Margarita Robleda Moguel
Foto: Club Libanés
La Jornada Maya
Jueves 12 de diciembre, 2019
Retrato, es uno de mis poemas favoritos del español Antonio Machado, musicalizado por Joan Manuel Serrat.
“Ni un seductor mañana ni un Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—;
más recibí la flecha que me asignó Cupido
y amé cuanto ellas pueden tener de hospitalario.
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno”.
Y concluye:
“Y cuando llegue el día del último viaje
y esté a partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar”.
Fernando Dájer Nahum, miembro de una muy apreciada familia libanesa de la sociedad yucatanense, partió en esa nave que nunca ha de tornar, ligero de equipaje, desnudo de los tesoros que el mundo así bautiza y que muchos venden su alma por poseer.
Fernando se embarcó desprovisto de todo lo que estorba, cargado únicamente de bendiciones y agradecimiento de infinidad de pacientes que pasamos por sus amorosas manos y recuperamos con él la salud y la consciencia de que no todo está perdido; qué hay esperanza en la humanidad y que, el juramento de Hipócrates que hizo: “en el momento de ser admitido entre los miembros de la profesión médica me comprometo solemnemente a consagrar mi vida al servicio de la humanidad”, aún sigue vigente y seguramente habrá otros médicos como el que abracen su vocación de servicio, en lugar de los mercantes de la salud que en la actualidad abundan.
Médico cirujano, internista y gastroenterólogo, multipremiado, hombre justo y comprometido, nunca dejó de estudiar con el enorme deseo de sanar las dolencias de sus pacientes y aligerar sus cargas emocionales.
En una ocasión una de mis hermanitas lo encontró en una farmacia con una gran bolsa de medicinas. La curiosidad pudo más que la discreción y no logró evitar preguntar: “¿qué haces con tanta medicina, Fernando?” “Ay, Lichita, hay pacientes que no tienen dinero para comprar lo que les receto y mejor no vuelven”.
En otra, un hombre que había ingerido un mucbipollo completo se encontraba en vías de morir por oclusión intestinal. Fernando consiguió “destapar el caño” y su gozo de haberlo logrado le hizo desdeñar las condiciones en las terminó bañado con el producto atorado.
Alumno y luego colega de médicos de esa estirpe humanística: Tony y Huayo Laviada, Fernando ejerció la generosidad y sapiencia en la Clínica Mérida, donde en pasados días se realizó una emotiva ceremonia camino a embarcarse en la nave sin retorno. Ahí, médicos, estudiantes, enfermeras, camilleros y afanadores, lloraron al hombre bueno que siempre tuvo la puerta abierta para una consulta médica sin costo, una palabra amable, un consejo.
Llamar a un hombre bueno en estos tiempos extraños podría sonar a ultraje, pero él bien sabía lo rico que se duerme con semejante adjetivo.
Gracias por todo, querido Fernando Dájer Nahum, descansa en paz. Tu paso no fue en vano: tocaste nuestras vidas.
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