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Margarita Robleda Moguel
Foto: Infoqroo
La Jornada Maya

Viernes 2 de marzo

Hace unos días tuve oportunidad de participar como autora invitada, en San Antonio, Texas, en el 2018 National Latino Children´s Literature Conference. Independientemente del gusto de reunirnos los que amamos la literatura y de disfrutar la parte chicana que tengo, por ser la ciudad natal de mi madre, acompañé a mis amigas maestras en el duelo que se vive en la comunidad educativa de ese país. Son 18 escuelas que han sufrido balaceras desde el inicio del año 2018 y decenas desde la secundaria Columbine en Colorado el 20 de abril del 1999. Ahora el gobierno propone evitar dichas masacres, armando a los maestros. Éstos responden:

“Soy una maestra y ¿quieres armarme? Ármame pues, con psicólogos que tengan tiempo para hacer más que únicamente hacer pruebas y sentarse en juntas a hablar sobre ellas. Ármame con suficientes consejeros para desarrollar habilidades para prevenir la violencia y poder tener con los estudiantes discusiones llenas de sentido sobre su futuro. Ármame con trabajadores sociales comprometidos que atiendan las necesidades de los estudiantes y sus familias. Ármame con más días en el calendario para enseñar y aprender, y menos con pruebas estandarizadas. Ármame con grupos de clase más pequeños, para que mis colegas y yo podamos conocer mejor a nuestros alumnos y sus familias. Ármame con escuelas que sean centros comunitarios de educación, cultura y salud que integren a la comunidad. Hasta que me armes con el paquete necesario para encontrarnos con las necesidades de nuestra escuela y sus estudiantes, te pido respetuosamente mantengas tus armas fuera de mi escuela”.

¿Cuánto dolor puede haber en un joven para vomitar balas de esa manera a sabiendas de que no habrá un final feliz? Qué necesidad la suya de expandir un grafiti en las paredes de su escuela con la sangre de sus compañeros y maestros a manera de “aquí pasó John Smith” y así tener sus cinco minutos de fama al salir en el noticiero de las 5, mientras llega otra noticia más escabrosa. Cuánta soledad, dolor, enojo, abandono, tristeza, rabia, desencanto. ¡Cuánta desesperanza! Me pregunto ¿dónde están los jóvenes latinos tan vituperados, a los que hay que hacerles un muro? ¿Dónde las niñas? No las veo encabezando masacres.

Por otro lado, es una lucha frontal entre los dolientes que cada vez son más conscientes de que eso no habría sucedido si no existiera la facilidad de tener un arma automática y una sociedad que parece se siente desnuda si no está armada. Por otro, la industria armamentista invierte toneladas de dinero en la elección de legisladores que defenderán sus intereses, y uno de ellos es la de mantener guerras que suministrar: la paz no es negocio.

Si alguien desea comprar un arma en Japón, necesita tomar un curso de un día y aprobar el examen, pasar un examen práctico en el uso de armas con un 95 por ciento de aprobación. Otro examen sobre salud mental y uso de drogas y, por último, tiene que ir a la policía para checar si existen antecedentes policiacos o conexiones con grupos extremistas. Únicamente entonces podrá ir a la tienda a comprar un rifle de aire. Las pistolas y los rifles automáticos están prohibidos para los civiles. El arma se guarda separada de las municiones y tienes que aceptar recibir una inspección anual de la policía, para checar que así sea. El resultado anual son diez muertes violentas por armas contra 33 mil que presenta Estados Unidos. Se necesita mucho más que oraciones y buenos deseos para construir la paz.

En México tenemos el caso del joven de 15 que mató a su maestra y tres compañeros en Monterrey. Me pesa decir que será cuestión de tiempo para que esto se multiplique, aunque es una ventaja que no puedan adquirir armas tan fácilmente. Por lo pronto, son muchos los maestros que me comentan el miedo que sienten de ser asaltados o sus vehículos agredidos por sus alumnos. La paz no es una palabra bonita que nos cae del cielo. Hay que invertirle dinero, tiempo, compromiso, creatividad. Nos compete a todos como sociedad. A las autoridades y empresarios socialmente responsables, corresponde ofrecer espacios adecuados para promover la recreación y convivencia familiar; a los padres, llevar a los niños a los parques. Más parques, menos tabletas. Más platicas cercanas, menos redes sociales.

Por lo menos, toca despertar y platicar, mucho, mucho, para aterrizar acciones que nos permitan construir la paz.

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