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José Juan Cervera
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Martes 23 de enero, 2018

Es larga la lista de los poetas yucatecos cuyo recuerdo merece honrarse con gratitud y solícita atención, calibrando el peso de las circunstancias históricas que los envolvieron para discernir los rasgos de su producción estética, con las variaciones cualitativas que ella pudo experimentar en su conjunto, lo que favorece la perdurabilidad de unos textos en preferencia de otros.

Humberto Esquivel Medina (1893-1984) nació en Ticul; en su juventud recorrió varias capitales europeas en las que convivió con artistas de renombre y conoció de cerca las inquietudes que rondaban a los cultores de las vanguardias literarias. Desde temprana edad se dio a conocer como poeta, ganándose la estimación de sus contemporáneos y, al igual que varios de ellos, como José María Covián Zavala, Santiago Burgos Brito y José Esquivel Pren, optó por el ejercicio profesional de la ciencia jurídica.

Su biografía política registra que fue gobernador interino de Yucatán a partir del 21 de septiembre de 1951, mediando entre los periodos de José González Beytia y Tomás Marentes Miranda. Trabajó en el servicio público desempeñando diversos cargos en el Poder Judicial de la Federación. Su vocación literaria lo hace especialmente memorable, ya que en su obra pueden hallarse elocuentes ejemplos de la calidad de su pluma; en este sentido se pronuncia Santiago Burgos Brito, quien se refirió a él en los siguientes términos: “…poeta lírico de soberbia inspiración, que ha dado a la escena obras primorosamente escritas, reveladoras de su inevitable lirismo”.

Publicó dos poemarios. El primero de ellos lo tituló Copa de amor (1913), el cual, de acuerdo con lo que afirma Esquivel Pren, reúne versos de juventud. En 1960 dio a las prensas el que denominó La fuente de gracia, en el que, según señala el crítico recién mencionado, compila la producción de sus 47 años anteriores. El libro contiene varias muestras de una gran belleza que expresa una sutil percepción de la existencia humana.

Es probable que fuera de estos dos volúmenes hayan quedado poemas que únicamente podrían ser recuperados en las páginas de las publicaciones periódicas que en su momento los acogieron, acción que permitiría valorar más a fondo su talento. Como suele ocurrir en estos casos, su dispersión y su antigüedad son factores que complican la tarea; algunas veces, aquéllas reprodujeron textos tomados de sus libros. Así, la revista Alba Gema, dirigida por Santiago Méndez Gil, publicó en 1915 este soneto que Esquivel incluyó en Copa de amor: “¡Cómo arden los papeles sobre el suelo/retorciéndose en íntimo quebranto!/las cenizas cual gotas de su llanto,/se desprenden con hondo desconsuelo.//Quizás fragmentos de ignorado anhelo/que escribió la nostalgia de su canto,/o que guarden, tal vez, el dulce encanto,/de alguna novia que traspuso el cielo.//Vuelve ya la materia al infinito:/la vida es un gran libro cuyas hojas/con indelebles tintas se han escrito;//Y ¿qué es la negra muerte tan temida/si no el incendio lleno de congojas/de las hojas del libro de la vida?” (“Fin”).

En La fuente de gracia puede observarse la concurrencia de varios recursos retóricos, giros de expresión y contenidos temáticos que dieron vitalidad al modernismo, como el cultivo de la forma elegante, el cromatismo sugerido en sus vocablos y la evocación de la antigüedad clásica, así como la refinada voluptuosidad que engalana sus versos, como se advierte en la estrofa que dice: “Tú eres, Primavera amada,/la que en su busto divino/modelaste firme copa/que yergue bajo su ropa/una cápsula de vino/en los senos engarzada./Tú eres, Primavera amada,/la que encendiste sus venas/con estrellas pasionales/trocando en bienes sus males…/y en amoríos sus penas…/tú eres, Primavera amada.” (“Canto a la Primavera”).

De igual modo hay poemas que revitalizan la tradición autóctona con sugerente fuerza expresiva, dejando de lado enunciados manidos y lugares comunes: “Era una novia prohibida,/era una novia insensata;/era a mi paso furtivo/como piedra de albarrada:/vestal de templo sagrado,/de un templo de amores maya;/era la tabú doliente/a los dioses consagrada…//Un día la vi, de lejos,/pasar desnuda y dorada/hacia el oscuro cenote/cuya bóveda la guarda.//Alzó sus ojos al cielo,/rezó una breve plegaria/y las espumas saltaron/¡en azahares de plata!” (Nicte-Há”).

La lectura de los versos de Humberto Esquivel Medina llama a vivir la amistad con un hombre que supo dialogar generosamente con su conciencia, destilando en su palabra la persuasión que susurra la gloria de un infinito intuido en la poesía.

Humberto Esquivel Medina, La fuente de gracia. Mérida, Talleres Gráficos y Editorial Zamná, 1960, 133 pp.

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