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Giovana Jaspersen
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Viernes 16 de febrero, 2018

A veces imagino a Javier Marías escribiendo historias fascinantes para leerse al borde de sillón. Luego se mezcla y, mutado, lo veo en el asiento R de la RAE muy serio, otras, lo visualizo dictando cátedra en Oxford o declarando que no va a aceptar ningún premio que venga del gobierno. Lo veo demandando, llamando proxenetas a unos y prostitutos a otros. Ciertas ocasiones lo imagino malicioso pensando en incidir, en molestar y generar reacciones siendo un estresor. En domingo, lo supongo divertido releyéndose en el diario, sabiendo que lo logró una semana más. Pero la peor imagen viene cuando insiste en incidir en temas de género, pues entonces lo (des-re)conozco como un irresponsable de su tiempo y contexto, una voz que desde la maestría destruye, líder que nulifica. Así, en la mente se dibuja como un ente ciego, sordo y merolico, que usa palabras para sacar los ojos de otros, mientras es aplaudido.

Con la imagen llegan también las batallas en las redes, que él no tiene, pero sí sus seguidores defendiéndolo; voces en bandos que santifican o satanizan, sobrenombres y juicios saltando de un sitio a otro. Y entre la libertad de la palabra y la de existir en dignidad, nos perdemos, y parece que la mejor opción es quedar fuera de los que caminan en círculos y se repiten, como malos guiones.

Así fue su último golpe de “ingenio”: “Ojo con la barra libre”, publicado el pasado domingo 11 de febrero en El País. Texto que hace honor al título pues parece embriagado con medias verdades francas y visiones cortas, derrocha tragos, en copas con tan poco fondo como las ideas. Va del caso Weinstein, cuyas prácticas, advierte, son viejas como el mundo; pasando por el habitual “casting del sofá” en las pruebas de talento de Hollywood y Broadway, que según señala, encuentra repugnante pero sin violencia por ser sólo “una forma de transacción, a la que las muchachas podían negarse; y una forma de prostitución menor y pasajera, si aceptaban”. Luego recuerda casos en los que las mujeres “han buscado y halagado al varón viejo, rico y feo, famoso y desagradable, poderoso y seboso, exclusivamente por interés y provecho”. Y ya instalado en la barra se va con el movimiento MeToo subrayando que las mujeres mienten tanto como los hombres, y que puede haber acusados inocentes; o bien culpables, pero exitosos, y que en manos de ellas y su denuncia pierden “su trabajo y su honor, para que pasen a ser apestados y se les arruine la vida”. Es de suponerlo ebrio cuando dice que “Dar crédito a las víctimas por el hecho de presentarse como tales es abrir la puerta a las venganzas, las revanchas, las calumnias, las difamaciones y los ajustes de cuentas”, y que “se está entregando un arma mortífera a las envidiosas, a las despechadas, a las malvadas, a las misándricas y a las que simplemente se la guardan a alguien.” Tremenda borrachera dominical.

El escritor, en la bebida y entre juicios olvidó algunas cosas que bien habría que recordarle sobrio. Por ejemplo, que sus “justas transacciones” son el resultado de una construcción cultural en la que la mujer era puro cuerpo, dispuesto, que ni siquiera le pertenecía. Habría que hablarle del montón de generaciones educadas, concebidas y tratadas como seres de “cabellos largos e ideas cortas”, cuya valoración está centrada justo en el físico; ideas que a él le permiten enjuiciar al tipo de hombre con el que una mujer decida estar, o no, tomando como único referente su edad y belleza. Al notable intelectual y traductor habría que contarle muchas cosas de un mundo que no conoce, ni quiere ver.

Me encantaría contarle, como ejemplo aleatorio de esta semana, de una chica de Umán, Yucatán, que a su vez se distingue por ser el estado más seguro de México, este país donde el que no muere mata. Describirla tal cual es, joven y empeñosa; y cómo traslada sus 22 años a diario y desde su municipio para hacer servicio social en un palacio, que además, es museo. Le diría cómo el catorce de febrero, mientras andaba tranquila a tan sólo una cuadra de su destino y de la avenida más grande, transitada y hermosa de la ciudad, un desconocido, menos joven pero “normal”, comenzó a gritarle “piropos” a la distancia burlándose de ella. Me gustaría encontrar palabras elocuentes y claras que narraran cómo él la acorrala y se frota en su cuerpo, por naturaleza fisionómica más pequeño. Aunque sé que no encontraría cómo expresar el sentimiento de ella frente a su erección, la extrañeza y el ultrajo. Quisiera decirle cómo lo confrontó mientras él volvía a burlarse de cerca y en su cara, hablar de su olor, rostro y actitud; pero lo cierto es que él podría ser cualquiera y, tristemente, ella también. El columnista necesitaría saber que un hombre escuchó sus gritos y fue detrás del agresor en una bicicleta con la que entró por el atrio de una iglesia y casi hasta el altar para capturarlo con ayuda de los feligreses. También le contaría cómo ella tuvo que estar siete horas en una oficina para poder levantar la denuncia S1/60/2018; pues entre el asco y el miedo sólo sabía que no quería que le pasara a nadie más y que ese era el camino.

Probablemente contando esto, comprendería que la importancia de los movimientos es que finalmente se denuncie y se encare. Que las mujeres de cualquier edad sepan que ellas no son su cuerpo, que éste no entra en “transacciones” laborales y que nadie puede hacer algo con él que ellas no consientan. Pero especialmente, funcionan, para que los hombres sepan que los actos tienen consecuencias. Después de esa y otras iniciativas de denuncia, esta chica sabía que su voz valía y había que denunciar; como saben los hombres, como el borracho autor, que su vida y carrera pueden afectarse, comenzando así, por lo menos, a tener miedo de sus actos; como lo han tenido las mujeres por siglos.

Una de las cosas más valientes y hermosas que he visto hacer a los hombres en el siglo XXI es callar. Saberse producto y causa, reconocer que no alcanzan si quiera a imaginar, y que por cada tres ideas que verbalicen van a reproducir una que violenta. Callando dicen mucho más en apoyo a la equidad que lo que dijo El país en sus páginas el pasado domingo, y en borrachera.


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