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Ricardo López Santillán*
Foto: Twitter @USWNT
La Jornada Maya

Lunes 8 de julio, 2019

A mis amigas y primas que aman y viven la intensidad del futbol.

Tomo prestadas palabras de Eduardo Galeano para definirme: “soy un mendigo de buen futbol”; no importa quién me lo ofrezca ni quién me lo regale, yo lo vivo con enorme gusto. Si me lo ofrece un equipo odiado, si me lo ofrecen los equipos de mis amores, si es de futbolistas amateurs, diletantes o con reconocimiento mundial, igual lo disfruto a más no poder. Esto viene a cuento porque hoy fui testigo de un (no exagero) enorme acontecimiento deportivo que a su vez tiene importantes implicaciones socioculturales y quizás hasta políticas, al menos en lo que respecta a las cuestiones de género.

La selección de futbol femenil de los Estados Unidos acaba de coronarse tetracampeona. Lleva cuatro títulos mundiales, dos de los cuales han sido obtenidos en torneos consecutivos. Una vez más, la hegemonía del deporte estadounidense se mostró sin filtros, con todo su poderío. Aunque, confieso, quise ver ganara a las rivales débiles, no me queda sino reconocer la solvencia y determinación con la que juegan las seleccionadas de Norteamérica.

En lo que sigue, me permito verter algunas apreciaciones del encuentro, comenzando por reconocer a las neerlandesas, quienes enfrentaron titánico hándicap y fueron dignísimas rivales en esta final de campeonato. Dos jugadoras de Holanda se mostraron de forma sobresaliente. Van Lunteren, la carrilera derecha, casi anuló por completo a Rapinoe, la célebre atacante estadounidense. Más brillante aún fue Van Veenendaal, la cancerbera, quien, aunque recibió dos goles, al menos atajó cinco balones complicadísimos que amenazaron con entrar a su portería. Mención especial merece el cuerpo técnico, encabezado por Sarina Wiegman, quien sabía que si no ponía un cerrojo en media cancha y apostaba por la fuerza de sus muchachas para salir a velocidad, las iban a golear. La estrategia le dio resultado hasta que la insoslayable Rapinoe anotó el penalti que se marcó luego de la revisión por los colegiados del VAR (el sistema de video que hace escrutinio de las jugadas polémicas).

[b]Auténtico fútbol asociación[/b]

En cuanto al juego y su entorno, muchos acontecimientos llamaron mi atención. El estadio de Lyon estaba lleno. El partido fue de auténtico fútbol asociación, no de figuras (en ningún momento extrañé el protagonismo de alguien como Cristiano Ronaldo, Messi, o al ahora sobrevalorado Mohamed Sallah cuyo mayor mérito, además de gambetar todo el tiempo es no haber fallado un penalti en una final de Champions). Hubo pocas faltas, muchas de ellas, sin mala intención (como la que generó el cobro del penalti) sino por entrar a la jugada a destiempo. El juego cumplió con el fundamento de ir a buscar la portería rival para marcar el anhelado gol. No se especuló con el marcador. La silbante y sus abanderadas hicieron su labor sin incidir ni en el espectáculo ni en el marcador. Incluso, a tres minutos del final del partido, el equipo norteamericano hizo un cambio; eso me hizo sospechar que, como pasa en el futbol varonil, fuera para perder tiempo. Me equivoqué, Heath, la jugadora saliente, dejó el campo por la banda más próxima, para que Lloyd, su relevo, entrará de inmediato. Me sorprendí que la primera no saliera arrastrando los pies por el medio de campo para quemar los últimos minutos del encuentro. Todo esto es lo que siempre anhelamos los pamboleros cuando se apela al sentido del Fair Play. También a considerar es que en México, sólo una televisora transmitió el partido por dos canales, uno abierto y otro de sistemas de paga. Las narradoras muy bien, por cierto, y sin dimes y diretes ni posturas irreductibles, como a menudo sucede con las polémicas de sus contrapartes varones. Mi conclusión es simple: el futbol femenil de este mundial mostró lo mejor y lo más auténtico del espíritu de este bellísimo deporte.

[b]Claroscuros del sistema[/b]

Ahora, lo que sigue son los claroscuros del sistema mundo por el lugar que les ha acordado a los grupos minorizados, incluidos, entre otros, a las mujeres. Comencemos por las recompensas: mientras que en la pasada copa del mundo de futbol varonil se repartieron un total de 400 millones de dólares, en esta justa deportiva femenil se repartieron sólo 30 millones. Entre los varones, el equipo ganador cobró 38 millones de dólares; para la selección femenil de los Estados Unidos, sólo hubo cuatro millones. Otro dato: Neymar en el PSG gana el equivalente de las remuneraciones de mil 693 mujeres que juegan fútbol profesional en las siete principales ligas del mundo. Los datos, mientras yo escribo, los va bajando mi amigo Paco, importante colaborador de este diario, de la página de la FIFA y de El Orden Mundial.

Las diferencias entre hombres y mujeres por las recompensas que reciben por su trabajo o por su desempeño deportivo siguen siendo abismales; la falta de reconocimiento a su trabajo impago es una deuda histórica no resuelta, pero en estas últimas líneas quiero poner el acento en los logros y en los cambios socioculturales a favor de una sociedad que se pretende más justa y equitativa y que intenta construir relaciones más simétricas. Hay que enfatizar ciertas revoluciones copernicanas que se dieron en el siglo XX y que forman parte de una larga marcha (en buena medida de la vilipendiada izquierda mundial) que aún tiene mucho que recorrer, pero que ha logrado metas importantes, particularmente en lo que respecta al sufragio femenino, a la llegada de las mujeres a los estudios universitarios que alguna vez les fueron negados, de asistir más numerosas que los estudiantes varones a las universidades, a que por sus capacidades han obtenido puestos de elección y de decisión. No es una hazaña menor que aún con las diferencias abismales en cuanto al salario y al reconocimiento, ahora estén tan presentes en el futbol, un espacio que, como el box, las artes marciales mixtas, la tauromaquia (como en su momento fueron la medicina, el derecho y las ingenierías, por mencionar algunas). Todos ellos espacios que se preciaban de ser ámbitos exclusivamente masculinos y tan renuentes a la incorporación de las mujeres no han tenido más alternativa que incorporar a las mujeres. En estos logros socioculturales, en el ámbito del fútbol, mención especial merece Megan Rapinoe, quien le ha plantado cara a Trump y a los jerarcas de la FIFA. Sobresale no sólo por buena jugadora si no por su valor como portavoz de las mujeres en espacios sociales que aún no las reconocen como se debiera.

*Investigador CEPHCIS-UNAM.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
[b][email protected][/b]


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