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Felipe Escalante Tió
La Jornada Maya

Martes 17 de diciembre, 2019

Sin lugar a dudas, la Cuarta Transformación es más que visible en la dirección del Palacio de Bellas Artes. En un año, el recinto ha albergado manifestaciones culturales que solían tener vedada la entrada, como ya fue una ceremonia religiosa y ahora la exposición [i]Emiliano Zapata después de Zapata[/i], en la que se hallaban las caricaturas de Fabián Cháirez.

Caricaturas, sí, aunque estén en óleo sobre tela, enmarcadas en maderas finas o se llamen [i]La Revolución[/i]. Porque entre los colores chillones (algo que empleó hace ya varias décadas Miguel Covarrubias), el amplio sombrero en rosa mexicano con glitter, las crines (¡y el pene!) moradas de un caballo salido de [i]My Little Pony[/i] con anabólicos esteroides, y el rostro de un Emiliano Zapata con los ojos cerrados y mordiéndose los labios mientras le produce una erección al albo potro mientras le pica las ancas con sus zapatillas de mini revólver, se inscribe en una tradición en la que la imagen del caudillo del sur ha estado en juego.

Pase pues que, técnicamente, la obra en cuestión adolece de varias fallas: hay una desproporción entre el cuerpo del corcel y su cuello, siendo aproximadamente de las mismas dimensiones; y el torso del animal es más ancho que largo; o se trata de un caballo obeso o la influencia del dibujo de Chuck Jones (véase el corto [i]What’s opera, doc[/i], de Warner Brothers) en el autor es ineludible. El abuso de figuras fálicas hace que el cuadro caiga en lo vulgar; con el pene erecto del caballo, el Zapata de los trazos está mucho más cerca de la zoofilia que de la feminización o de una masculinidad alternativa.

El “arte impuro” de la caricatura, decía Antonio Caso, se distingue porque el autor contamina con su opinión lo que debiera ser el reflejo de la realidad. Por supuesto, ésta es la visión de hace casi un siglo cuando se exigía realismo y pocos vieron los sesgos personales de los artistas. Sin embargo, es aquí donde debiéramos ver el debate, no en si se prohíbe la exhibición de una obra (en mi humilde opinión, esta puede tener lugar en cualquier galería acorde a la calidad del autor); estamos perdiendo de vista el significado de Emiliano Zapata para la historia de México. A costa de desnudarlo, y a través de la recreación artística, incluirlo en la lista de personajes históricos que ejercieron una sexualidad más amplia que la heterosexual monogámica, se arranca un símbolo de la cultura agraria nacional, y por lo tanto rural, para instalarlo en la lucha contemporánea por los derechos de la comunidad LGBTTTI+, que hasta hoy ha sido mayoritariamente urbana.

La polémica que se ha dado alrededor de [i]La Revolución[/i] tendría que verse desde la construcción simbólica del personaje Emiliano Zapata, pero también desde el cuestionamiento de esa historia alternativa que lo inscribe como homosexual y la motivación política de esas versiones.

[b]¿Cuál Zapata?[/b]

Vayamos por partes: El Zapata de Cháirez se inscribe en una tradición de conflicto entre las culturas urbanas y rural mexicana, que tuvo su punto más violento entre 1914 y 1916, tras el rompimiento entre los distintos grupos que se habían aliado en contra de Victoriano Huerta y, al resultar victoriosos, entraron en desacuerdo por motivo de sus propias agendas. Por un lado, los constitucionalistas, encabezados por Venustiano Carranza, tenían como prioridad el restablecimiento del orden constitucional, mientras que los seguidores de Emiliano Zapata y Francisco Pancho Villa tenían reclamos agrarios y ellos también con muchas diferencias; eran proyectos que favorecían uno el ejido y el otro la pequeña propiedad rural.

