de

del

Giovana Jaspersen
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Viernes 19 de enero, 2018

"No te le quedes viendo al mongolito”, nos dijeron abuelas, padres y tíos, marcando con ello y su repetición constante una enorme brecha. Nos dejaron ciegos, sordos y mudos, en estado vegetativo frente a la diferencia, que además, soberbios, creímos diagnosticar generalizando. Con ello y con otro cúmulo de erratas, se fue marcando un camino de exclusión, en el que la negación del otro fue fórmula para una ficticia integración en la sociedad, en una incómoda normalidad y en (des)igualdad de circunstancias. Nos enseñaron a no ver, tanto como a no preguntar, ni salir de nosotros para comprender y estrechar distancias. Buscando “no apenar” hemos sido vergonzosos y violentos.

Y a pesar de ello, desde la generosidad, por ejemplo, nunca un invidente juzgó de analfabetas a mis manos por no poder leer texturas ni palabras. Jamás un sordo enjuició mi mirada de torpe por ser capaz de leer libros, mas no los labios. Así como el manco aceptó sin cuestionar la incapacidad de mis pies para hacer cualquier otra cosa más allá de andar. Nunca un mudo confundió con locura mi incapacidad para comunicarme sin el habla. Ninguno de ellos me negó o ignoró por no funcionar como él. No me tuvieron lástima por limitar mis sentidos y estar encerrada en un cubo sensorial y mental convencional, quienes no lo estaban, y tampoco se avergonzaron de mí. Y no lo hicieron porque ellos han tenido que ver el mundo siempre a través de nosotros, mientras a nosotros se nos dijo que no hay que mirarlos, para no insultarlos. Ellos saben que la “discapacidad” es “diversidad funcional” y que necesitamos dejar de negarnos para hacer un mundo donde podamos leer, sentir, hablar, andar y comunicarnos según nos lo dicte nuestro cuerpo y su especificidad.

Al olvidar lo aprendido, observar, preguntar e indagar; un fotógrafo ciego me enseñó más de la luz que ningún físico en óptica; de compartir techo y lecho con Asperger, comprendí más de la ritualidad, la empatía, y el valor del silencio, que de la más espiritual de las personas; un sabio poeta (in)vidente me enseñó que la memoria visual no tiene nada que ver con la vista y que en la vida se nace varias veces siendo distinto. Un periodista con polio a través de un minucioso y estremecedor ensayo sobre sexualidad asistida, escrito con la mitad de su cuerpo (no) paralizado, fue cátedra de sexualidad, género y la sensualidad. Así como el hombre al que le pasó “La bestia” por encima, fue doctor en robótica y dignidad migrante, tanto como en manejo del miedo y las bestias de nuestras pesadillas. La máxima expresión de la alegría la inhalé de un joven al que llamaban tonto en la calle y ángel en su hogar, sin ser ninguna de las dos cosas; y la libertad de estar únicamente donde se quiere estar y no perder tiempo donde no se está feliz, me la expresó determinante Renata mientras pasaba de los brazos de alguien a su silla, tan bella como orgullosa.

Y es que cuando en el trayecto nos descubrimos analfabetas y discapacitados, a pesar de nunca haber sido censados como tales, para ver las cifras, los rostros y las formas, entonces sí que es posible aprender.

Según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), en 2010, las personas con algún tipo de discapacidad eran cinco millones 739 mil 270; es decir, el 5.1 por ciento de la población, bien fuera por nacimiento, enfermedad, accidente o edad avanzada. Para el 2014 la proporción fue ya de 6 por ciento, lo que significó 7.1 millones de habitantes.

Entonces, en esta realidad morbosa donde ver, preguntar, hablar y tratar de comprender se consideró una descortesía, tenemos por lo menos 7 millones de fuentes confiables que nos pueden enseñar a comprender un mundo con otras formas.

Esto no sólo se reflejará en que podamos construir un mejor entorno de respeto y equidad, sino también de protección futura y un cambio radical en la forma en la que viven y mueren los ancianos. Existe una estrecha relación entre la condición de discapacidad y el proceso de envejecimiento, el 47.3 por ciento de los adultos mayores tiene alguna limitante, comúnmente llamada discapacidad. De no pasar los días negando al otro, podríamos comprender la vida en la potencialización de otros sentidos y que entonces su falta no representara los monstruos depresivos que implica hoy.

Si tan sólo aprendiéramos antes, sabríamos que todos somos o seremos discapacitados y que también todos podemos dejar de serlo.

Gracias a Jesús Benjamín Reyes y la doctora Yesenia Peña por ser pretexto y motivo para este texto.

[b][email protected][/b]


Lo más reciente

INE ordena a Gálvez detener plagio de logotipo

Dinero

Enrique Galván Ochoa

INE ordena a Gálvez detener plagio de logotipo

Rumores: el otro incendio

Editorial

La Jornada

Rumores: el otro incendio

Nuevo motín estalla en la cárcel de Ecuador de la que escapó el narcotraficante 'Fito'

En videos difundidos se aprecia un incendio desde el interior de uno de los pabellones

Efe

Nuevo motín estalla en la cárcel de Ecuador de la que escapó el narcotraficante 'Fito'

Normalistas de Ayotzinapa marchan en Iguala en busca de justicia

Exigen el esclarecimiento de la desaparición de los 43 estudiantes en 2014 y justicia para Yanqui Gómez Peralta

La Jornada

Normalistas de Ayotzinapa marchan en Iguala en busca de justicia