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Fabrizio León Diez
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Lunes 1 de julio, 2019

Contra toda lógica política y el más elemental sentido común, el partido Movimiento Regeneración Nacional (Morena) en Campeche está trabajando no para ganar, sino para perder las próximas elecciones en que se renovará nada más y nada menos que la gubernatura del estado.

A Morena le pasó lo que al obrero de salario mínimo cuando se saca la lotería de golpe y porrazo: no sabe qué hacer con tanto dinero.

En Campeche, los morenistas se embriagaron de triunfo y perdieron el rumbo, se enfrascaron en dimes y diretes, se enfrentaron todos contra todos y el resultado es un partido literalmente vacío, hasta de moscas.

Uno de los factores que propiciaron esta diáspora morenista en Campeche fue sin duda, el alejamiento de Layda Sansores, quien se fue a hacer campaña a la Ciudad de México, donde ganó la alcaldía de Álvaro Obregón y dejó a todos huérfanos. Quienes se deberían encargar de controlar el partido, Aníbal Ostoa y Carlos Martínez Aké, se enteraron sorprendidos e incrédulos el 2 de julio pasado que habían ganado su elección y se desajenaron de la conducción partidista para dedicarse a sus labores legislativas.

Manuel Zavala Salazar, quien fungió como presidente durante el proceso electoral y de rebote se sacó un cachito de la lotería con una regiduría plurinominal, se dejó llevar por la ambición pretendiendo en su sola persona —como la Santísima Trinidad— tres funciones fundamentales: la presidencia del partido, la regiduría en el Ayuntamiento, y la subdelegación de programas federales.

Obligado a renunciar a dos de esos puestos, se quedó únicamente con la delegación de Programas Federales para el Desarrollo, en donde es subcoordinador estatal —sólo por debajo de Katia Meave Ferniza, la super delegada—, aunque no quedó del todo satisfecho, sobre todo cuando lo obligaron a despedir a su hermana Gladys, a quien había incorporado en la nómina federal; un caso de nepotismo tan evidente que sería suficiente causa de escándalo para quienes gustan magnificar los yerros de la llamada “Cuarta Transformación”.

Herido en su orgullo porque no le dejaron hacer y deshacer a su antojo, Zavala empezó un golpeteo contra el bando contrario: el senador Aníbal Ostoa, el diputado federal Carlos Martínez Aké, el coordinador de la bancada de Morena en el Congreso local, José Luis Flores Pacheco, y, por supuesto, la presidente estatal interina Patricia León López, a quien acusó de estar al servicio del grupo de legisladores encabezado por Aníbal.

Otro integrante del bando de Zavala es Carlos Ucán Yam, ex presidente estatal del partido, también coordinador del programa federal Jóvenes construyendo el futuro, quien tuvo el yerro de poner como ejemplo nacional de “éxito empezando desde abajo” al narcotraficante Joaquín Guzmán Loera, [i]El Chapo[/i], lo que le costó, además de la chamba, ser suspendido de sus derechos partidistas.

Para colmo, la secretaria general en funciones de presidente, Patricia León López, decidió sacar de la nómina del partido a Gladys Zavala Salazar porque ésta ya cobraba como empleada federal, con lo que literalmente se echó un alacrán al hombro.

Y así, Gladys Zavala, su hermano Manuel y el ex dirigente estatal Carlos Ucán Yam —entre otros— han integrado un grupo de choque para confrontarse con los legisladores y contra el otro bando, el de la delegada federal Katia Meave, quien a su vez, está tratando de construir un importante bloque de funcionarios federales, de donde pretende más adelante, extraer a los futuros candidatos a los puestos de elección popular.

El caso de Katia Meave es muy especial. Originaria de la Ciudad de México, se enteró que sería la delegada federal en Campeche cuando estaba al frente de Morena en Yucatán. Nadie sabe exactamente qué es lo que la llevó a convertirse en la representante del presidente López Obrador en esta entidad, pero sin duda alguna mucho tuvieron que ver los desacuerdos al interior de Morena e —inexplicamente— la necesidad de no propiciar un empoderamiento incontrolable de Layda Sansores.

Es decir, lo lógico habría sido que la Coordinación de Programas Federales se quedara en manos de un laydista, pues era ella quien tenía bajo control absoluto al partido y a los morenistas, y una de las personas más cercanas a López Obrador, pero no fue así.

Se designó a Katia, y ésta lo primero que hizo fue deslindarse de Layda. Se cuenta que rechazó el apoyo logístico de la hoy alcaldesa de la Álvaro Obregón en la Ciudad de México, quien le habría ofrecido vehículos, personal de seguridad, oficinas y todo lo que requiriera para el mejor desempeño de sus funciones.

Meave Ferniza decidió trabajar sola. Explorar el territorio y armar su estructura desde la sede del partido, y al primero que tuvo a la mano fue a Manuel Zavala Salazar, a quien designó como su segundo de a bordo, aunque más tarde se pelearon y ahora están distanciados, cada quien armando su grupo para el proceso que se avecina.

Katia ha mantenido un perfil muy bajo en el desempeño de sus funciones. Poco afecta a los reflectores, está recorriendo centímetro a centímetro la geografía estatal llevando personalmente los recursos de los programas federales hasta las comunidades más apartadas; tampoco acostumbra salir en los medios, no ofrece conferencias de prensa —si bien tampoco niega entrevistas de banqueta— y tampoco es invitada frecuente a los eventos oficiales. Sólo ha acudido a los relevantes de carácter federal, como hizo con el Ejército y la Marina.

El problema es que ninguno de estos tres grupos está haciendo nada con el partido. Los legisladores, los zavalistas y los del equipo de Katia trabajan por su lado, y el partido navega solo, al grado que incluso las oficinas casi siempre se encuentran vacías, con lo que han abandonado el trabajo de gestión que tanto les redituó políticamente en el pasado proceso electoral.

Por el lado de los alcaldes y los diputados locales morenistas, hay que decir que continúan extraviados en su triunfo. Los presidentes municipales de Tenabo, María del Carmen Uc Canul, y de Escárcega, Rodolfo Bautista Puc, ni siquiera han podido estructurar un programa de gobierno medianamente aceptable y están a un paso de convertirse en otra gran decepción de los votantes.

Cuando deberían ser activos impulsores del crecimiento de Morena, están siendo todo lo contrario: se han convertido en lastres espantavotos.

Los diputados locales andan en las mismas. El grupo parlamentario está dividido. Al menos tres de los 11 integrantes de la fracción tienen una agenda independiente y sus posturas han sido hasta contrapuestas a las de sus compañeros. A ninguno se le conoce algún trabajo de gestión y muchos creen que, como ganaron de rebote por el Efecto Peje, no saben siquiera en dónde están parados.

La consecuencia lógica de este desbarajuste partidista es que hayan extraviado el rumbo y que Morena no esté trabajando, aún, con miras al proceso electoral de 2021; cada quien jala por su lado, aprovechando sus cinco minutos de gloria o sus tres años de vacas gordas en el desempeño de sus funciones, y olvidándose que para los próximos comicios no habrá Efecto Peje y lo más seguro es que los resultados sean rotundamente negativos.

¿Están a tiempo de corregir? Claro, el problema es que ya están divididos y confrontados, y lo peor es que no hay quien se perciba como factor de unidad y cohesión. Y así, simplemente no se puede.

En la próxima entrega: ¿Quiénes son los gallos morenistas?

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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