José Juan Cervera
Foto: Sedeculta
La Jornada Maya
Martes 28 de mayo, 2019
El esfuerzo de remontar el olvido que opaca la apreciación reflexiva de la literatura de antaño encierra satisfacciones intrínsecas. Contribuye a fecundar un mundo despojado de sus signos vitales con la imposición de prácticas de consumo enajenantes que conducen al abandono de valores comunitarios y a la pérdida de perspectiva histórica.
La fuerza de tal convicción fertiliza el campo de los valores humanísticos, que de lo contrario sería pasto de la rutina y de sus arideces letales. Es de lamentarse que la obra de quienes en otro tiempo asumieron a fondo un compromiso de expresión escrita quede a la deriva en una época en que, como la actual, prevalecen la frivolidad y las tendencias destructivas.
La ponderación del trabajo que define una vocación creadora precisa un registro documental y un examen cuidadoso de sus elementos constitutivos para llamar la atención sobre él y propiciar el reconocimiento de sus cualidades estéticas, de sus recursos expresivos y del contexto sociocultural en que se inscribe. Así es posible conocer mejor la acción de quienes han contribuido a representar universos simbólicos que adquieren trascendencia colectiva y estimulan sensibilidades individuales.
Estas nociones concuerdan con el espíritu que anima Los olvidos de la literatura yucateca de principios del siglo XX: Pedro I. Pérez Piña, estudio con el que Rosely E. Quijano León rinde un legítimo homenaje al autor que da nombre al libro, legitimidad que proviene de la identificación estrecha con que los escritores se acercan racional y emotivamente a sus pares, aun si entre ellos se interponen distancias temporales, espaciales y estilísticas, las cuales importan muy poco cuando se pretende reconstituir los vínculos que sostienen una tradición nutricia.
La investigadora realiza un pulcro análisis de la trayectoria de Pedro I. Pérez Piña (1888-1965) y de su obra, a la cual sitúa en la corriente del naturalismo, cuya crudeza para describir los problemas que agobian a la sociedad puede ser una de las condiciones con las que un médico, como lo era Pérez Piña, llega a familiarizarse durante su práctica cotidiana.
Por asociación de ideas, su caso recuerda el de Salvador Quevedo y Zubieta (1859-1965), colega suyo nacido en Jalisco que además de su desempeño en el campo de la medicina publicó varias novelas de aliento naturalista, aunque les añadió un tono satírico que matiza su narrativa. El autor yucateco nació en Ticul y desarrolló su vida profesional en Progreso, de acuerdo con lo que expone Rosely Quijano con su palabra oportuna.
Pérez Piña acometió varios géneros literarios, si bien la novela le brindó un orden discursivo idóneo para desenvolverse a gusto. Rosely examina con detenimiento la que lleva el título de Los irredentos (1936), de la cual destaca su ubicación en un entorno costero, contrastante con los espacios rurales que los escritores de su tiempo frecuentaron en sus obras coincidiendo con los temas preferidos de las tendencias nacionalistas de ese entonces. Esta divergencia influyó en la limitada repercusión que alcanzó su obra entre las generaciones subsecuentes.
Entre los afortunados efectos que produjo el llamado a conocer la obra de Pedro I. Pérez Piña figura la edición de Los irredentos en 2015, que con un prólogo de Rosely Quijano acrecienta la posibilidad de concebir la historia de la literatura yucateca como un conjunto de manifestaciones diversas en sus escenarios, estilos y técnicas, más que como un bloque homogéneo y estereotipado.
Rosely E. Quijano León. [i]Los olvidos de la literatura yucateca de principios del siglo XX: Pedro I. Pérez Piña[/i]. Mérida, Secretaría de la Cultura y las Artes de Yucatán, 2012, 157 pp.
[i]Mérida, Yucatán[/i]
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