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Rafael Robles de Benito
Foto: Twitter @ONUMedioAmb
La Jornada Maya

Martes 10 de septiembre, 2019

La Amazonía es, sin duda “sexy”. Atrae las miradas de todos, y nos seduce con visiones románticas, sensuales y exuberantes. Hoy enfrenta incendios catastróficos, que aparecen todos los días en noticieros, diarios y redes sociales, se comentan con azoro y pesadumbre en cafés, oficinas y sobremesas, y se acompañan de múltiples llamados a efectuar donaciones para combatirlos. En el caso de la Amazonía brasileña, el asunto sube de tono a la luz de las posturas atrabiliarias y brutales de Bolsonaro, que ahora se ha visto forzado a sofocar el fuego y aceptar la ayuda internacional. Tarde o temprano, los incendios amazónicos se van a apagar. Pero las presiones sobre los bosques tropicales no van a cesar, y la incomprensión acerca de la importancia de su existencia para la supervivencia del planeta seguirá siendo mal comprendida por una buena parte de la población mundial y muchos gobernantes, líderes y tomadores de decisiones.

Nada más lejos de mi intención que minimizar la importancia de los incendios en la Amazonía, o en África, Siberia, España y Portugal, Australia o México. Provocados accidental o deliberadamente, vinculados o no con los efectos del cambio climático global, grandes o pequeños, en porciones más o menos inaccesibles del planeta, todos los incendios forestales ameritan nuestra preocupación y la generación de respuestas contundentes de combate, pero sobre todo de prevención. Aplaudo desde luego el papel de las redes sociales para difundir información acerca de los incendios, sus posibles causas y sus consecuencias más relevantes. Pero hay algunas cosas que me preocupan acerca del ruido social generado.

No es solamente el hecho de que pareciera que la Amazonía es la única región del mundo donde hay incendios preocupantes. También parece que los incendios son los únicos eventos presuntamente vinculados con el cambio climático global que ameritan atención. Huelga decir que esto no es así: hay procesos vinculados con la pérdida de biodiversidad, alteración de los ciclos de vida y la distribución de múltiples organismos, impactos en la salud humana, y repercusiones en la producción y el acceso a alimentos.

[b]Perspectiva “glocal”[/b]

No es que yo responda a una estrechez nacionalista, o provinciana, sino que creo en lo que podríamos llamar una perspectiva “glocal”. Cuando me encuentro con que empresas como Rappi (que distribuye a domicilio alimentos preparados), llaman a sus clientes a donar dinero para contribuir a combatir los incendios en la Amazonía, no puedo sino dudar de sus motivos, o de su supuesta “conciencia ambiental”: una de dos, o se trata de una simple treta publicitaria para reclutar clientela entre quienes se preocupan por lo que sucede con el planeta, ambientalmente hablando, o bien es resultado de una ceguera selectiva que les impide ver la catastrófica situación por la que atraviesan los ecosistemas de nuestro país.

Lo “glocal” implica pensar globalmente, pero actuar localmente. Así, si bien reconocemos el carácter planetario del cambio climático y sus impactos, nuestra capacidad de acción está circunscrita a nuestro ambiente inmediato, a nuestro paisaje. Estas empresas, y estos medios de comunicación, que se rasgan las vestiduras ante lo que sucede en otras partes de nuestro mundo, suelen no hacer caso alguno de los que sucede en nuestro entorno inmediato. Así, parece no resultar digno de atención el hecho de que caen año con año los recursos públicos dedicados a la conservación de la riqueza natural de la Nación, que cada vez resultan menos los esfuerzos dedicados a la prevención y combate de incendios forestales en nuestro país, y que estamos cada vez más lejos de cumplir con las metas comprometidas por nuestro estado en el acuerdo de París, el reto de Bonn, las metas de Aichi y tantos otros compromisos de carácter internacional donde hemos ofrecido alcanzar logros de conservación y sustentabilidad con la ilimitada generosidad que permite el puro discurso, pero no hemos sido capaces de respaldarlos de la única manera posible: asignando recursos públicos suficientes para alcanzarlos.

No tengo nada en contra de la austeridad del aparato de gobierno. Por el contrario, si hay un rasgo de la 4T que resulta incuestionablemente plausible es el del recorte de los gastos suntuarios del aparato oficial, pero esa austeridad no debiera implicar el abandono de la capacidad del estado para atender los grandes objetivos nacionales (y la conservación de nuestro patrimonio natural es sin duda uno de ellos). La solución no atraviesa tampoco por la transferencia de la responsabilidad al sector privado, como parece haber hecho el régimen neoliberal con parte de la atención a la salud (Teletón, por ejemplo), o a la educación (Bécalos desde la tienda de conveniencia que prefieras). Poner unos pesos en la bolsa de compañías privadas, como Rappi, no contribuirá de manera significativa a abatir las tasas de deterioro de los ecosistemas nacionales, y mucho menos si encima se destinan solamente a atender los incendios de otras naciones, por muy significativos que éstos resulten para la salud planetaria.

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