En este enfrentamiento tuvieron lugar algunos episodios que dieron origen a que se hablara de la sexualidad alternativa (para la época) de Zapata. Estando tomada la capital del país por las fuerzas de la Convención de Aguascalientes (zapatistas y villistas), un personaje que conocía al [i]Caudillo del Sur[/i] desde antes del primer estallido revolucionario (1910) obtuvo el privilegio de comerciar maíz. Se trataba de Ignacio de la Torre y Mier, yerno del ex presidente Porfirio Díaz y conocido por su vida licenciosa, al grado que se rumoraba que él era “el 42”, el que libró la cárcel (y el destierro a Yucatán) a la que se envió a los participantes en el famoso “baile de los 41”.

De la Torre aprovechó la situación para alardear que tenía el grado de general zapatista, motivo por el cual Zapata lo mandó arrestar y expropió sus haciendas en Morelos. Se cuenta que las huestes del ejército del sur, ante el amaneramiento del supuesto general, lo violaron de tal modo que le provocaron heridas en la región anal, las cuales le produjeron la muerte al serle mal atendidas en Estados Unidos.

Pero la presencia de Nachito entre las tropas zapatistas no pasó desapercibida por los enemigos carrancistas. Estos aprovecharon para construir un discurso que denigrara al ejército campesino, que cuestionaba la virilidad de sus integrantes y los colocaba en un nivel de masculinidad menor que el de los propios constitucionalistas. Para ello aprovecharon el talento de varios caricaturistas, de los cuales algunos permanecen desconocidos, otros, como El Chango Cabral, alcanzaron fama internacional.

Las artes suelen decir más de su época que de sus autores, y las caricaturas de 1915 -1916 cuestionaban los merecimientos de cada facción para crear, organizar y dirigir un proyecto de nación que garantizara que México se mantuviera en el grupo “civilizado”. A nivel discursivo, y por la vía de las armas, el México agrario apenas consiguió forzar algunas reivindicaciones al país que emergió en 1917.

¿Dónde encontrar entonces el origen histórico “incuestionable” de que Zapata había sido pareja de Ignacio de la Torre? Pues en la prensa patrocinada por sus enemigos, la que publicaba Venustiano Carranza. Y aquí debiéramos reconocer que los constitucionalistas ganaron la partida porque crearon una estructura y estrategia de propaganda que resultaron harto eficaces; a fuerza de repetir el rumor, de ponerlo por escrito y dibujado, una parte de la sociedad mexicana contemporánea -incluyendo académicos -lo toma por cierto.

[b]Zapata al desnudo[/b]

El también llamado [i]Atila del Sur[/i] jamás había sido representado, en las artes plásticas, al desnudo; mucho menos “feminizado”. En cierta medida, la familia tiene razón al decir que el cuadro [i]La Revolución[/i] lo denigra; también lo hace el que coloca el rostro del caudillo en el cuerpo de Speedy González, símbolo de cómo Estados Unidos percibe a los mexicanos, aunque esta obra ha quedado fuera del debate.

Pero estamos ante análisis que requieren distintos métodos. Llegar al Emiliano Zapata histórico no es lo mismo que abordar al simbólico. Y aun así, uno debe preguntarse a quién le pertenece cada uno. El histórico no debiera ser exclusivo de los académicos, pero tampoco debe dejarse en manos de los políticos que inmediatamente cubren de bronce a los personajes, dejándolos fijos en su imaginario y pedagogía. Aquí sería responsabilidad de todos hacer una lectura inteligente y aprender más de la historia.

Pero el Emiliano Zapata simbólico debiera ser propiedad de todos, y que cada quien aporte a su construcción. El espectáculo que se dio en Bellas Artes tiene orígenes lejanos en el tiempo, y el problema va más allá de un desacuerdo acerca de la pieza que se quiere añadir al símbolo y, por lo tanto, a la memoria.

El Zapata simbólico, con su reclamo de tierra y libertad, debiera servir para unir, para encontrar lo que tenemos en común. ¿Sirve su desnudez para integrar a la comunidad LGBTTTI+ a la nación? Aquí creo que es posible recurrir a otros personajes/símbolo que serían más fácilmente aceptados, aunque igualmente cuestionados.

