Carlos Mena Baduy
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya
Jueves 8 de marzo, 2018
Me decía el jefe de estudios económicos de un banco suizo, que México ya no tenía TLC desde que Trump anunció su reducción de impuestos. No puede haber un comercio justo cuando un país tiene condiciones económicas tan diferenciadas en elementos como tasa de interés, inflación e impuestos que son determinantes en la inversión y comercio.
La guerra comercial de hoy es el fondo, el cambio de prioridad en el gobierno estadounidense de protección al empleo y no a la dictadura del precio. La globalización fue un movimiento empujado por los grandes corporativos para lograr precios bajos y capturar porciones grandes del mercado en detrimento del empleo local.
El plan inicial del TLC era bueno, pues abríamos el comercio del campo con productos subsidiados de los Estados Unidos que iban a desplazar campesinos para ser absorbidos por las industrias estadounidenses que llegarían a México, habría más bancos para que floreciera la economía mexicana y aumentara el ingreso nacional para comprar más productos norteamericanos, pero todo se rompió cuando entró China a la OMC y los empleos americanos y mexicanos se fueron allá.
Hoy Trump se enfrenta a Wall Street y retoma la prioridad de empleo. Su estilo rápido y personal es igual al de Villa en la revolución, “primero dispara y luego averigua”, es así como anunció su rebaja de impuestos y hoy su aumento de aranceles al acero y aluminio. El dato interesantes es que el 80 por ciento de la producción de acero americano lo compran México y Canadá, pero ese costo a corto plazo no le importa, quiere revivir su industria para dejar de importar acero del mundo, aunque sea a mayor precio para el consumidor.
Insistir en sostener el TLC no va a cambiar la prioridad de Trump. Con firma o sin firma, con árbitros o acuerdos firmados, está claro que no existe la intención de desarrollar una relación de inversión y competencia justa o compartida.
De hecho, el TLC puede ser un arma de doble filo en el caso del acero porque, por un lado, quiere una integración más alta de Estados Unidos en la industria automotriz (piezas de acero) asegurando su producción, y por el otro, sube los aranceles encareciendo el acero de México para el resto del mercado norteamericano.
Revivir las industrias locales y proteger el empleo mexicano deber ser prioridad política nacional cuando el principal socio comercial hace lo mismo. Insistir en el TLC es necio e inútil.
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