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Kálmán Verebélyi
Foto: EFE
La Jornada Maya

Lunes 15 de enero, 2018

Sentado en la cama. Mirando la pared intentando descubrir por la forma de un grumo si fue pintado de izquierda a derecha, de derecha a izquierda, si en círculos, si de arriba hacia abajo, o al revés. No importa. Está pintado y ya.

Recorre la cortina de la ventana. Aire fresco, luz, y el mismo paisaje: casas, rejas, balcones con ropa tendida. Una voz irrumpe el silencio: ¿Otra vez? Sí. Otra vez.

No preguntes por qué. Ni él tiene la respuesta. Tiene todo para disfrutar la vida: prospecto de novia, dinero, salud. A medias porque la enfermedad no se reduce a dolencias, a malestares causados por algún órgano desajustado.

El escenario es cotidiano para cuatro millones de mexicanos; más de tres por ciento de la población. Podría ser más, la estadística no es exacta. Las pérdidas económicas por la depresión se calculan en miles de millones de pesos al año.

Las vidas perdidas son miles. La Ciudad de México, Jalisco, el estado de México, son las entidades más afectadas.

Campeche los sigue de cerca. En 2018 llevamos tres. Hay alerta de las autoridades. La ley que tiene objetivo prevenir el suicidio, reducir los casos de depresión, no avanza. La diputada verde que presentó la iniciativa, que desequilibró las finanzas del Congreso con su foro, ahora está ocupada en construir su futuro. Tiene como objetivo llegar a San Lázaro, por una vía que no le causen molestias. El trabajo de campo, en tacones tamaño rascacielos, es molestoso. Ni hablar del calor, el polvo. El contacto con la gente; no, no le agrada.

Por mientras, el único hospital siquiátrico, con sus 22 camas para internos, más tres de intervención de urgencia, tiene la tarea de cubrir las necesidades de un estado donde habitan 950 mil personas.

Campeche, por su pasado, por su cultura heredada, es tierra fértil para los prospectos del suicidio. No hay prevención eficiente, para los 30 mil enfermos, hay 22 camas. Una por cada 45 mil habitantes.

Hace falta una clínica especializada en cada uno de los once municipios, dicen los expertos, los especialistas involucrados. Oídos sordos, falta de presupuesto, de doctores que se especialicen en la siquiatría. Ser psiquiatra significa vivir del salario mísero, quedar reducido a filántropo sin los medios para ello.

El proyecto de ley no contempla remediar la falta de clínicas, no contempla las medidas que harían atractiva esta profesión. Se centra en crear una estructura autónoma en el sector salud, con presupuesto propio, con burócratas interesados en tener futuro promisorio, que serán los primeros en lamentar cada suicidio, en elaborar propuestas, programas de prevención.

Las palabras tienen poder curativo. El arma del siquiatra es la palabra cuyo efecto refuerzan los avances de la industria farmacéutica, pero sus productos, por su precio, son inalcanzables para la mayoría que padece depresión.

El discurso también se construye de palabras, pero su efecto es nulo, lo que se requiere son hechos. Soluciones concretas. Tal vez llegue este día. ¿Cuándo?

[i]San Francisco de Campeche, Campeche[/i]
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