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Luis Antonio Blanco Cebada
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Miércoles 28 de marzo, 2018

En mi artículo anterior (23 de marzo) reflexioné sobre la violencia cotidiana casi invisible a nuestra mirada: la violencia simbólica. ¿En qué otros espacios de la vida en común se manifiesta la violencia simbólica? Expondré brevemente seis experiencias.

1. El mes pasado mi compañera fue al ISSSTE para hacerse el papanicolaou. Antes de entrar a la sala le hicieron una entrevista, indagando sus generales. Empero, hay una pregunta que nos llamó la atención: ¿Cuántas parejas sexuales ha tenido? La interrogante forma parte del formato de “Solicitud y reporte de citología cervical” el cual, en su apartado 19, “Factores de riesgo”, contiene cuatro variables. Una de ellas, la segunda, dice: Múltiples parejas sexuales. ¿Cuánto es múltiples parejas sexuales? ¿Es indispensable hacer, y responder, a esta pregunta? No sería mejor preguntar si se ha protegido de enfermedades venéreas cuando ha tenido sexo.

2. En alguna investigación realizada hace algunos años, Sara Sanz y yo entrevistamos a la doctora del Centro de Salud de nuestra localidad, un municipio rural en el centro de Quintana Roo. La médico afirmó que no le gustaba revisar a las mujeres, la mayoría indígenas, porque olían feo. De igual modo, nuestra sorpresa fue mayúscula cuando la delegada del Instituto Quintanarroense de la Mujer en el pueblo nos dijo que si a las señoras les pegaba el marido era por su culpa, pues “si ya saben que viene cansado y de mal humor, ¿por qué no le tienen lista la comida?”. Ambas funcionarias, como las que hoy trabajan en el ISSSTE.

3. Mónica tiene un niño de cuatro años, estudió diseño gráfico, es dueña de un negocio de tatuajes -ella misma es un tatuaje vivo, danzante-, lee, dibuja y participa en la vida comunitaria haciendo arte colectivo en las paredes: a Mónica también le gusta el graffiti. Silvia y Mónica grafiteaban una pared en la ciudad de Mérida una tarde sabatina. Dos hombres adultos pasaron junto a ellas: “buenaas nochesss”, dijeron. Las chicas saludaron: “buenas noches”. En menos de tres minutos, el par regresó para decir, ahora con más empeño y “con la carita de morbosos que nada más no pueden con ella”, me contó días más tarde: “¿Qué hacen bonitas?, buenas noches”. ¿Acaso ellas dieron pie para empezar una conversación? ¿Solicitaron algún piropo? ¿Porque son mujeres con tatuajes trabajando una pinta en la calle merecen el acoso?

4. Mi vecino priísta no concibe que Vila se esté colocando a la delantera en Yucatán, según las últimas encuestas. Discute sobre la metodología, sin saber del tema. Piensa que mi comentario es a favor de Vila, cuando no fui yo quien hizo la encuesta. Le comentó que los partidos políticos deben generar planes de trabajo, identificando los problemas locales sustentados en estadísticas; y a la par, crear estrategias de marketing más allá del consabido obsequio de camisetas. Quizá eso le esté faltando al PRI, comenté. Me llama chairo. ¿No es es el debate el motor de la democracia? ¿O usaremos siempre descalificativos y groserías para quien no piensa como yo?

5. A mi sobrina le gusta el fútbol. Un día, los niños la golpearon con la pelota. Ella dice que sintió cómo el infante la miró, le apuntó y disparó hacia ella. “No fue sin querer”, le dijo a la maestra. Entonces el profesor de educación física y su profesora le indicaron que no juegue con niños, que son bruscos; ella es niña y es mejor estar con sus amigas. ¿No es este el mismo argumento que esgrimen los jueces cuando un hombre agrede a una mujer? ¿Es ella quien se lo buscó por estar vestida así, por caminar sola y de noche, por beber cerveza con hombres?

6. Estos son ejemplos de violencia simbólica: dominación con consentimiento. Otro es considerar que hombres y mujeres tenemos capacidades intelectuales y físicas diferentes por el hecho de poseer aparatos sexuales distintos; de esta manera es que hombres y mujeres son sexuados, que no sexuales (según la misma autora). O que la edad es una variable monocausal para realizar segmentaciones de estudios sobre salud sexual y reproductiva; dejando de lado la formación académica, el ingreso económico, y/o el acceso al internet, como si todos los adolescentes de entre 15 y 18 años pensaran de forma semejante debido únicamente a sus años.

¿Qué puede hacerse para erradicar estas conductas perjudiciales a la luz del buen entendimiento entre ciudadanos del siglo XXI? Además de estar atentos de nuestros propios actos en vida cotidiana –de la forma en como usamos la lengua, por ejemplo– es loable estar pendientes del establecimiento en Yucatán de un Consejo Contra la Discriminación, como lo marca la ley desde el 2009, según señaló Ligia Vera Gamboa, quien es investigadora del Centro de Investigaciones Regionales, Dr. Hideyo Noguchi, además de miembro del Consejo Municipal contra la Discriminación.


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