La estrategia inacabada de la 4T

Rubén Torres Martínez*
Foto: Notimex
La Jornada Maya

Miércoles 30 de octubre, 2019

Los lamentables eventos de la semana pasada, destacando el asunto del frustrado arresto del hijo del [i]Chapo[/i] Guzmán, Ovidio Guzmán, muestran cual es la estrategia que el presidente AMLO ha decidido llevar a cabo a pesar del enorme desgaste que ello implica: la no confrontación directa con grupos violentos.

Sabido es que al Presidente le interesa en demasía el juicio que la historia haga de él y de su administración como verdadero primer gobierno alternativo a los poderes fácticos de toda la vida. Es por ello que en los eventos del pasado jueves priorizó perder esa batalla, dando su acuerdo para dejar escapar al hijo del [i]Chapo[/i], que tener su verdadero primer baño de sangre. Lo que sucedió era incluso predecible para el observador fino que veía venir un evento así desde hace algunas semanas.

Ya en las famosas manifestaciones que tuvieron lugar en la CDMX, tanto de mujeres como de profesores, se echó a andar una estrategia de no confrontación con los “violentos”. Los llamados “cinturones de paz” obedecían a esa lógica: no responder con violencia a la provocación. Pero ya desde ese experimento, medianamente fallido y medianamente exitoso, se dejaron observar problemas en la aplicación. El enviar a cientos de burócratas a cuidar las calles mediante simples cadenas humanas fue insuficiente. No existió un verdadero protocolo y lo peor es que los burócratas no estaban listos ni preparados para una acción de esa índole. Viéndolo fríamente la estrategia no es mala, la idea en sí nos parece acertada en un país con niveles de violencia inusitados, pero su puesta en marcha requiere de mucho mayor preparación y de mucho, muchísimo tiempo para sensibilizar a la población.

Lo mismo sucedió en Culiacán. No fue la claudicación del Estado como gritan los opositores a AMLO. La realidad es que la captura de Ovidio Guzmán fue fallida por una serie de variables, aquí enumeramos sólo algunas: 1) No se vio un verdadero operativo de captura, si lo hubo éste falló desde cosas muy básicas como el número de efectivos en el lugar y la coordinación entre mandos; 2) la fuerza y capacidad de reacción del narcotráfico y la delincuencia organizada en un estado como Sinaloa, pero principalmente una ciudad como Culiacán, era más que predecible; 3) la confusión en los filtros de información que ni las mismas autoridades fueron capaces de manejar y que obligaron al Presidente a improvisar la tarde misma del jueves.

Ante la respuesta tan contundente de la delincuencia organizada, el gobierno de la 4T decidió no avanzar y sí retroceder dos pasos. Y aunque cueste trabajo reconocerlo, fue quizás la decisión más acertada que el gobierno de AMLO ha tomado desde su llegada al poder. Recordemos cuando en 2007 Calderón se lanzó a su guerra absurda contra el narcotráfico; no conocía al enemigo, pero peor aún, no conocía sus propias fuerzas. El resultado lo conocemos todos. Ese mismo escenario enfrentó el jueves pasado AMLO. Haberse aferrado a mantener capturado a Ovidio Guzmán pudo haberse traducido no sólo en la fuga final de éste, sino en una masacre de gran escala con cientos de civiles muertos. Entonces sí, la renuncia no sólo del gabinete de seguridad sino del mismo Presidente sería justificable.

AMLO decidió priorizar la seguridad de la población. El Presidente tiene claro que no puede seguir la estrategia fallida de confrontación directa que tanta muerte ha traído al país. Sin embargo su estrategia de no confrontación parece carecer de alguna opción viable que vaya más allá de la simple condena moral. El gobierno de la 4T se enfrenta a uno de sus más grandes retos: cambiar la dinámica de pensar de la población de que la violencia se resuelve con más violencia. Aquellos que aluden al “monopolio de la violencia legítima” parafraseando a Weber, olvidan que estamos en pleno siglo XXI, que México tiene ya contrapesos, sociedad civil informada, instituciones que resguardan y garantizan los derechos humanos, prensa libre, etcétera.

Exigir que el Estado actúe exclusivamente bajo formas de ejercicio de la violencia legítima es condenar al país a no salir nunca de esa espiral de horror y muerte en que estamos sumergidos. Vale la pena no olvidar casos como el de Chile en 1973. Previo al golpe de Estado de Augusto Pinochet a Salvador Allende, la población exigía, gritaba en las calles, que el gobierno actuara con mano firme ante los revoltosos y “comunistas” de la época, más de 15 años de dictadura llegaron entonces.

El Presidente, por el momento, se ha mostrado al menos coherente con su discurso. Insistimos en el hecho de que a AMLO le interesa mucho su paso a la historia; no quiere ser recordado como un represor, ni como un violento, mucho menos como responsable directo de un baño de sangre como el que se anunciaba en Culiacán el jueves pasado. AMLO sabe bien que no cuenta con todos los elementos necesarios para lanzarse a una batalla como la que llevaron a cabo sus antecesores Peña Nieto y Calderón, sabe que de antemano es batalla perdida. El problema es que no se ve por dónde esté buscando otra alternativa.

Zoom anatómico: 1) En espacio de tres días un grueso sector de la sociedad mexicana pasó de ser crítica y especialista en sociología y sicoanálisis del cine, a ser experta en estrategia militar. 2) Lo de Tigres en el futbol mexicano desnuda completamente el sistema Femexfut: Lo que importa es el dinero, ¿la solidaridad? ¿Con qué se come eso? 3) Decían que iba de relleno, la están viendo crecer a pasos agigantados.

*Profesor del CEPHCIS-UNAM.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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