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Hugo Martoccia
Foto: Infoqroo
La Jornada Maya

Lunes 5 de marzo, 2018

Han sido estos días difíciles para el gobernador Carlos Joaquín. En la alianza política que lo apoya hay un incipiente enojo por las formas utilizadas por el mandatario para sacar y poner candidatos en las listas de los Ayuntamientos.

El vasto mundo que hay más allá de la política también le trajo malas noticias: Quintana Roo está otra vez está en boca de todos los medios del mundo por cuestiones asociadas a la inseguridad.

Ambos temas son muy diferentes, pero comparten algo de fondo. Se trata una forma de gestión y operación política, una forma de enfrentar los problemas, que es el estilo del gobernador, y no termina de ser comprendido por la clase política local.

Dos personas que lo conocen prácticamente desde el inicio de su carrera, lo explican: hay en Carlos Joaquín una tendencia a permitir que los temas fluyan, que encuentren su propio camino y sus soluciones. Su historia personal es una confirmación de que eso es eficiente. La pregunta es: ¿En todos los ámbitos y las situaciones puede funcionar lo mismo?

Esa forma de actuar, dicen, confundió a probables candidatos y a funcionarios en ocasiones diversas. Y, llegada a un cierto punto, deja de ser efectiva para la clase política local, más acostumbrada a las palabras explícitas que a las órdenes tácitas.

Algo de eso está sucediendo en estos días en el estado.

[b]Conflictos internos[/b]

El caso de José Luis Toledo Medina, [i]Chanito[/i], agitó las aguas en la coalición de gobierno. En el PRD aún no entienden porqué el propio gobernador puso ese nombre en la mesa de la discusión para ser candidato en Cancún, y luego lo vetó.

Hay dos posibles explicaciones para ello. La primera tiene que ver con una suerte de “globo de ensayo”. Quizá el gobernador quería a [i]Chanito[/i] de candidato, pero tenía que ver cuál sería el impacto mediático de esa candidatura, por el reciente pasado borgista del diputado federal.

Según esa versión, el impacto que en medios nacionales como [i]Reforma[/i] y [i]Proceso[/i] tuvo el tema, no le gustó nada a Carlos Joaquín, que venía de sufrir varios días de malas noticias por la detención del ex titular de Sefiplan, Juan Vergara.

Pero en la misma alianza oficialista desconfían de esa versión. “La información a las columnas de [i]Reforma[/i] no llega sola. Es gente del gobierno que tiene contactos allí”, dicen. Se trataría, entonces, de una suerte de profecía autocumplida. Algo así como generar una información, para luego tomar una decisión basada en ella.

La otra versión del caso [i]Chanito[/i] es más compleja. Dice que el gobernador simplemente lo sacó de la política. Lo hizo retirarse del PRI, luego de Solidaridad, y finalmente de Cancún. El objetivo habría sido ése desde el principio.

Hay quien dice que por estas horas, el ex priísta está lo suficientemente convencido de esa última versión, como para animarse a dar la batalla electoral que tenga que dar, con o sin su nombre en las boletas.

El daño colateral de esta situación pegó directamente en los aliados del gobierno. Los perredistas han quedado molestos, porque se preguntan qué papel les cabe en la alianza oficialista.

La molestia llegó a su punto más álgido cuando el enviado del gobernador a la Ciudad de México (el que llevó la voz oficial del veto a [i]Chanito[/i]) Juan Carlos Pereyra, les dijo en la cara que apoyarían a Mara Lezama. “Es una afrenta; eso no se hace”, dijo un dirigente del Sol Azteca, “es un rompimiento de hecho con el PRD”.

Una parte de ese malestar ha llegado también al PAN. Muchos de sus cuadros adhirieron en su momento al proyecto [i]Chanito[/i], alentados desde el propio gobierno. Un dirigente panista dijo en las últimas horas: “Cuando se les complica la situación no les importa echar culpas o mentir”. Se refería a los operadores del gobernador.

Ése es el clima que impera hoy en el oficialismo.

[b]Crisis externa[/b]

Quintana Roo ha vuelto a la portadas de los medios del mundo por un hecho de violencia. La explosión en una embarcación de Barcos Caribe el 21 de febrero, y los artefactos explosivos encontrados el pasado jueves en otra embarcación, generaron una alerta de seguridad desde Estados Unidos y una advertencia de Canadá.

El tema tiene toda la seriedad que implican esos nombres; los dos mercados turísticos más grandes del estado.

Carlos Joaquín ha sido enfático, a su manera, en declarar que se trata de un tema de índole empresarial, y que así debe ser entendido.

Pero la forma en que se dirimen los conflictos dice mucho de las sociedades. Se supone que vivimos en un Estado de Derecho que nos impide resolver nuestras diferencias a balazos o bombazos.

Hay que ser claros. El debilitamiento de ese Estado de Derecho viene desde hace algunos años, y no es fácil recuperar. Pero ese mensaje, por verdadero que sea, no va a durar para siempre.

En todo gobierno que se inicia hay un tiempo en el cual el pasado es un aliado. Cuando ese pasado es el desastre que heredó Roberto Borge, se trata de aliado de gran valor. Pero tarde o temprano la sociedad se concentra en el día a día, y pide las explicaciones, y exige las soluciones, que demanda el presente.

Las versiones sobre estos hechos en Barcos Caribe son dispares, y van desde un simple enfrentamiento empresarial, hasta opciones realmente preocupantes, que conviene no divulgar irresponsablemente.

En ese contexto, un sector del gobierno se complace en difundir versiones a modo sobre lo que ha sucedido en estos últimos días. La reacción inmediata es hacer correr una versión extraoficial, y que luego el tiempo y el olvido resuelvan las cosas.

Se entiende la motivación y esa forma de actuar, pero los relatos de los gobiernos deben renovarse para tener frescura y ser poderosos. Las palabras se gastan cuando se utilizan una y otra vez. La literatura es el escenario natural de esa ardua batalla. Las formas de actuar se gastan aún más rápido.

Una versión muy difundida en la historia reciente dice que cuando el ex presidente francés Charles De Gaulle daba sus discursos ante el congreso, donde debía aludir a los grandes temas nacionales, siempre iba acompañado de su ministro de cultura, el afamado escritor Andrés Malraux, que lo ayudaba en sus discursos.

Cuando le preguntaban a De Gaulle el porqué de esa compañía, contestaba: “Es quien me protege de los lugares comunes”.

Carlos Joaquín deberá encontrar a su Malraux, para enfrentar un tiempo político que es, claramente, distinto al pasado reciente.

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