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Luis Antonio Blanco Cebada
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Jueves 8 de marzo, 2018

¿Cuáles son los beneficios que el modelo educativo intercultural ha generado en las comunidades de alta marginación en México? ¿Y cuáles son los retos que enfrentan actualmente? En el artículo anterior (1/mar/2018) señalé tres bondades: extensión de la educación superior, uso de técnicas y tecnologías armónicas con el re-conocimiento de las costumbres, y fortalecimiento de la lengua originaria. Habría que agregar dos más: las universidades interculturales (UI’s) han visibilizado los saberes locales, y han generado redes entre jóvenes estudiantes de las diferentes comunidades hablantes de lenguas originarias. Paralelo a ello, se suma un reto: el trabajo efectivo a favor de las comunidades.

En efecto, si bien México es de los países con mayor riqueza cultural y lingüística en el mundo, la misma se promueve por oficinas de turismo, tanto públicas como privadas, cuyo interés es ensalzar el folclor de “lo diferente” adscribiéndolo al plano del consumo colorido de las imágenes -cabe decir que las Instituciones de Educación Superior (IES), salvo las escuelas normales, tuvieron pocas intenciones hasta bien entrados los noventa de evidenciar la historia y cultura de los pueblos originarios-. Las UI’s, en contraparte, han hurgado en la historia de estas tradiciones, descubriendo una mayor complejidad simbólica en cada caso; véase para ilustrar, por ejemplo, la producción editorial de las UI’s.

La generación de encuentros estudiantiles, tanto al interior del país como con pueblos habitantes de otras naciones, ha permitido que se contrasten visiones del mundo, identificando convergencias y divergencias en las “maneras de hacer las cosas”, y en sus problemáticas. Reconocen que si bien existen diferencias linguísticas y culturales entre los pueblos, también éstas se han acentuado a raíz de las divisiones históricas, previamente configuradas por administraciones estatales, cuyo interés ha sido adscribir y reducir la cultura a un territorio, emergiendo así pequeños nacionalismos. Por ello, los estudiantes de las UI’s celebran, al reunirse, la des-articulación del mundo tal y como lo conocemos, proponiendo un nuevo territorio global, arraigado en lo local.

A la par, empero, existen retos que aún enfrentan los universitarios. Es común escuchar que sus aspiraciones no son propiamente trabajar con, y/o regresar a, las comunidades. La Universidad representa una oportunidad futura para retribuir económicamente a su familia, pero no necesariamente a partir de un compromiso comunitario, aunque existen distinguidas excepciones. Quizá esto tenga su origen en dos variables, a saber:

En primer lugar, existe por parte de las instituciones del Estado una tendencia cada vez más fuerte a delegar sus responsabilidades en las IES, so pretexto de apoyarlas a partir del otorgamiento de recursos derivados de la ejecución de proyectos. Las IES, ante la disminución del presupuesto federal en un 74 por ciento los últimos tres años (El Universal 23/11/17), asumen acríticamente la corresponsabilidad para efectuarlos. En este sentido, ¿pueden los estudiantes conciliar las exigencias de las metas gubernamentales, y su particular perspectiva del desarrollo, con las demandas específicas de sus comunidades? Mi hipótesis es que al generar productos al servicio del Estado, los estudiantes van consolidando una cultura que, a decir de Mateos Cortés y Dietz, “requiere nuevos cuadros universitarios que sirvan de enlace para el Estado-Nación en su política neoliberal de gobierno a distancia (…) con capacidades autogestivas de ‘bajar recursos’ y de ‘autoemplearse’ frente a un Estado cada vez más distante y ausente”.

Paralelo a lo anterior, habrá que indagar de qué manera los profesores influyen en los alumnos al representar un modelo “de comportamiento” y “de vida” a seguir. En ocasiones, se contratan profesionales que reproducen estereotipos patriarcales y discriminatorios, poco dispuestos al aprendizaje de la diferencia cultural. Es posible, entonces, que los estudiantes resignifiquen sus valores tradicionales ajustándolos al “habitus” -modo de vida- escolar dominante: un cierto autoritarismo que se nutre de una imagen exitosa, performance ilustrado por carros y celulares del año, viajes, casa nueva, ropa cara, etc. Debo decir que para pertenecer a la comunidad no es indispensable mantenerse en la tradición, pero tampoco es deseable la apropiación acrítica de modos de vida ahincados en el individualismo.
En este contexto, es menester impulsar pedagogías críticas, que conciban a la educación no como una mercancía, sino como una guía para re-conocer el mundo al analizar las tramas históricas locales, implicar a los actores sociales en las decisiones de las UI’s, y al dignificar a la cultura local discutiéndola. Habrá que ser críticos con los planes y modelos educativos instrumentados por el Estado y, al mismo tiempo, reflexivos con el propio ejercicio docente.

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