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del

Giovana Jaspersen
Foto: Cortesía
La Jornada Maya

Viernes 16 de marzo, 2018

Una niña, rotunda, le agradece por carta a una articulista semanal de un diario por haberle enseñado a amar con sus textos. La articulista, quien sábado con sábado de 1967 a 1973 escribió crónicas para el [i]Jornal do Brasil[/i], era Clarice Lispector, y si bien sus incursiones en el periodismo fueron previas en otros impresos, fue la rigurosidad semanal la que marcó una de sus líneas más constantes, los textos de opinión. A pesar de su resistencia a ser descubierta y perder la intimidad que le regalaba la ficción, y de sus constantes disertaciones en torno al género periodístico, sus formas y objetivos, la escritora, que ya era popular por su literatura, declaró en más de una ocasión y desde la fascinación, cómo esta relación con el lector y la comunicación directa que tenía a través del diario era inalcanzable con los lectores de libros, más reducidos en número y mucho más impersonales en comunicaciones.

Lispector, respondió a aquella niña: “Gracias también en nombre de la adolescente que fui y que quería ser útil a la gente, a Brasil, a la humanidad, y que ni siquiera sentía vergüenza de utilizar esas palabras tan imponentes para sí misma”. Con la respuesta, mostró no sólo la niña que fue, sino una intención velada y añeja cumplida en el periodismo, ser de utilidad, servir. Esta asociación, constante al hablar de la información y los medios, ha sido menos resaltada en relación a los textos de opinión; pero hoy, en época de redes y datos, vale volver a ella y revalorarla, especialmente cuando tenemos millones de personas opinando siempre, de todo y todos desde lo virtual y, muchas veces, sin herramientas o argumentos, desinformados.

Leer opinión es hacer una pausa entre la tormenta de información, datos y discursos. Es fijar la vista en un subrayado fino entre los mares intempestuosos de palabras e imágenes. El siglo XXI y las redes no sólo nos han sobreinformado, nos ha alejado también del hábito de detenernos a observar y pensar, a analizar y preguntarnos, no hay un respiro entre tweet y tweet, nada, cuando vienen ya nuevos sucesos y otros más se generen en las redes. Sin embargo, los periódicos nos siguen regalando esa pausa.

Cuando este espacio semanal comenzó, y sin desprenderme del servicio público, pensaba en la utilidad de las palabras y todo lo que personalmente me han dado al refugiarme entre plumas y asomarme a sus ventanas. Con esa intención, sin tema ni consciencia inicial, mis semanas comenzaron a medirse en 5000 caracteres.

Pero el fenómeno real vino después, y en respuesta, al descubrir al otro con cada mensaje y concordancia. Cada correo, llamada, respuesta y corrección, consolidaron un empeño y una voz que yo misma no conocía, pues desde la academia tenía un timbre distinto. Ahí comprendí cabalmente que el texto de opinión sólo se activa por el otro y lo que en él se pueda desencadenar, no es dato aislado que informa, sino lentilla específica de hechos y situaciones, es prestar los ojos para ver aquello que se cree debe ser visto, señalado o denunciado.

Cuando alguien toma el texto y las letras como emblema y lo cuenta, lo comparte y difunde; es cuando se comprende el poder hacer sonar voces calladas, o celebrar aquello que construye cambios necesarios. Este espacio me ha dado la oportunidad, por ejemplo, de llevar de la mano a conciertos, museos y exposiciones, resaltando aquello que es fundamental en el paseo y que probablemente no se observa a primera vista. Así como he podido hablar de género y derechos humanos, de lengua, patrimonio, migración, pueblos originarios y cultura en sus más diversas y absolutas manifestaciones. Volver a la gente y nuestras cosas, escapando siempre de ser escenario de crítica o destrucción. Funciones similares, sin duda, a las del servicio público, pero mutadas en las letras. Sirvan las palabras prestadas de la misma Clarice cuando afirmaba “En la literatura de libros permanezco anónima y discreta. En esta columna de algún modo estoy dándome a conocer (…) Es que escribo al correr de la máquina y, cuando veo, revelé cierta parte mía. Creo que si escribiera sobre el problema de la superproducción de café en el Brasil terminaría siendo personal.” Y así ha sido, pues al escribir opinión, uno es en cada letra, imposible ocultarse detrás del pulgar o investidura alguna. Y a pesar esto, de que nos damos de a poco y en cada plana, en la vorágine que implica los días y que un diario salga, diario, es difícil enlazar las firmas con quien las pare. Por ello es de celebrar el experimento que durante la Filey [i]La Jornada Maya[/i] ha realizado, intención fiel de humanizar un medio y a sus personas con una agenda de encuentro entre colaboradores y lectores, y en el que hoy a las 16:30 horas tendré el gusto de participar. Pocas oportunidades hay de hablarle de frente al lector, mostrar el rostro y conocer el del otro, ser personas que se sirven, pero especialmente de honrarlas por ser diferencia y mostrar que hoy no sólo en Facebook se lee opinión. Gracias a los lectores, pues de ellos es el diario y su causa; sustento y razón, pretexto que mediante la palabra salva vidas; las de quienes escribimos y necesitamos detenernos frente al mundo convulsivo para comprenderlo, y que siendo niños también quisimos servir, sin ser entonces tampoco conscientes de lo imponente de nuestras palabras.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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