de

del

Felipe Escalante Tió
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Viernes 19 de marzo, 2018

[i]Ruido como sables,[/i]
[i]ruido enloquecido,[/i]
[i]ruido intolerable,[/i]
[i]ruido incomprendido.[/i]

Joaquín Sabina

Víscera equivocada: El reclamo parece escrito más con el hígado que con el cerebro; al menos por la redacción, prácticamente carente de signos de puntuación y tildes; además, la bicromía rojo/negro es casi siempre indicativa de enojo. Ignoro a quién atribuirle la autoría, aunque la encontré en el muro de Facebook de un locutor de radio, y ya ha sido compartido un buen número de veces.

Encuentro cuatro ideas, en lo confuso del texto: 1) El centro de Mérida “no es un geriátrico” y los vecinos que protestan por el ruido debieran largarse a restaurar ranchos y haciendas; 2) el espacio le pertenece a músicos, diyéis, bares, restaurantes y foros que quieren seguir haciendo ruido… o música; 3) ¿las autoridades pretenden entregarle el centro a los “baby boomers”?, y 4) “apoyo total a todos los negocios que generan empleos mientras otros solo piensan en dormir”.

Mérida, lamentablemente, es una ciudad en la que la contaminación auditiva está normalizada. En cualquier rumbo de la urbe es posible encontrar una casa de empeños, una gasolinería, un negocio de venta de pollos asados, una farmacia o una tienda de conveniencia intentando atraer consumidores con un equipo de sonido a todo volumen, como si ésta fuera la única estrategia de mercadotecnia efectiva.

Están también los camiones repartidores de cilindros de gas, los autobuses con el escape abierto y los frenos sin mantenimiento que chillan en cada alto, las escuelas en las que se llama a los niños con megáfono a la hora de la salida, y por supuesto los conductores encantados de compartirnos su música (lo mismo "La del moño colorado" que "Felices los cuatro" o a Led Zeppelin) gracias al poderoso autoestéreo, junto con un par de cadenas locales de bares que se anuncian como muy tradicionales.

Los vecinos del Centro Histórico, que los hay, y muchos, tanto meridanos de varias generaciones como recién llegados nacionales y extranjeros, toleran esta contaminación y más. Al perifoneo del bazar García Rejón debemos unir el tráfico, los paraderos de autobuses, la concentración de comercios con bocinas, los espectáculos organizados por las dependencias encargadas de la cultura, y ahora la música a un volumen excesivo de bares y otro tipo de negocios, hasta horas de la madrugada.

Lo cierto es que el Centro se encuentra en una dinámica mucho más activa que hace un par de décadas, cuando algunos extranjeros comenzaron a adquirir casonas en ruinas y restaurarlas, ante el abandono de sus propietarios; esto a mediados de la década de 1990. Bares y demás negocios de operación nocturna con oferta musical aparecieron después, mas lo que hay ahora es una pluralidad de usos del suelo en la zona que ya no puede ser omisa en la aplicación de los reglamentos municipales relacionados con el sonido. En pocas palabras, se necesita de la autoridad.

Los vecinos han sido mucho más prudentes que los que anuncian que seguirán “haciendo ruido”. Repetidamente han dicho que no buscan el cierre de negocios ni la prohibición de la música en vivo. Entonces tal vez deba buscarse el origen de las cancelaciones de algunos eventos ya programados en los empresarios, con tal de no pagar a los músicos y crear encono contra los habitantes del centro. Mientras, este estéril enfrentamiento entre baby boomers y millenials es alimentado precisamente por la desidia del Ayuntamiento.

Esperemos que pronto, de este problema, surja un nuevo esquema de convivencia en el Centro. Uno que permita que, entre negocios, vecinos y zona de espectáculos culturales, Mérida siga siendo una ciudad atractiva para todos.

[b]Lectura política[/b]

Los buenos deseos pueden estrellarse contra dos factores temibles: los tiempos electorales y los planes de quien resulte electo. En este punto, Víctor Caballero parece más atinado en su diagnóstico, al señalar que es un problema que rebasa al Centro Histórico. Renán Barrera lo atribuye al “exceso de actividades culturales”, por lo que habría que atribuirle, como creador de La Noche Blanca, la creación del problema. Pese al autogol, seguramente los meridanos no entregarán su voto al PRI por este asunto.

Invitemos entonces a la dirección de Cultura del Ayuntamiento y a la Secretaría de Cultura a la mesa, y prolonguemos la conversación de sordos, y el enojo de las partes.

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