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Rafael Robles de Benito
Foto: Enrique Osorno
La Jornada Maya

Viernes 9 de agosto, 2019

Cada vez es más frecuente escuchar, durante las conversaciones con colegas biólogos y conservacionistas, versiones diferentes acerca de la inminente desaparición de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio). No sé si sea cierto, pero no me sorprende, como tampoco me sorprende el azoro, la frustración y la zozobra expresada por quienes han dedicado su vida profesional, compromiso moral, afectos y hasta salud, a indagar acerca de la distribución, abundancia, biología y ecología, entre otras cosas, de las especies que constituyen el patrimonio natural viviente de nuestro país. No me sorprende porque, a pesar del reconocimiento que se ha ganado la Conabio entre la comunidad científica y conservacionista del país, el hecho de que opere a través de un fideicomiso parece hacerla sospechosa ante la 4T.

Perder la Conabio, que ha sido desde su creación la joya de la corona del arreglo institucional para la política ambiental mexicana, es perder la capacidad de generar obras tales como el Capital Natural de México, una obra monumental que, con la contribución de varios centenares de destacados científicos, analiza el estado del arte acerca del conocimiento que se tiene acerca de los seres vivos con que compartimos el territorio nacional, incluyendo desde luego los mares; o la capacidad de emprender labores tan valiosas como los esfuerzos dirigidos a la conservación de la agrobiodiversidad mexicana, herramienta esencial para construir algo parecido a la seguridad alimentaria ante un escenario de cambio climático.

Perder la Conabio significa negarnos la capacidad de apreciar, a ojos vistas, la distribución de la riqueza natural en nuestro territorio, a través de una herramienta cartográfica tan robusta y amigable como el MAD-Mex. Por cierto, recomiendo a todos los interesados en conocer algo acerca de la biodiversidad mexicana y dónde se encuentran las especies que la componen, jugar con esta herramienta, que se puede encontrar en la página de la mencionada Comisión (conabio.gob.mx).

Perder la Conabio es cerrar la puerta a la nuestra mejor capacidad para alimentar procesos de toma de decisiones que afectan o pueden afectar a la permanencia y resiliencia de nuestra riqueza natural; decisiones tales como las que conducen a la construcción del Tren Maya, el aeropuerto de Santa Lucía, la refinería de Dos Bocas o el corredor transístmico, para mencionar solamente las decisiones de proyectos de obra pública más sonados actualmente; o las que llevan a la ejecución de inversiones privadas considerables, como los parques eólicos o de energía solar.

[b]Mucho más que un esfuerzo académico[/b]

La Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad es mucho más que un mero esfuerzo de carácter académico. Más bien reúne y sistematiza los esfuerzos de muchas instituciones, investigadores y estudiantes, organizaciones variopintas, y ofrece ese tesoro de saberes para que contemos con información robusta que nos permita construir formas de apropiación de los paisajes nacionales, que resulten genuinamente sustentables; para que conozcamos cada vez mejor la magnitud de la riqueza viva de México y nos encontremos entonces en condiciones de apreciarla y, por tanto, dispuestos a destinar esfuerzos a protegerla y conservarla.

Quizá en los últimos años de su valiosísima trayectoria se hayan tomado algunas decisiones al interior de la Conabio que a algunos nos parecen un tanto precipitadas o temerarias, y que tienen que ver de alguna manera con su capacidad institucional para incidir en el uso de la biodiversidad, cosa que entiendo como parte de su mandato.

Esto sucede, por ejemplo, con el abandono del ambicioso proyecto del corredor biológico mesoamericano, o con hacer de lado la idea de construir en nuestro país algo parecido a paisajes productivos sustentables. Y probablemente estas decisiones hayan debilitado de alguna manera la posición política de la Comisión. Si esto es cierto, es más redituable recuperar estos caminos y vincular los esfuerzos de la Conabio con las intenciones de la 4T por emprender caminos nuevos hacia la construcción del bienestar de los mexicanos, que de plano dar al traste con una nutrida y provechosa historia en aras de una austeridad que a veces parece “tirar el agua de la bañera, con todo y el niño dentro”.

Ojalá sean solamente rumores huecos los que difunden la idea de que la Comisión está condenada a desaparecer, pero si el agua de este río lleva a piedras, es hora de que quienes pensamos que el conocimiento de la biodiversidad (en un país megadiverso) es lo que podrá aportarnos elementos para apropiarnos de la riqueza natural nacional por una vía sustentable, genuinamente justa, social y económicamente viable, y culturalmente aceptable, nos demos a la tarea –que hoy parece francamente quijotesca– de convencer a propios y extraños de que la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad es una pieza indispensable del engranaje que puede contribuir al desarrollo de México.

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