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del

José Blanco
Foto: Afp
La Jornada Maya

Martes 26 de noviembre, 2019

Salvador Allende dijo, en la frontera con su muerte: “en Chile mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor. Con un esfuerzo denodado, con una lucha inmensa, el pueblo chileno hoy se encuentra abriéndolas. Especialmente los jóvenes quieren asaltar el cielo, quieren todo, una nueva Constitución política, un nuevo pacto social que destierre al neoliberalismo”.

En junio de 1970, unos meses antes del triunfo electoral de Salvador Allende, Henry Kissinger dijo, en lugar ad hoc y con la arrogancia execrable de un imperio que no ha cesado de ver a América Latina como su patio trasero: “No veo por qué tenemos que esperar y permitir que un país se vuelva comunista debido a la irresponsabilidad de su propio pueblo”. Pronto llegó el golpe de Estado, la imposición de la bota militar y la sumisión del pueblo al atroz experimento neoliberal, en formas extremas. Todo fue reducido al fundamentalismo del mercado, mediante un Estado ocluido, la privatización de todo, la sociedad convertida en espacio de los mercaderes que medraron y prosperaron empobreciendo a las mayorías. La educación, la salud, el agua… fueron privatizados.

El 6 de octubre pasado, el ahora disminuido presidente Piñera acuerda el aumento del precio del Metro. El día 7 declara en la televisión: En medio de esta América Latina convulsionada veamos a Chile, nuestro país es un verdadero oasis con una democracia estable. Ese día el primer grupo de jóvenes desborda –sin pagar– filas, pasos y guardias del Metro; y las mareas multitudinarias comienzan a alzarse; desbordan las plazas en varias ciudades. El día 18 Piñera da marcha atrás al aumento del Metro. La Plaza Italia es rebautizada como Plaza de la Dignidad, y entre ríos de tuits, uno destaca: “Como punta del iceberg aparecen las protestas por el alza de la tarifa del Metro, [pero] existe una parte profunda del iceberg que no se ve… Pensiones indignas, salud precaria, sueldos miserables, educación de mala calidad, licencias médicas por depresión, deuda universitaria vitalicia, supersueldos de la élite política, delincuencia sin control, empleos precarios, Pagogate y Milicogate [los escándalos de corrupción en Carabineros y el Ejército]”. La esposa de Piñera se ridiculiza diciendo que los manifestantes parecen aliens.

Mientras los chilenos pugnan por sacudirse el neoliberalismo rapaz, el pueblo boliviano enfrenta el golpe de Estado sostenido por EU y el intento de la vuelta por sus antiguos fueros de élites y grupos favorecidos de Bolivia. Quieren para sí, nuevamente, el neoliberalismo que perdieron y acabar con el Estado multinacional e indianizado por el movimiento de Evo Morales; quieren suprimir la igualdad de derechos y oportunidades de los pueblos indios con respecto a los privilegiados de antes, reimponer el dominio de los apellidos aristócratas, regresar la historia al momento anterior, el de la subyugación racista que había empezado a ser desplazada a partir del 22 de enero de 2006, cuando por primera vez un luchador del pueblo aymara alcanzó la presidencia del gobierno.

Tras el error de Evo en el nacimiento de su última campaña, su no percepción de los cambios operados en sus electores, parte de los cuales ya no lo votaron el pasado 20 de octubre, y no le dieron ya una mayoría superior a 50 por ciento, se conjuraron, uno tras otro, todos los demonios acechantes: Estados Unidos, propulsando y sosteniendo el golpe; la OEA, con toda su historia de ignominia; Carlos Mesa, el derrotado en la elección que señalo; los comités cívicos de orientación fascista de Santa Cruz; la policía y las fuerzas armadas, sumadas al golpe y ahora masacrando a los indios bolivianos; los medios de comunicación servidores de los poderes, siempre presentes; los empresarios que se enriquecieron durante la larga bonanza económica impulsada por el eficiente gobierno de Morales.

Sin remedio, más temprano que tarde, en Bolivia también volverán a abrirse las grandes alamedas. Los tiranos terminan por caer, inexorablemente. Henri Lefebvre una vez definió: en el mundo real la democracia es la lucha por la democracia: un camino perpetuo en el futuro previsible. Y es que la democracia será total, o no será. Condición ineludible es la soberanía de los pueblos; sin ella no pueden ser tomadas las decisiones fundamentales. Los pueblos avasallados por siglos tienen en la soberanía una lucha interminable. Condición imperativa de la democracia es también la justicia social; igualdad efectiva de oportunidades y accesos de todos, a todos los bienes producidos por la sociedad, mucho más allá de la igualdad escrita en la ley para fines electorales.

El neoliberalismo está herido, no muerto. En Chile está de salida: ha perdido su dominación ideológica. En Bolivia el neoliberalismo está de regreso, pero se ve aún lejos su posibilidad de reimplantarse.

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