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Rafael Robles de Benito
Foto: Juan Manuel Valdivia
La Jornada Maya

Viernes 28 de junio, 2019

Durante una reciente conferencia presidencial mañanera, realizada en Cancún, salieron a la luz diversos asertos que han contribuido a incrementar la confusión, y a arrojar más ríos de tinta alrededor del tema de las arribazones masivas de sargazo a las playas de Quintana Roo. Se antoja contribuir con algunas reflexiones acerca del tema, a sabiendas de que puedo contribuir al desconcierto, y colaboro además con unos cuantos mililitros más de tinta. Lo de menos son las confusiones aritméticas del presidente. Son comprensibles cuando se contesta a bote pronto y sin “acordeón”. Lo que preocupa es que se considere que no se trata de un problema digno de consideración, y que “lo vamos a resolver” porque ya se le dieron instrucciones al secretario de Marina.

En la misma conferencia de prensa, el mencionado funcionario, el almirante José Rafael Ojeda Durán, dijo que “el sargazo no es un problema, es una situación”, y añadió que ahora se le trata como “un problema de Estado”. Es entonces una situación que no es un problema, que se trata como problema… pero en fin. Eso también es lo de menos.

Tanto en la visión que adelanta el Ejecutivo federal durante la conferencia de prensa, como en las respuestas generadas por diversos actores sociales y funcionarios locales de Quintana Roo, hay algunas ideas que no contribuyen a aclarar lo que sucede con la llegada masiva y reiterada del alga. En primer lugar, comparar la limpieza de las playas con la recoja de basura de la Ciudad de México no funciona. Ni el sargazo es un residuo de actividades vinculadas con el consumo de los residentes locales, ni las formas para recogerlo de las playas, o de evitar que llegue a ellas, equivalen a las técnicas de manejo de los residuos sólidos urbanos. Requieren de equipos distintos y entrañan retos diferentes. No se trata solamente de un asunto de volumen.

Además, reducir el caso a un problema que afecta la actividad turística es también un error. La limpieza de las playas sí es algo que atañe sobre todo al sector turístico (aunque también afecta a las poblaciones de tortugas marinas durante su temporada de nidación). En este sentido, la alianza entre los prestadores de servicios turísticos, las autoridades responsables de la conservación y manejo de la zona federal marítimo terrestre, el gobierno del estado y la secretaría de marina, es sin duda un elemento necesario para encarar el tema; pero en el mejor de los casos, no irá más allá de administrar el problema, en una labor digna de Sísifo, en la que periódicamente tendrá que empezar de nuevo, como si no se hubiese hecho nada antes. Tirarle al sargazo año tras año dinero, tanto público como privado, no genera una solución definitiva y pinta un panorama de costos crecientes.

Pensar que el trabajo de unas cuantas embarcaciones sargaceras es un esfuerzo suficiente para evitar que el sargazo que flota por el Caribe llegue a las playas quintanarroenses es desconocer la magnitud del fenómeno: como si se pretendiera matar elefantes con resorteras. Si las agencias gubernamentales involucradas conocen cabalmente los volúmenes de sargazo que se acercan a la península, o sobreestiman su capacidad de respuesta, o pretenden montar un escenario que haga parecer que están atendiendo el asunto “con responsabilidad”.

[b]Ausencias en las discusiones[/b]

Hay dos grandes ausencias en las discusiones acerca del sargazo y sus impactos, fuera de algunos reducidos y no siempre escuchados grupos de académicos: las causas del fenómeno y los impactos que genera, no ya sobre la actividad turística, sino sobre la integridad de ecosistemas tan vulnerables e importantes como los arrecifes de coral, las praderas de pastos marinos y los humedales costeros; o sobre la pesca de langosta, o sobre la vida de especies que dependen de un litoral saludable para persistir en sus procesos evolutivos.

En lo que corresponde a las causas, el haber convocado una suerte de “cumbre del sargazo”, en la que participan al menos la mayoría de los países afectados, parece un acierto que puede poner sobre la mesa una visión de alcance regional sobre las causas. Si esto conduce a una discusión o negociación de carácter multinacional, donde se pongan en juego factores tales como el aporte al mar de nutrientes resultantes de las actividades agropecuarias y el efecto adicional del calentamiento de las aguas marinas superficiales, consecuencia del cambio climático global, se estará en una ruta desde la cual se puede hablar de formular vías de solución del problema, que sí es –dicho sea de paso– un problema muy gordo.

En cuanto a reconocer los efectos de carácter ecosistémico y sobre la biodiversidad que el sargazo está generando, nos debe llegar a pensar que es un problema que se puede reducir a evitar la cancelación de las reservaciones en los hoteles de la región y empezar a tratar el asunto como un tema de sustentabilidad del desarrollo regional, resiliencia y adaptación al cambio climático.

Unas palabras más alrededor del tema de la adaptación: a lo largo de los últimos meses ha surgido infinidad de propuestas acerca de cómo utilizar el sargazo, convirtiéndolo en un recurso natural, ya sea como materia prima para la construcción de vivienda, como insumo para actividades agropecuarias, o incluso como energético. Se ofrecen proyectos a diestra y siniestra, pero nadie parece muy dispuesto a invertir en su realización. Todos esperan que se conviertan en una fuente más de subsidios, lo que en tiempos de austeridad republicana es francamente pedirle peras al olmo. Si como sociedad asumimos que continuarán llegando volúmenes masivos de sargazo a nuestras costas y apostamos a que su incorporación a la economía forme parte de la solución, habrá que demandar que inversionistas con recursos, visión de futuro y audacia de emprendedores participen de manera proactiva y contundente en el desarrollo de nuevos procesos industriales.

No puedo sino subrayar que el tema del sargazo es un problema, no solamente turístico, sino ambiental; sus causas rebasan el alcance de los esfuerzos nacionales, y su solución, más allá de solamente adaptarse a su existencia, tendrá que atravesar por acuerdos y tratados de corte internacional, que afecten los modos de producción y generación de recursos de países lejanos al nuestro.

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