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Mario Lope Herrea
Foto: Enrique Osorno
La Jornada Maya

Miércoles 28 de mayo, 2019

La escritora Kenan Malik afirma que vivimos en un mundo con demasiadas verdades. Puede ser que sí. En los tiempos del [i]fake news[/i], todos dicen tener la verdad. Cada día vemos cómo proliferan noticias en las que el ciudadano promedio no pone en tela de juicio la veracidad o la fuente de información. “Lo dice el face”, “salió en las noticias”, “lo dijo un periodista reconocido”, son frases que construyen un imaginario que se multiplica en segundos a través de las redes sociales.

¿Cada uno defiende su verdad o la verdad se defiende de todos? Si es así, Montaigne tenía razón: la verdad es una y la mentira son muchas. Lo cierto es que, con este relativismo cultural posmoderno —donde la única verdad se combate como un a un totalitarismo del medioevo—, las muchas “verdades” que circulan todos los días en las redes sociales y en los noticieros, dejan de lado la objetividad de los hechos. No importa si sucedió. La gente lo dice.

¿Qué valor tiene la verdad en un mundo así?, ¿del número de perspectivas dependerán las muchas verdades? Hasta en la Biblia, en el Evangelio de Juan, capítulo 18, versículo 38, Poncio Pilato le pregunta directamente a un Jesús a punto de morir, “¿Qué es la verdad?”. No contestó nada.

Lo que la posverdad ha engendrado es confusión, y se aprovecha de ésta para hacer ver la mentira como cierta. La universalidad ya no tiene cabida en una sociedad que cada día pugna por la democratización de la verdad. ¿Qué significa esto? Que no hay una verdad. Son muchas. Para algunos el cambio climático es una realidad, para otros, es un invento de las teorías de la conspiración. ¿Cuáles son los hechos para dar por verdad tanto uno como otro? Bueno, no importan. Los hechos en la posverdad son irrelevantes, sean visibles, tangibles o posean sus propios testimonios. Basta que la gente lo diga y piense. Y también lo replique socialmente. Así se construye la posverdad.

¿Este relativismo cultural es progresista? Es decir, ¿ponderar lo subjetivo sobre lo objetivo? Quizás como corriente teórica lo sea. No se puede ser reaccionario con el relativismo sólo porque estuvo en contra de la arrogancia racionalista de Occidente. Sin embargo, una corriente que a todas luces fue engendrada desde la izquierda académica no puede ser llamada progresista en la práctica. Dar por verdad un hecho subjetivo tendrá como consecuencia la confusión y la proliferación de tantas verdades que concebirá un caldo de cultivo social donde las mentiras serán el único hecho verdadero.

Política posfactual

Cuando el Estado juega a la posverdad se corre el riesgo de administrar la mentira. Es el caso del presidente Andrés Manuel López Obrador. Sus “homilías” mañaneras se han convertido en una trinchera para defender su verdad. Un claro ejemplo fue el choque que sostuvo con el periodista Jorge Ramos. Sin afán de matizar ni adjetivar, ni mucho menos politizar dicho encuentro, el periodista cuestionó el número de muertes violentas en el país. El Presidente le dijo “yo tengo otra información”, a lo que Ramos contestó, “son cifras de su propia Secretaría de Seguridad”, y a continuación el presidente sentenció: “Sí, pero yo te invito para que las revisemos”.

Mucho se ha cuestionado la forma en que el Presidente defiende cifras y la forma de gobernar desde su “púlpito” mañanero: descalificando, adjetivando, matizando. El peor riesgo que corren las democracias modernas es el de polarizar a la población e intoxicarla con una doctrina, cualquiera que ésta sea. Ahí, la democracia ya no tiene lugar. Es un pretexto para llegar al poder. En Latinoamérica la democracia es un placebo.

Me remito a una cita de Max Weber que dice: “El que se dedica a la política lucha por el poder, bien como medio para lograr otros fines, ideales o egoístas, o bien para alcanzar ‘el poder por el poder’, es decir, para disfrutar del sentimiento de prestigio que el poder confiere”. Es el caso del presidente López Obrador. Tanto buscó ese poder weberiano que ahora disfruta del prestigio del poder desde el adoctrinamiento. Lo escuchamos dando clases de historia (liberales y conservadores), de economía política (modelo liberal versus modelo neoliberal), de ética y moral (no mentir, no robar, no traicionar), de periodismo (qué sí es una nota y qué no), de política (me canso ganso).

Ya no es el presidencialismo el enemigo a vencer, es el adoctrinamiento a través de la posverdad. El Presidente no informa al pueblo en sus conferencias mañaneras, lo adoctrina en su posverdad. Cuando la democracia gobierna lo hacen también todos los ciudadanos. No se les divide entre liberales y conservadores, fifís y chairos, derecha e izquierda, rojos o azules. No se utiliza la posverdad para manipular los hechos ni se adjetivan para darle un matiz ideológico. Lo que el gobierno pretende con su verdad es que el ciudadano —como protagonista de novela orwelliana—, sentencie: “No importa si sucedió, el presidente lo dice”.

[b]@MarioLopeH1[/b]
[b]mjlope77gmail.com[/b]


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