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Kálmán Verebélyi
Foto: Fernando Eloy
La Jornada Maya

Lunes 12 de febrero, 2018

El carnaval más antiguo de México es el de Campeche. A finales del siglo XVI había una población española en la ciudad que, además de aceptar la realidad mexicana a través de la construcción de la iglesia en honor a Guadalupe, también celebró sus tradiciones de origen español. En 1582, estos moradores salieron a las calles disfrazados, con máscaras a la veneciana, para despedir la temporada de bonanza de la carne y placeres, en espera de la cuaresma impuesta por la Iglesia.

El carnaval se relaciona con celebraciones paganas de época romana; con las famosas fiestas saturnales. Lo cierto es que el carnaval, tal como lo conocemos hoy en día, procede de la Edad Media.

Ya en el siglo VII, San Isidoro de Sevilla se quejaba de que los fieles, en febrero, celebraban fiestas disfrazados por las calles, incluso vistiéndose del sexo que no son, y comiendo y bebiendo sin parar.

Realmente, el carnaval, al principio, no significaba más que el período que precede a la cuaresma, establecida como tiempo eclesiástico en el siglo IV, por el Concilio de Nicea. La cuaresma recuerda los 40 días que pasó Jesús ayunando en el desierto.

Con el tiempo, esos días de carnaval se fueron ampliando en días y las antiguas fiestas paganas del invierno, de paso de una estación a otra, de acabar la comida acumulada en invierno, se transforman en nuestro carnaval.

Durante la Edad Media existieron fiestas religiosas -la mayoría-, pero también muchas relacionadas con los ciclos agrarios -en una sociedad donde el calendario actual no existía y la tierra marcaba la vida de los habitantes rurales y urbanos-, aquellas propias de las cofradías y los gremios, asociaciones o hermandades, las organizadas por los señores y caballeros -destinadas a mostrar su poder y la fidelidad a la Corona- y otras provenientes de antiguas tradiciones locales practicadas desde tiempos inmemoriales.

Se ha calculado que, alrededor del siglo XIII, el número de días festivos alcanzaba un tercio del total del año.

Cualquiera que fuese su origen, todas ellas propiciaban momentos de socialización y creación de fuertes lazos, además de que, en las mentes de los medievales, marcaban el sistema de ordenación del tiempo -por ejemplo como bienvenida para las estaciones-.

Ladero Quesada, escritor estudioso del Medioevo, dice:

La Edad Media fue un periodo denso y creativo en la elaboración de fiestas, sobre todo en sus primeros siglos, cuando la Iglesia perfeccionó su calendario de celebraciones y lo combinó con los ritmos estacionales y con diversos elementos procedentes de las culturas precristianas, que daban como resultado fusiones de las que aún hoy somos partícipes.

El objetivo de las celebraciones son múltiples, estando relacionados con la naturaleza de las mismas. Encontramos algunas fiestas que se celebran con el fin de agradecer las cosechas o la unión en matrimonio, otras van orientadas al desarrollo de destrezas y de la fortaleza física, mientras que un tercer grupo persigue un fin moralizador o incluso el control social por parte de los poderosos y los eclesiásticos -pueden incluso llegar a ser un canal de educación religiosa o cívica-, o como garante de la transmisión de sistemas culturales.

El carnaval como festividad aún hoy sigue provocando discusiones sobre su procedencia. En lo que sí todos parecen estar de acuerdo es en el carácter que adquirió durante la Edad Media, modificado y mezclado, junto a las celebraciones de todas las fiestas que anteriormente se producían en invierno, como aquella dedicada a asegurar la fecundidad de la mujer (15 de febrero) o la que veneraba a las mujeres casadas (1 de marzo).

Si atendemos a su nombre, carnaval significa también el inicio de la cuaresma -que comienza el miércoles de ceniza-, tiempo en el que se imponen las privaciones, por lo que los días de carnaval sirven para comer aquellos alimentos que luego estarán prohibidos y para practicar las actividades mal vistas, atendiendo según el calendario eclesiástico, al calvario de Jesucristo.

Son además, gracias al anonimato y la permisividad extrema que precedía a la prohibición, momentos de crítica a todo aquello que no gustaba en el momento.

En una sociedad “encorsetada”, donde la Iglesia y la religión marcaban los ritmos de las mujeres y los hombres, y donde el sexo y la desmedida estaban condenados, las fiestas eran la única manera que tenían de desahogarse y dejarse llevar. El carnaval supone todas aquellas cosas que estaban prohibidas de forma habitual, como la risa, los disfraces o la desmesura en el alcohol o la carne. Era una fiesta de y para la sociedad medieval, y lo ha seguido siendo hasta nuestros días.

El auge del carnaval comienza en el siglo XII. Ello es favorecido por el aumento de la población, sobre todo en las ciudades, y por los estudiantes. Es la época de la implantación de las primeras universidades y los estudiantes se van a convertir en un elemento dinamizador y fundamental en la celebración de los carnavales en muchas de estas ciudades académicas como Bolonia, París o Salamanca.

Se celebraban de muchas maneras, pero hay datos comunes a todas esas celebraciones locales. Elementos que suelen repetirse son la importancia de la carne y del sexo.

Respecto a la carne, se destaca la de cerdo. Al ser tiempo de cuaresma, tiempo de ayuno, sobre todo de carne, en carnaval se exalta todo lo contrario, hasta el punto de que, en varios puntos, el carnaval era organizado por el gremio de carniceros. También, algunos municipios repartían comida gratis. Ello se suele relacionar con la costumbre de acumular alimentos para el invierno, y como estamos en época de cambio estacional, la gente aprovecha “práctica” y “metafóricamente” todos los alimentos, carne acumulada.

También, desde el siglo XIV son comunes los desfiles de personajes disfrazados y con máscaras, cantando temas satíricos e irónicos.

De la misma manera, es frecuente que se celebre con luchas. Para la nobleza es un tiempo en el que se suele celebrar torneos y justas. En el ámbito de la villa son comunes los enfrentamientos, más o menos violentos, entre collaciones, vecinos o cofradías. Por cierto, la batalla de verduras también es frecuente en la celebración de muchas localidades por toda Europa.

Pero había de todo. Por ejemplo, en Venecia, en la plaza de San Marcos, se encerraban toros y jabalíes y se cazaban con perros. Luego su carne era repartida entre el público. En Roma, por el contrario, eran comunes las carreras con apuestas y en Florencia las justas de caballeros.

Los disfraces y las máscaras son de influencia precristiana; de hecho, tanto el poder civil como el religioso se mostraron en contra del uso de disfraces y sobre todo de caretas, aunque eran permisivos en estas fechas. La razón del poder civil es lógica: intentaban que no proliferaran los desmanes ni que la gente aprovechara el anonimato de la máscara. La Iglesia se oponía, porque consideraba que al mostrar al ser humano como algo burlón, lascivo, falso, ello era una burla al mismo Dios, ya que el hombre estaba hecho a su imagen y semejanza.

En definitiva, para el siglo XII era algo celebrado y extendido por toda Europa. Fue ganando protagonismo hasta que en el XV se conformó casi exactamente como lo conocemos hoy en día, pero no será hasta el siglo XVI, a pesar de algunas prohibiciones, cuando alcance su esplendor, sobre todo en España.

El sábado de bando en Campeche es la demostración de que la gente que no sólo se entrega al carnaval, sino que la vive como una tradición de cientos de años.

[i]San Francisco de Campeche[/i]
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