De corral, corrales y acorralados

José Luis Domínguez Castro
Foto: Cuartoscuro
La Jornada Maya

Viernes 26 de enero, 2018

Cuando era niño, mi abuela nos amenazaba con mandarnos a dormir “al corral” cuando nos portábamos mal. Su casa, como muchas otras de la ciudad de México que reproducían la vieja estructura arquitectónica cuadrada, está vigente aún en muchas provincias mexicanas. En ella, al claustro central con sus cuartos, sala, comedor y cocina, le seguían un patio trasero, y en ocasiones éste se prolongaba en un corral. Es decir, que más allá del lavadero con su tendedero, el corral era la última porción del territorio doméstico y estaba ocupado normalmente por las gallinas, algún can y en ocasiones, hasta podía albergar un chiquero donde se engordaban marranos mientras les llegaba la hora. Por supuesto que a ninguno de nosotros se nos antojaba pasar mucho tiempo en el corral, y menos aún tener que ir a pernoctar en él.

Años después, en la escuela aprendí que Corral y, del Corral, eran también apellidos, con frecuencia de norteños presumidos. No faltaba el chiste de la niña engreída de la cuadra que se llamaba Zoila del Corral y sus amigas, para ridiculizarla, le habían inventado maliciosamente como primer apellido, Vaca, para que derivara en una burla bien documentada.

En México tuvimos, durante los tiempos hermosos del Porfiriato, un gobernador norteño de apellido Corral. Como muchos de estos gobernantes excelsos, que además de dejar vasta descendencia aristocrática que se diseminó por todo Chihuahua, pasó a la historia como uno de los grandes terratenientes, junto con los Creel, los Terrazas, y otros nombres del santoral norteño.

Me encontré por primera vez a Javier Corral en la asamblea general de la Asociación Mexicana del Derecho a la Información (Amedi) en la que se informaba lo relativo a la famosa Ley Televisa, contra la que él, al igual que muchos otros diputados y senadores de distintos colores y posiciones, habían votado en contra. Junto a él, alternaban en la plática Dulce María Sauri y Manuel Bartlett, y yo ahí, comiendo frente a los tres, descubrí con no poca sorpresa que entre ellos había muchas coincidencias. Desde entonces escuché de voz del propio Corral, que algunos sectores de su partido no lo veían muy bien. Pasaron los años, y aunque a ratos parecía que a Javier, el PAN lo tenía literalmente acorralado, impidiendo que su carrera política continuara, tarde que temprano y cual Ave Fénix regresó y alcanzó a ganar recientemente la gubernatura de su estado natal.

El resto de la historia ya la sabemos. A partir del arranque de la caravana que él preside, Lorenzo Meyer, comentaba en estos días que no hay que juzgar al Corral panista, el mismo analista ha dicho que ya desde antes era un panista muy poco ortodoxo, y ni siquiera al Corral de aparente tibieza ante las investigaciones que se realizan en su patio, sino al político en funciones que se atrevió a denunciar, por primera vez, un caso mayúsculo de corrupción hacendaria con implicaciones y consecuencias políticas que trascienden a su propio estado.

Ciertamente ha habido en la historia moderna de México otros casos de “rebelión en la granja”, o en el corral, para seguir con la misma figura. Se nos han recordado los casos que van, desde los pleitos entre los generalotes revolucionarios, o la gran asonada fallida de Adolfo De la Huerta contra sus compañeros de tríada, hasta los más recientes enfrentamientos de gobernadores contra la federación, pero sin mayores repercusiones a escala nacional.

Con todo y que el asunto es de primer orden en casi todos los medios, la mayoría de los comentaristas han olvidado el caso de Yucatán en 1951, en el que el gobernador José González Beytia se enfrentó al presidente Miguel Alemán Valdés con el apoyo de los sectores más representativos de la entidad, cuando éste quiso imponer a su incondicional Marentes como sucesor, ya que al ser éste “parte del gallinero”, convenía plenamente a los intereses de la camarilla federal. En esa ocasión, aunque no hubo marcha de la dignidad, sí hubo muchos desplegados en contra de la decisión presidencial en la prensa nacional y a nivel local, así como persecuciones y amenazas de distinta índole a los integrantes de su equipo, hasta llegar al desenlace: la renuncia irrevocable del gobernador y su consiguiente muerte política.

Hoy, la caravana por Chihuahua arrastrará en su camino hacia la capital a muchas otras causas que se sumarán en la defensa de la dignidad nacional y lucharán para que se haga justicia expedita ante los casos de corrupción que ya se han documentado, no sólo en el mencionado estado. En las entidades federativas por las que irá pasando esta caravana, muchas aves se alebrestarán desde sus distintos corrales: especialmente todos las que han sido afectados en sus derechos fundamentales. Por estas razones, hay quien opina que el actual gobierno federal, que se encuentra ya en su cuenta regresiva, se verá seriamente acorralado ante tanta presión, sobre todo porque están ya corriéndose los tiempos largos del calendario electoral.

Mi solidaridad con el gobernador Javier Corral y lo que su gran marcha representa para el pueblo de Chihuahua, y para toda la nación.

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