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Felipe Escalante Tió
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Lunes 5 de marzo, 2018

Lo recibí el sábado, en uno de varios grupos de WhatsApp a los que lo invitan a uno con otro propósito: “Hoy como católicos haremos equipo para sumarnos a la marcha en la que representaremos a la Familia, la Vida, el Desarrollo y la Justicia. Te invitamos formalmente para formar parte de esta. Te esperamos a las 4 pm en el remate de Paseo se Montejo [sic] junto con las miles de personas que al igual que tú, comparten los mismos valores. Jeans o pantalón cómodo y playera blanca. Ayúdanos a difundir por favor”.

Será que soy mal católico, porque mi primer impulso fue salirme de ese grupo; por otro, me tranquilizó ver que no había mayor respuesta. Me asomé por Paseo de Montejo horas después, ya que la marcha a la que convocó el Frente Nacional por la Familia había terminado.

Será que soy mal católico, porque no me siento representado por la organización convocante, cuyas propuesta principales son negar a las parejas homosexuales formalizar una unión ante la ley civil, y la potestad de adoptar.

En esta vida me he encontrado dos casos; uno fue el de un médico abiertamente homosexual, radicado en un municipio predominantemente maya del oriente del estado, a cuya puerta alguien abandonó a una bebé. Conocí al facultativo cuando la niña cursaba la secundaria. Hoy ella ejerce su carrera y tiene su propia familia. También, recientemente, hallé una pareja de varones que crecen a un niño con necesidades especiales de educación, y se trata de un infante sano, que recibe el cariño de tíos, abuelos y es aceptado y apreciado por la comunidad escolar en la que se encuentra.

Por supuesto, dos casos no son una muestra representativa. Solamente indican que en la realidad, independientemente de lo que digan las leyes, ya hay niños desarrollándose bajo la guía de padres y madres homosexuales, y su entorno es sano. ¿Quién soy yo, entonces, para negarles esa vocación, argumentando un plan divino?

Un sacerdote ya fallecido decía constantemente que Dios escribe derecho sobre renglones torcidos, lo cual implica admitir que los seres humanos desconocemos la voluntad divina para cada una de las personas presentes en este mundo. ¿Por qué, pues, impedir la formación de familias? Tenemos que ser también honestos y reconocer que todo homosexual ha salido de una de ellas.

Familias las hay de muchos tipos, y todas ellas dignas de admiración. No hay un modelo a seguir, así queramos hacer uno solo de ellos como el ideal: lo mismo una madre soltera que una pareja heterosexual, una homosexual o bien una reconstruida. El interés superior de los menores es recibir una guía y formación para su independencia y realización como individuos, no tener un papá y una mamá.

A todas éstas, ¿por qué nos parece más “natural” una madre sola que un varón solo a cargo de uno o varios hijos? Tenemos demasiado interiorizado que existe un instinto maternal, cuando se trata de una vocación. Que se permita la adopción por parte de parejas homosexuales no significa pretendan realizar los trámites. Así como no todas quieren una vida matrimonial, los hay sin vocación para la paternidad o maternidad.

Si una religión acepta un solo tipo de unión como matrimonio, es el espacio exclusivo de la religión. Lo que me parece imposible es que un credo pretenda negarle derechos civiles a las personas que considera “apartadas”. Quédese entonces la religión donde está, a fin de cuentas, las parejas homosexuales no acudirán a casarse a ningún templo ni interpondrá alguna demanda canónica para que le sea reconocido el vínculo matrimonial.

Seré entonces mal católico, por creer que podemos encontrar bondad en la diversidad; por creer que esa diversidad es la fortaleza de las familias, por creer que le corresponde al Estado definir los derechos para cada una de ellas, garantizar su seguridad y promover políticas para evitar la discriminación. Que se protejan entonces la vida, el desarrollo, todos los tipos de familia y la justicia.

Seré mal católico, pues creo que la manera en que se vive la sexualidad, siempre que sea entre dos personas adultas y en consentimiento mutuo, tiene muy poca relación con la capacidad de las personas para formar una familia y ejercer la vocación de la paternidad.

Seré mal católico, pero prefiero evitar pecar de soberbia por pretender conocer la voluntad de Dios para las parejas homosexuales. A fin de cuentas, a la mesa de Jesús se sentaron prostitutas y publicanos.

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