tenía. Más tarde me enteré que primero sale el equipaje de los vuelos de Europa, después los de los otros países y por último los de la línea local. Mi preocupación era por la persona que había ido por mí, con cuatro horas de espera corría el riesgo de no tener transporte al hotel. La gentileza y jovialidad de mi joven taxista me dijo que esa es la historia de cada día.

Cuba, como dijeron los académicos del congreso, “no es el paraíso que soñamos, ni el infierno del que hablan algunos… es el purgatorio”. Nunca sabes con qué traba o carencia del día te puedes topar, sin embargo, a partir de todas las limitaciones surgen, también, todas las abundancias, y en este país, abunda el talento, el conocimiento, la erudición, las especialidades, la solidaridad y la terca esperanza.

Impresiona la cartelera cubana que va desde un congreso de seguridad radiológica y nuclear, la VI Conferencia Internacional de Bomberos o el III Taller Internacional de Mujeres Empresarias. Nosotros llegamos desde 15 países al Congreso de la Lectura, que cada dos años convoca la doctora Emilia Gallego Alfonso a partir de la frase de Martí: “Se ha de conocer las fuerzas de mundo para ponerlas a trabajar”.

Cuba es mucho y no cabe en una entrega. Tengo mucho que compartir de lo que “leí”, en estos días, sobre este zarandeado y revitalizador siglo XXI.

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