El conflicto viene porque más que al epítome de macho mexicano, se eligió al símbolo de la defensa de la tierra por parte de los pueblos originarios, de los conocimientos indígenas y de los campesinos desposeídos desde el liberalismo nacional primigenio, el de Benito Juárez. Cuando desde el gobierno actual se promete el abandono del neoliberalismo y un cambio en la política económica y social, se esperaría que quienes desde hace generaciones esperan justicia lo exigieran para un símbolo que representa su larga lucha.

Sin duda, es posible ser homosexual y héroe de la patria a la vez. De hecho, otro de los personajes de los que se rumora era homosexual es el archiduque Maximiliano de Habsburgo. En el ámbito actual, la polémica no importa; tiene como carga el ser extranjero, llamado por los conservadores –derrotados políticamente –e invasor, pero para muchos fue un gobernante legítimo.

Bien haríamos en repasar la literatura mexicana costumbrista buscando escenas homoeróticas en [i]El Periquillo sarniento[/i], o en [i]Los Bandidos de Río Frío[/i]. Tal vez nos llevemos una sorpresa.

[b]¿No hay otros personajes simbólicos?[/b]

Queda preguntar si Cháirez escogió bien al personaje “arquetipo del macho mexicano”. ¿El indicado era Emiliano Zapata? Siendo unos cuantos años mayor que el pintor, de niño me tocó escuchar en innumerables ocasiones la expresión “¡Yo, como Pancho Villa, con sus dos viejas a la orilla!”, empleada para presumir que, como “macho”, se tenía el poder sobre más de una “hembra”, y comparándose también con la historia personal del Centauro del Norte, que dejó varios hijos con distintas parejas.

Pero no, el pintor no se fijó en Villa ni en otros jefes de la Revolución –aunque es justo reconocer que en el imaginario popular los revolucionarios son Francisco I. Madero, Villa y Zapata, y pare usted de contar; muy pocos reconocerían a Venustiano Carranza o a los sonorenses -, o de una época más cercana y con mayor influencia en la educación sentimental del mexicano; bien pudo tomar a Pedro Armendáriz, Emilio [i]El Indio[/i] Fernández, Jorge Negrete o Pedro Infante. Sin embargo, estos pertenecen a un ámbito mucho más urbano: el del entretenimiento a través de medios masivos de comunicación.

Si se trataba de desmontar la imagen del macho, del mito, y mostrar una posibilidad, ¿era necesario recurrir a Zapata? ¿En serio el epítome del macho mexicano pertenece a la parte del país a la que ya normalizamos llamar atrasada, porque se le califica de esta forma desde el siglo XIX? ¿El arquetipo le pertenece al sur del país? Estoy seguro que encontraremos ejemplos mucho más pulidos en el ámbito urbano, y seguramente en el centro-norte.

[b]Lo que queda[/b]

Sin duda, el gran triunfador de la polémica es Fabián Cháirez. Con [i]La Revolución[/i] puso en la mesa una cuestión que los movimientos feministas no han conseguido poner al centro aunque sí la han reclamado: llamar a responder cuáles son las masculinidades posibles. Sin embargo, lo hace con un símbolo del México agraviado y desposeído históricamente. Recuérdese que uno de los relatos que explican el alejamiento entre Zapata y De la Torre es que el primero vio que los caballos del segundo vivían mejor que los campesinos de Morelos.

Pero lo que terminó por aflorar en la polémica es la falta de empatía entre dos sectores de la sociedad mexicana que tienen el agravio histórico como elemento común. Que un meme reclame “a esos que se quejan de Zapata feminizado, qué bueno que ya conocen Bellas Artes” exhibe el clasismo que es capaz de ejercer la comunidad LGBTTTI+. La violencia que estalló el martes pasado no provino únicamente de los descendientes de Emiliano Zapata.

¿Cuál será entonces la narrativa que sirva para unir?

[i]Mérida, Yucatán[/i]
[b][email protected][/b]


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