Tren Maya, el poder de una idea

El Tren Maya es el proyecto más complejo que el Estado Mexicano ha decidido emprender en el último siglo. Un esfuerzo de esa magnitud no puede ser una acción unilateral de gobierno, no podría serlo; al contrario, debe ser una iniciativa colectiva en el sentido más exigente de la palabra: gobierno, población y territorio.

En un escenario social ideal, este proyecto debe ser un reto que los mexicanos asumamos con la confianza de que nuestro país puede tener iniciativas comunes, escuchar todas sus voces y encontrar soluciones inteligentes a sus retos.

Basta abrir un mapa para darnos cuenta que el tren hace falta, pero desde un mapa no puede construirse el tren. En cada coordenada geográfica habría que trazar una ruta paralela en el trayecto social, ambiental y cultural.

El Tren Maya son muchos trenes: ferrocarriles que detonarán la industria y la economía; locomotoras que moverán pasajeros para potenciar el turismo; infraestructura que deberá respetar el medio ambiente; caminos de acero que abrirán nuevas fronteras al arte y las más complejas y ricas tradiciones. Todo en el tren exige esfuerzos titánicos que -en absoluto contraste- deben emprenderse con la mayor delicadeza y respeto al mosaico del Sureste Mexicano; tal vez por eso vale la pena hacerlo. 

Habrá vías que moverán piedras y combustibles para centros de consumo, y rieles que deberán pedir permisos místicos para entrar en selvas y ciudades milenarias prístinas. A la par, tendremos vagones que llevarán cosas tangibles, de obvio valor económico, y otros convoyes ferrocarrileros que moverán bienes intangibles, sutiles y delicados, como expresiones estéticas y tradiciones orales; esos serán los verdaderos tesoros. 

Existirán vías que habrán de ser reconstruidas y marcarán el regreso de la industria y el comercio a cientos de comunidades; al mismo tiempo, habrá durmientes que llegarán donde nunca la tierra ha sido tocada por el hombre o las instituciones del altiplano. Son dos rutas que deberán saberse ensamblar y complementar.

El Tren Maya se entrelazará con el agua y la pesca, lo mismo que con el transporte de combustible y materiales pétreos, así de diversa será su existencia. Moverá trabajadores, turistas, artesanos y jóvenes; será puerta de entrada para quienes quieran llegar a la región y, simultáneamente, será arteria de enlace para que la región se extienda al mundo. Es un tren de dos vías: para llegar y para acercar.

El tren no puede ser sólo construido, eso es imposible; sería fuente de desencuentros, imposiciones y rupturas. El Tren Maya debe ser germinado, nacer de la autogestión y la coinversión, debe ser siembra colectiva.

El tren requiere de un proceso de apropiación comunitaria, debe brotar de los suelos, los proyectos y los anhelos de las poblaciones, la identidad y la economía local. El proyecto debe ser parte del paisaje natural y cultural; por ello debe incluir, adaptar y sumar en español, en maya, en chontal, en tzeltal, en femenino y masculino, en rugidos y ruido de follaje. La etapa constructiva del tren -la de terraplenes, clavos, rieles, trazos y maquinaria- será la más sencilla de las complicaciones.

La más exigente de las ingenierías será la gestión a ras de tierra. 
 

No se trata de creer que el Tren Maya simplemente incluirá al sureste en el desarrollo nacional, eso sería invasivo y repetiría modelos agotados. A través del tren, el sureste se sumará para cambiar la lógica, el sentido y la concepción de lo que debe ser el desarrollo nacional entero. No se trata de incluir una pieza más en un rompecabezas mexicano que no cambie, se busca que la inclusión del nuevo espacio transforme el todo. 

Los trenes no son cosa menor en México. En la impronta social han sido lo mismo el caballo de hierro del latifundista y la devastación, que el transporte y toro de fuego de las revoluciones y sus ejércitos populares. El Tren Maya no trae ese vientre belicoso, porque tiene vocación de urdidor de decenas de hilos de cada color y fibra, aspira a ser parte del tejido social que cierre cicatrices y guíe nuevas formas de crecer, prosperar y hacer. 

No habrá tren sin vías y estaciones, pero el Tren Maya no será únicamente acero y concreto. Las vías y las estaciones, los puentes y los túneles serán lo obviamente visible, los kilómetros de trazo capturarán las noticias y las cuentas financieras más detalladas. Sin embargo, el Tren Maya vale la pena porque -ante todo- es una idea; una idea de un México que, haciendo más profundas y extensas sus raíces, pueda generar riqueza sin abrir nuevas brechas, pueda ser global sin olvidarse de sí mismo, es -pues- la apuesta de una nación que sabe que puede detonar todo su potencial, sin perder la memoria.

El Tren Maya debe materializarse porque no hay nada hay más poderoso que una idea a la que le ha llegado su tiempo y éste es el tiempo del tren. El Tren Maya ya existe en el imaginario social y es hora de subirse a una de las gestas de ingeniería ambiental, cultural, social y económica que pueden cambiar a México. El desafío es colosal y eso es lo que lo hace digno, esencial y, sobre todo, impostergable.

Los rieles nacionales ya vibran con el futuro que se acerca. 

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