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del

René Ramírez Benítez
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Viernes 2 de marzo, 2018

Soy un huérfano electoral. Un ciudadano, como muchos, que se encuentra en la encrucijada de iniciar esta reflexión personal respecto por quién votar. Estoy en ese limbo político en el que un pensamiento negativo se apodera de mi mente y empieza a decirme que todos los candidatos son iguales, en mayor o menor medida. Ya sean rojos, azules o amarillos, todos los candidatos son esos seres superfluos que se han mantenido al margen de la realidad ciudadana. Lo vemos en los comerciales, en los discursos y en la propaganda; ahí están ellos, haciendo promesas y escupiendo palabras. No sólo se trata de los candidatos mismos, el análisis va más allá de una individualidad y llega al núcleo de lo político: los partidos.

No quiero escribir un texto más donde se desprestigie por completo a los partidos, porque aunque duela y sea difícil de aceptar, estas organizaciones políticas son parte esencial de la democracia mexicana y tuvieron aciertos durante periodos históricos claves; sin embargo, la realidad es que en los tiempos actuales, los partidos políticos se han convertido en estas mafias que ven por intereses particulares en lugar de los intereses ciudadanos. Los partidos han tenido una actitud sistemática contraria al Estado de Derecho y las instituciones que hemos intentado construir.

Soy ese ciudadano atrapado por no querer votar por un Revolucionario Institucional corrupto y autoritario; esa herencia de la revolución que se corrompió; ese partido que nació pero se degeneró; ese aglomerado que se pervirtió con la Casa Blanca, Odebrecht, Ayotzinapa, Tlatlaya y esos son los casos recientes nada más.

También soy ese ciudadano atrapado por no querer votar por un Acción Nacional mentiroso; ese partido que en su génesis fue una gran oposición pero terminó por venderse a la Iglesia, a los empresarios, a cooptar con el poder; ese partido que se dejó seducir por ideas conservadores a pesar de su posición económico-liberal y que inició esa guerra contra el cáncer mexicano: el narco.

Claro que soy ese ciudadano atrapado por no querer votar por un Partido de la Revolución Democrática caníbal; ese partido que se come a sí mismo y que está más preocupado por no terminar matándose entre sí, que por los temas nacionales y locales de relevancia; ese partido de “izquierda” que terminó emulando las viejas prácticas políticas.

Soy ese ciudadano atrapado por no querer votar por ese nuevo viejo de Movimiento de Regeneración Nacional; ese partido de una persona, el partido que prefiere los matices políticos; ese partido que podría llegar a ser un verdadero movimiento ciudadano y democrático, pero sus líderes y seguidores han demostrado una cosa: estás conmigo o contra mí; ese partido que todo lo reduce a “héroes” o “villanos”, entre “buenos” y “malos”; un partido que dice ser de “izquierda” pero está aliado con la extrema derecha y un partido que busca limitar las libertades individuales con base a preceptos religiosos y ambigüedades morales; ese partido que dice ser pulcro y anticorrupción, pero mantiene en sus filas y puestos a personajes que son lo contrario.

Así me siento, estimado lector, como un ciudadano atrapado y huérfano que no tiene hacia dónde mirar.

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